Salvador Gutiérrez Solís

Club de los paraguas perdidos

La tribuna

Club de los paraguas perdidos
Club de los paraguas perdidos

01 de abril 2018 - 02:40

Nunca llueve a gusto de todos, dice la centenaria sentencia popular, aunque en el pasado mes haya llovido para disgusto de casi todos, que puede ser una nueva reinterpretación de la centenaria sentencia popular. Digo esto y pienso en todos los paraguas que he fotografiado en las últimas semanas, algunos de ellos en condiciones muy lamentables, los pobres. Olvidados, perdidos, abandonados, tirados, incluso maltratados. Los he encontrado de todos los colores y tamaños, en lugares insospechados, pero también en mitad de un acera, a la vista de todos, como si fueran invisibles. Vilmente ignorados. Elegantes y canallas, sofisticados y grotescos, artesanales y low cost, he visto a los mejores paraguas de su generación arrumbados bajo la lluvia, en mitad de un charco, como si tal cosa, olvidadas ya todas las horas de abnegado y fiel servicio. Este sentimiento, entre lastimoso y reivindicativo, hacia los paraguas comenzó una tarde de jueves, 9 días después de que comenzase esta concatenación de lluvias y viento -el gran enemigo de los paraguas- que va a camino de convertirse en una nueva estación, si nos atenemos a su duración y perfilada personalidad -de invierno primaveral, o algo así-. Hasta entonces, mi relación con los paraguas había sido nula, por no decir inexistente, y jamás les presté la debida atención o les mostré sentimiento alguno. La indiferencia es hija de la ignorancia. El que me acompañaran era sinónimo de fastidio, de obligación indeseada, y por eso puede que no sintiera el menor remordimiento al perderlos en cualquier cafetería, tienda o cine. Solo me fastidiaba el dinero perdido, en el caso de haberlos comprado, porque los recibidos como regalo de alguna institución o marca publicitaria ni los echaba en falta, porque jamás les llegué a prestar la menor atención. Como si nunca hubieran existido.

Aún hoy soy incapaz de explicar o de argumentar la combinación de circunstancias que tuvieron lugar aquella reciente tarde de jueves para que mi percepción hacia los paraguas cambiara tan radicalmente. Lo cierto es que cuando vi a ese paraguas de toldo azul marino y elegante mango de madera, caoba, abandonado junto a la boca de una alcantarilla algo se removió en mi interior, y una sensación desvalida y punzante, una melancolía hiriente, desgarradora, se apropió de mí. Y pude ver una pareja, o tal vez fuera una madre con su hijo, o un abuelo con su nieta, o dos jóvenes enamorados, o una mujer sola, en realidad creí ver a muchas personas, a la intemperie, empapadas por la intensa lluvia, sin su paraguas protector. Sensación que se repitió, y que fue en aumento, al descubrir que la presunta excepcionalidad pasaba a ser una legión de paraguas perdidos, desvencijados, abandonados sobre en asfalto, de todos los tamaños y colores. Y un sentimiento de orfandad, para con los paraguas, pero también hacia todas esas personas presuntamente desprotegidas se adueñó de todo mi ser, y hasta ahora. Esa tarde de jueves marcó un antes y un después en mi relación con los paraguas.

Con la intención de que sus propietarios tuvieran conocimiento de su pérdida y localización, comencé a fotografiar los paraguas perdidos que encontraba a mi paso y a compartir las imágenes en las redes sociales -que han sustituido a las fotocopias grapadas en los postes de madera. Así fue como encontré a Ana, primero, a Manolo a continuación, también invadidos por el mismo sentimiento, como si se tratara de una epidemia emocional que no requiere de contacto para su contagio. Así es como ha nacido el Club de los Paraguas Perdidos que usted puede contemplar en las diferentes redes sociales. Tal vez encuentre ese paraguas que una tarde de jueves o de domingo o una mañana de sábado extravió, o tal vez encuentre un sinfín de posibles historias, de todos los géneros y poéticas, dramas e historias de amor, rocambolescas aventuras e intrigas urbanitas, tras las imágenes de los paraguas que forman parte de este club. Recuerdos, fragmentos de vida, tiempo compartido, que el viento o el olvido arrancaron de su mano.

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