Tribuna de opinión
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El fuste
LA desaparición de una empresa es siempre algo traumático. La pérdida de puestos de trabajo, en estos tiempos, es uno de los capítulos más dolorosos que se pueden vivir. Con el cierre de cada industria se genera un paquete de dramas que se intentan superar de mil maneras cuando el momento no arroja luz alguna al final del túnel. Además, en el caso del anuncio del cerrojazo de KME Locsa se cierra también un capítulo importante en la historia del último siglo de la ciudad. Esta industria del cobre habrá cambiado varias veces de nombre, pero para los cordobeses sigue siendo La Letro, contracción de la Sociedad Española de Construcciones Electromecánicas (Secem) que había que simplificar de alguna manera. Fue la entrada -con retraso, como siempre- de la ciudad en la era industrial moderna. Creció en las lejanías del casco urbano y dio nombre a un barrio que forjó a varias generaciones de cordobeses orgullosos de ser de la Electromecánicas, como Elio Berhanyer. Además, la desaparición de La Letro será también la pérdida de la cuna donde se forjó buena parte del espíritu político y sindical de la Córdoba actual. Numerosos dirigentes y cargos públicos de las últimas décadas velaron sus primeras armas en las naves y talleres de la Electromecánicas, a donde llegaban de madrugada en motillos o en el mítico autobús de La Letro para iniciar largas jornadas laborales y de reivindicación. Si no hay remedio, la fábrica y todo lo que significa pasará al baúl de los recuerdos a final de junio.
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