"Entre la irresponsabilidad y el dinero, el cinismo se impone en el ámbito creativo"
david trueba. escritor, cineasta y periodista
El director de 'Vivir es fácil con los ojos cerrados' mantuvo ayer un encuentro con el público junto a Santiago Segura en el Picasso de Málaga dentro del ciclo 'La Edad de Oro'
Málaga/Sentado ante la grabadora, David Trueba (Madrid, 1969), director de películas como Soldados de Salamina y Vivir es fácil con los ojos cerrados y autor de novelas como Saber perder y Tierrade Campos, expresa sus ideas a gran velocidad pero con la precisión del buen conversador. Ayer participó en el ciclo La Edad de Oro con un encuentro en el Museo Picasso de Málaga junto a Santiago Segura pero antes concedió esta esta entrevista.
-El pasado jueves, la Academia de Cine escogió una película rodad en catalán, Verano 1993, como aspirante española al Oscar y de inmediato salieron comentarios sobre la coincidencia de la elección con la ley del referéndum aprobada en Cataluña. Su directora, Carla Simón, respondió diciendo que el cine no entiende de fronteras. ¿Qué piensa usted, a tenor de este episodio, del cine como escuela social y política, como posible forja de identidad?
-Sobre esto destacaría dos estados de la cuestión. Uno es el de las propias películas, qué quieres contar cuando haces una. Por lo general, las decisiones más inteligentes suelen llevar aparejada una carga de verdad; y aquí es donde veo que estamos viviendo una etapa especialmente dañina en cuanto a lo creativo, porque se ha impuesto una postura muy cínica con dos polos bien claros, la irresponsabilidad por un lado y el dinero por otro. Los dos restan mucha verdad a cualquiera que ruede una película o escriba un libro, en el sentido de que cuando haces algo así se supone que asumes un compromiso contigo mismo, que es el de ofrecer el mejor trabajo que puedas hacer. Es verdad que una película y una novela son elementos insignificantes, pero cuando uno piensa en los problemas de una sociedad contemporánea como la española comprendes que no hay una suma de esos elementos insignificantes en la dirección correcta. Lo que hay es un aprovechamiento de la insignificancia para lavarse las manos. Y esto nos llevaría al otro estado de la cuestión, que es el del poder institucional y político: son irresponsables, en consecuencia, porque es lo que se lleva.
-Entonces, ¿hacer una película o escribir una novela es siempre una cuestión ética?
-Yo defiendo algo pasado de moda: desde que te levantas por la mañana, cada acción que haces contribuye a hacer un país en el que se viva mejor o peor. Lo hacen los dueños de las televisiones, las editoriales, los negocios, los que gobiernan, pero también todas las demás personas, en su pequeño o gran puesto. Todo al final se suma a la insignificancia que puede contribuir a hacer un mundo mejor. Y aquí está el elemento más problemático respecto a lo que veo a mi alrededor. Con esto no quiero hacer una valoración moral, ni exigir que una obra cinematográfica o literaria tenga que ser siempre formativa, ni nada de eso. Hablo de algo mucho más ambicioso: de la representación que quieras tener en la sociedad. Luego hay muchos tópicos, como eso de que el cine no tiene fronteras. No es así. Estamos imbricados en el día a día. Igual que un frutero o un empleado de banca, ni menos ni más. El reto es aportar una luz a tanta oscuridad.
-¿El éxito de la irresponsabilidad se debe a la decepción que cundió tras la responsabilidad?
-Claro. Cuanto más te laves las manos, cuanto menos te sientas afectado por los problemas que te rodean, más fácil es salir sin mancha. Más aún en un mundo que se mueve por impulsos inmediatos como los que se dan en las redes sociales, con cantidad de gente intentando manchar la reputación de las personas. La gente tiene mucho miedo de que le alcancen esas manchas, y el medio más eficaz es pasar por las tangentes. Hoy fomentamos la cobardía, el insulto anónimo, la indignación cuando ya todo el mundo está indignado, pero no se fomenta la responsabilidad, la actuación conforme a lo que se piensa, la asunción de los costes. En fin, al menos yo me dedico a cosas pequeñitas.
-Bueno, no tan pequeñitas.
-Con las novelas lo tengo muy claro. He publicado muy pocas, sólo cinco. Pero es algo que entregas a la gente a un nivel muy personal. No aspiro a tener tantos lectores como otros, pero sí aspiro a tener lectores que deseen dejarse invadir en su intimidad por lo que hago en mi intimidad de escritor.
-¿Echa de menos esa intimidad cuando piensa en el público que va a ver sus películas?
-Hace mucho tiempo que vengo pensando en el público, en la invención del término. No es algo tan natural como parece. Ha habido muchas representaciones de la cantidad como respuesta, pero no creo que en lo que afecta a las personas la cantidad tenga que ser la clave, más allá de unas votaciones. No creo que esa especie de democracia cuantitativa tenga que salpicar a todo lo demás.
-Pero algo tendrá que decir la industria al respecto.
-A ver, cuando alguien hace una película lo que quiere es recuperar dinero y, si es posible, tener algún beneficio, pero sucede lo mismo cuando haces una camisa o regentas un restaurante. Pero tu responsabilidad está en lo que ofreces. Si haces cine, puedes trabajar a tenor de donde esté el dinero o de lo que digan las televisiones, pero también puedes intentar hacer la película que mejor te represente y asumir el favor o rechazo del público como precio a pagar por tu libertad. Eso sí, al público no le llega siempre lo mejor, y lo que llega no lo hace siempre en las mejores condiciones. Prueba de ello es el desastre en el que se han convertido los circuitos de exhibición. Basta que una persona recuerde el cine que se emitía hace cuarenta años en televisión y lo compare con el que se emite ahora, incluso en las plataformas que se promocionan como las más dinámicas. La oferta es penosa y la calidad es muy baja. Antes, aunque vivieras en la provincia más olvidada de España, tenías acceso a películas que eran fundamentales.
-Sin embargo, la divulgación del cine es hoy más fácil que nunca.
-Esa es la gran paradoja. También rodar ahora es mucho más fácil que cuando yo empecé. Y ya ves, es más difícil que nunca que el cine llegue a verse en condiciones. Es un cúmulo de mentiras sobre el que pocos se preguntan. Pero no atañe sólo al cine. Piensa en el periodismo. Nunca ha sido más fácil encontrar información y nunca ha sido más difícil encontrar un periódico bien hecho o una televisión con enviados especiales a un sitio que no sea una tormenta.
-La exhibición sigue apostando por hacer de la experiencia de ir al cine una cuestión casi exclusivamente adolescente. Ya no quedan apenas salas fuera de los centros comerciales. Woody Allen ya se quejaba de esto en los 80, pero ¿qué podemos esperar?
-Ese es el gran reto de la sociedad actual. No creo que haya confabulaciones ni manos negras detrás de nuestro modo de vivir, pero sí me parece que hay una tendencia a restar espacios a la sociabilidad, y esto puede conducirnos a un nuevo tipo de persona. Todo el mundo está acotando muchísimo su territorio. Nadie quiere poner en riesgo su comodidad. Por eso el móvil es el gran objeto de nuestro tiempo, pero el cine pierde ahí mucho de su capacidad de hacer salir a la gente, de ir a ver una película en grupo. Esa limitación tan radical puede generar una sociedad distinta. Todo es el móvil.
-El músculo de Dios, que decía Noam Chomsky.
-Una vez me invitaron a dar una charla en una asociación con un ambiente, digamos, de marcado carácter antisistema. Como vaya donde vaya soy bastante impertinente, les dije que yo no me creeré a ningún antisistema hasta que le vea pisotear su móvil. Porque el sistema hoy no son los partidos ni los bancos, ni la izquierda ni la derecha, sino el móvil. Pero claro, queda mejor el postureo.
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