La tribuna
Salvador Gutiérrez Solís
Violencia de por vida
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Después de lo leído en los últimos días, tanto por parte de reputados críticos cinematográficos, especialistas de todo y más, filósofos de las redes sociales y otros intelectuales de la más alta intelectualidad, supongo que casi rozo el analfabetismo cultural al afirmar que he disfrutado, mucho, viendo La La Land. Ya saben, esa película de moda, un musical, la de la pareja bajo la farola, que ha ganado la mayor cantidad de Globos de Oro que jamás se hayan concedido, a todos a los que estaba nominado y que va camino de hacerlo, igualmente, en los próximos premios Oscar, donde ha sido nominada para catorce modalidades. En estos días me he dado cuenta que a los premios de cine le sucede lo mismo que a los literarios, si los gana un colega o uno de mi cuerda me gustan, y si no es que son basura, escoria, están comprados y todas esas cosas que se dicen sin ningún tipo de pudor. En definitiva, lo del color del cristal en toda su dimensión. Hay quien argumenta, para descalificar la película de la que nos ocupamos, que secuencias musicadas y bailadas, parecidas más o menos, ya se han dado a lo largo de la historia del cine, y se quedan tan panchos. Pues claro, pues claro. Defina homenaje. Por esa regla de tres, no vuelva a comprar una novela en su vida, con leer tres de Balzac le vale; ¿para qué volver a ir al cine después de John Ford y Hitchcock?, que ya nos han contado todas las historias de amor, ambición, celos o traición posibles. Que no hagan más películas, por favor, valiente desperdicio, que ya está todo filmado, todo. Pues claro que hay referencias, multitud y no hay que ser un especialista en la materia para descubrirlas, y hasta muy descaradas y evidentes homenajes, claro que sí, pero es que yo no conozco un creador, me da igual la disciplina, que construya su obra a partir de la nada. Y si lo hay, es un auténtico ignorante, además de la persona con menos inquietud que podamos encontrar. Una ameba cultural.
También hay quien dice que es un extenso e interminable videoclip, que más que un insulto me parece un elogio, no nos olvidemos que se trata de un musical, una película musical. Vaya, con lo que se elogió esa estética en los primeros y grandiosos títulos de Ridley Scott o de Nolan, por ejemplo, entre otros muchos, y ya no molan, ya no gustan, ya es una cosa de mal gusto, de baja intensidad cultural. Ahí dejo el término para que alguien se devane los sesos: alta (y baja) intensidad cultural. No se queme, que la vida es corta. Otra crítica que he leído, de una gran y alta intensidad cultural, insisto, es que se trata de una película ñoña. Sí, eso, así, y lo dicen tal cual: ñoña. Defina ñoña. ¿Y si lo que usted considera ñoño yo lo considero romántico, y viceversa? ¿Tiene el amor, el enamoramiento, un componente ñoño? Definamos amor, definamos enamoramiento. Qué bello es vivir, Memorias de África o Casablanca, Audrey Hepburn de mis amores, mi idolatrada Jane Austen, qué hicisteis, no tenéis sitio en este mundo sin emociones, donde todo tiene que ser blanco o negro, todo abrupto y seco, rugoso, formato lija, no es tiempo de caricias, así que no se acerque usted que raspo.
Para gustos, colores, dicen. No me tuvieron que convencer para ir al cine a ver La La Land, todo lo contrario, necesitaba verla. Una película que me atrapó desde el primer momento, desde esa maravillosa secuencia inicial en la autopista. Una película con dos actuaciones memorables, tanto la de Emma Stone como la de Ryan Gosling, y era muy fácil que salieran mal parados; filmada impecablemente por Damien Chazelle, que consigue que en ningún momento la intensidad decaiga y que crea un alucinante espectáculo visual, que te seduce y envuelve. Y, sobre todo, lo que más me ha gustado de La La Land es que se trata de una película que he podido disfrutar con mis hijos y sobrinas, al mismo tiempo, y que la han disfrutado del mismo modo que yo. Una película necesaria, de verdad, un bálsamo, un beso, dos horas de buen rollo, de cariño, de ternura, de amor, en este tiempo tan árido. Es de agradecer la emoción, que te cosquilleen los ojos de vez en cuando, aunque sea con una ñoñería, que para las cosas serias ya tenemos todos los días.
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