La tribuna
Salvador Gutiérrez Solís
Violencia de por vida
La tribuna
No es agradable volver a escribir sobre violencia de género a finales de noviembre, un mes de noviembre más, porque eso supone que más mujeres han sido asesinadas en lo que va de año. 39 mujeres asesinadas. Y comencemos por el correcto uso de las palabras. No muertas o fallecidas, no, la palabra correcta es asesinadas. Y es que me temo que el lenguaje es muy importante en todo lo concerniente a la violencia de género. Hablemos con claridad y, sobre todo, empleemos las palabras y, muy especialmente, los verbos correctamente. Durante siglos, sí, siglos, la palabra, verbo, que acompañó a la violencia de género fue la de aceptar, ya que se entendía que formaba parte de la normalidad en las relaciones entre hombres y mujeres. Era normal que sucediera, y sucedía, con total impunidad, además de vivir en el ostracismo, completamente invisibilizadas, tan solo empleadas en la crianza y cuidado de sus familias, las mujeres eran maltratadas con absoluta normalidad. Los tiempos cambiaron, pasaron los siglos, muchos, situémonos en el Siglo XX, y el maltrato de las mujeres por parte de los hombres comenzó a ser "mal visto", al menos públicamente, aunque eso no supuso que cesase. Hubo un cambió de verbos, simplemente, y la sociedad en su conjunto ignoró, olvidó, escondió o eludió la violencia de género. Todos sabían que esa mujer que aparecía con un ojo morado en la panadería explicando que se había dado con el pomo de una puerta estaba mintiendo y que en realidad había recibido una paliza por parte de su marido. A la vergüenza por lo que le había sucedido se le unía la vergüenza por lo que los demás sabían. El reconocimiento de la violencia hacia las mujeres derivó en una sospecha continua hacia las mismas, y comenzó a extenderse el repugnante "algo habrá hecho", y también empezó a elaborarse esa irracional teoría, mil veces cantada, que relacionaba los celos, la posesión y la violencia con el amor. Y nada puede estar más lejos del amor.
Es mérito de las mujeres, esas mujeres valientes y osadas que se atrevieron a hablar y a reivindicar el feminismo a finales de los año setenta, el que comenzara a denunciarse la violencia de género, aunque siguiera sin denominarse de esa manera. Pero esas misteriosas muertes de mujeres, se culpaba con frecuencia a los celos, qué cosas, comenzaron a calificarse como lo que realmente son: asesinatos. Tuvimos que esperar a los años noventa, a la IV Conferencia Mundial sobre la Mujer en Beijing, en 1995, para escuchar la definición, que terminó de ser acuñada y extendida por la ONU unos años después, en 1999. Fecha desde la cual el 25 de noviembre, en buena parte del mundo, todavía hay países en los que la violencia contra las mujeres es una práctica habitual y permitida, se conmemora el Día Internacional Contra la Violencia de Género. Un día en el que todos, la sociedad en su conjunto, deberíamos avergonzarnos cuando volvemos a escuchar esas cifras que son sencillamente aterradoras. Cifras que, tras cada número, esconden decenas de historias de miedo, sumisión, salvajismo, maltrato y violencia. Y muerte.
Avanzamos cuando hace unos años comenzamos a denunciar y a repudiar públicamente la violencia de género. Le sacamos una tarjeta roja. Y gracias a eso, porque ya no se sintieron tan solas, muchas mujeres se atrevieron a denunciar la pesadilla en la que se había transformado sus vidas. Avanzamos, sí, pero hay que dar un paso más, que tal vez sea el definitivo. Tenemos que, entre todos, ser capaces de actuar de forma unitaria y arrinconar a los maltratadores, apartarlos de nuestra sociedad, hacerles ver que no tienen cabida, que no son dignos de que convivan entre nosotros. Expulsarlos. Y, como se señala en el lema escogido por la Junta de Andalucía, tenemos que hacer frente a la violencia de género. Combatirla sin matices, más allá de un hashtag, más de un día, después de una manifestación o no sólo tras exhibir un lazo blanco, todos los días. Cara a cara. Reconocerla y denunciarla, proteger a la que la padece y castigar al que la ejerce. Porque mientras una sola mujer sea asesinada por su pareja, la definición de sociedad estará incompleta.
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