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LA Espiga como buque fantasma de la noche, como visión de nimbos entreabiertos donde es posible el milagro de la cordialidad. Qué tiene la noche si no es cordialidad, vestida con los mimbres del misterio. La Espiga, como espacio, tiene esa hospitalidad de encuentro, porque incluso los mismos materiales, su gente y esa disposición amable y recoleta, hacen a uno pensar que nuevos episodios están aún por venir. Así sucede en locales como La Espiga, que promueven también la Capitalidad Cultural con esa acción efectiva de la programación propia, que es la mejor manera de vincularse, de puertas para adentro, con cualquier iniciativa verdadera de cambio.
Uno de esos cambios, aunque ya es reincidente en el nuevo paisaje de la ciudad de noche, lo representa el cantautor sevillano Manuel Cuesta. La música de Manuel Cuesta, la composición de sus canciones, en un largo poema entre el amor y el júbilo, y en la desesperanza de los días rojos del calendario junto al perfil de nácar de Audrey Hepburn, es una ensoñación que va bien a La Espiga, por lo que tiene de descubrimiento íntimo. Cada vez más ligado a esta ciudad, Manuel Cuesta viene por aquí y transita las rutas verdaderas, con un vino en Bodegas Guzmán y una caña en El Correo, mientras nos va ofreciendo un repertorio que, en los últimos años, no se ha movido mucho de su espacio en la transformación más personal, que es la que se va vertiendo sobre un compositor sin que él mismo lo advierta, tenuemente. Los ritmos son los mismos, las melodías también; sin embargo, hay una presencia tenebrosa que a veces aparece en el abismo de otros mundos posibles, en un acantilado que incluso presentido da la señal de alarma. Música como concienciación, palabra como música.
En estos años, y de esto se podría discutir mucho, ha habido una tendencia interesada y muy bien dirigida, para denostar todo lo que huela a canción de autor. Canción del autor o tío dando la chapa, con la guitarra y la camisa de cuadros, en plan folk. Algún día habrá que explicar, en estos términos, el daño que ha hecho a la cultura española la famosa movida, que se movió tanto que no ha dejado mucho. Hoy en día, todo el mundo tira hacia lo indie, porque la canción de autor está tan denostada que a ver quién tiene huevos, con perdón, de subirse a un escenario en esa estética. Pues bien, aquí tienen un cantautor de los de toda la vida, y además talentoso. Discípulo de Woody Guthrie, Bob Dylan, Leonard Cohen, pero también de Pablo Guerrero, de Serrat y de los dos Silvios, el sevillano y el cubano. Poesía hecha palabras, con vocación de ser cantada, como en los poemas de Rodolfo Serrano y Miguel Ángel Ortega-Lucas, que quizá cante hoy. Bienvenido a Córdoba.
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