Salvador Gutiérrez Solís

Cónclaves

La tribuna

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19 de febrero 2017 - 02:41

Como si se sintieran plenamente satisfechos de lo que son, de lo que han conseguido, como si ya no pretendieran nada más, como si se encontraran en el lugar perfecto, en el espacio más cómodo en el que nunca jamás quisieran estar, se saldaron los conclaves que celebraron, la pasada semana, Podemos y Partido Popular. Ya está, es lo que hay, no hay más cera que la que arde. El Popular parece un partido dirigido por un Mourinho de la política, desconozco si Arriola posee el título de entrenador. Todo vale si el resultado es satisfactorio, teniendo en cuenta que la satisfacción del resultado fluctúa según el minuto de partido y el rival. Después de varios años de escándalos relacionados con su financiación, de dirigentes enjuiciados y hasta condenados, después de varios años de cercenar derechos, empobrecer a la población y condenarnos a un futuro peor, mucho menor, después de varios años de fatiga, flama y plasma, después de varios años de mentiras, promesas incumplidas y sueños arrebatados, una victoria pírrica, un golito palomero en el tiempo de descuento, se ha entendido como un gran triunfo. Y Rajoy ha llegado al congreso de los suyos como ese rey cansado y anciano que desconoce hasta donde alcanzan los confines de su imperio, ajeno a la realidad, entregado a somnolencia pública tan característica suya, como si acabara de probar todas las atracciones de la Calle del Infierno. Acarajotado, como si este mundo y sus cosas no fueran con él, como Luis Enrique tras la abultada derrota de su equipo en París. Y, para desgracia nuestra, van con él, dependen de él, esas cosas, nuestras cosas, aunque se quede mirando extrañado, como un mamut un smartphone, ese rótulo en el que se puede leer , no sabemos a qué, que la azafata le entrega para la foto de familia. Cospedal, Cifuentes y demás plana mayor sonríen, exhibiendo nacaradas dentaduras, siguiendo el guión establecido. Y a marcar otro golito, si les dejan.

Escogieron Madrid, Vistalegre, para su gran cónclave, pero mejor les habría quedado Albacete, por aquello de sus célebres navajas, y hasta la jungla farragosa y húmeda en la que creímos ver los ojos animalescos del Coronel Kurt. Iglesias, community manager de su propia marca, pretende vender como feminización de su proyecto político lo que no deja de ser la lapidación, laminación o eliminación de Iñigo Errejón. Iglesias nunca ha creído en la igualdad de género, la ha ignorado u obviado a su antojo, y ahora me estremece el que la use como un pasquín que se diseña y se imprime en media hora, como una ocurrencia más con la que rellenar el tuit de turno. ¿En qué capítulo de Juego de Tronos vimos eso? Hediondo, lo llamaron Hediondo. Qué crueldad. Nos contó y cargó con lo que sigue llamando la vieja política y nos habló de regeneración democrática, de nueva política, de obviar las ideologías, tras apropiarse de la bandera del 15M, como el gran mesías de los indignados. Los cimientos del edificio construido en tiempo récord comienzan a exhibir una legión de grietas y de humedades, y hasta la fachada empieza a ser irreconocible. Lo vendieron como un hermoso loft con vistas al paraíso y ahora es un chabolo desvencijado que el viento de la inquina mueve de un lado para otro con suma facilidad. Fallan los cimientos, mal anclados a la tierra. Eso sí, ha quedado muy claro que el chabolo es de Pablo, que es su único y exclusivo propietario, y que está dispuesto a defenderlo con uñas y dientes, echando a cualquiera que pretenda colar medio pie dentro.

Rajoy e Iglesias, Iglesias y Rajoy, reafirmados, adocenados en sus peanas, cada vez más solos, cada vez más lejos, han conseguido que sus proyectos sean más ellos mismos, con lo que eso supone, nada bueno, nada enriquecedor para la escena política española, así como para el conjunto del país. Indiferencia, distancia, inacción, despotismo, control, personalismo -que no personalidad-, freno y retroceso. Mientras Rajoy es la imagen de la desidia, de la apatía, del sueño eterno, Iglesias es la del autoritarismo, la de no aceptar ningún crítica, consejo o reproche, incapaz de asumir nada que no haya gestado él mismo. Los mimbres perfectos para tejer lo que menos nos interesa: extremos incapaces de coincidir en un solo punto.

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