Un día en la vida

Manuel Barea

mbarea@diariodesevilla.es

Atracción por el asco

La ciudad está emporcándose con el censo invadido por sus habitantes más puercos

La ciudad emporcándose, con el censo invadido por sus habitantes más puercos, acumulando porquería mientras los servicios de limpieza quedan en evidencia, ineficaces, estériles, insuficientes, incapaces, incompetentes ante toda esa inmundicia que se reproduce y crece: contenedores despanzurrados abrazados por bolsas de basura destripadas, extendiendo su alfombra putrefacta rodeada de colchones sudados, sillas paticojas, butacones podridos, cadáveres de televisores y espejos sin reflejo, con los parques reconvertidos en vertederos de botellas astilladas, vasos rotos, papeles y cartones y bolsas, y entre los parterres resecos de arbustos moribundos y flores marchitas calzoncillos y bragas y condones y tampones y pañuelos y pañales, y también calcetines y zapatos y guantes abandonados por sus gemelos, tirados puede que en la otra punta de la ciudad, o tal vez en cualquiera de las callejuelas de la parte más antigua, recalificada como inmenso urinario unisex en el que la peste de las meadas se funde con los efluvios de vomitonas en aceras cochambrosas sembradas de salivazos en las que las reinas son las cagadas de perros con amos cerdos que obligan al transeúnte a un eslalon nauseabundo mientras, atónito y con una mezcla de indignación y desengaño, lee en un pasquín del Ayuntamiento que no recoger las deposiciones de las mascotas está multado con 120 euros, una advertencia por lo que se ve tan despreciada por muchos como la de la empresa municipal que informa en un cartelón que Tu inodoro no es una papelera. Cuida tus tuberías o como esos avisos que ruegan en los servicios públicos que no se arrojen papeles al váter...

Y mientras toda esa mierda crece imparable hasta el punto de hacerse con el título de Signo de los Tiempos los gestores políticos de la ciudad, empachados de autocomplacencia y condescendientes con los tártaros a quienes más pronto que tarde terminarán suplicando el voto, se dedican a poner en valor gilipolleces, y cierta élite que se arroga la condición de hijos ilustres de la ciudad se embarca, sin detectar que están metidos hasta las rodillas en una inmensa fosa séptica, en debates sobre la altura de los edificios y defendiendo un sky line que sólo emerge en sus delirios.

Entretanto, muy cerca, desaparecen las librerías y cierran bibliotecas y hemerotecas. ¿Y qué? El papel ya no interesa. A algunos, ni siquiera el higiénico.

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