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Cuando muere un poeta recurrimos a una coletilla con la que consolarnos: queda su obra. Coletilla que hemos repetido en demasiadas ocasiones y antes de tiempo, mucho antes de lo previsto, en los últimos meses. Entonces, esa coletilla es falsa o no es del todo correcta. Cuando los poetas que se van son jóvenes, tan jóvenes, además de la tragedia humana, irreparable, añadamos el incendio literario, todos esos poemas, todas esas obras, que no disfrutaremos. Eduardo García y Nacho Montoto se fueron antes de tiempo, demasiado pronto, inesperadamente. El dolor de las ausencias permanece intacto. La herida abierta. Sin embargo, escondidos en las entrañas de sus discos duros, epílogos previstos o circunstanciales, afloran nuevos y desconocidos poemas que nos trasmiten un instante de alivio, demasiado fugaz me temo, aunque siempre debemos entenderlos como un regalo, como ese extra que ya no esperábamos. O como esa canción que suena por sorpresa cuando creíamos que había finalizado el disco. O, también debemos entenderlo, como La lluvia en el desierto, tomando prestado el título de la antología poética de Eduardo García que la Fundación José Manuel Lara acaba de publicar, en su valiosísima y reputada colección Vandalia. En el prólogo, mimoso, certero y cálido, Andrés Neuman escribe: Quizás los verdaderos poetas sean esos. Los que nos inducen a recordarlos en su propio estilo. A revivirlos como si nuestra memoria la hubieran escrito ellos. Eduardo García, como poeta, pero también como persona, a lo largo de los años definió su propio ser, como un hecho esencial en su representación exterior. Único e irrepetible, voz precisa cincelada a través del tiempo y de los poemas, a golpe de talento, pero también a golpe, golpetazos, de constancia y vocación. El hombre y el poema. Vida y poesía.
Emociona, y entiendo que no solo a los que fuimos sus amigos, volver a escuchar, sentir, a Eduardo en primera persona: Siempre he creído que escribir poesía es el mejor método de soñar despierto, apunta en su poética. Y, en lo que se puede entender como una auténtica declaración de intenciones, confiesa Eduardo: Escribimos poesía para dar a entender lo que la lengua común no puede expresar. Además de poemas editados en otras colecciones y antologías, Corazón loco, tanto amar tu cuerpo me sabe a poco, La lluvia en el desierto nos regala los dos últimos poemarios de Eduardo García. Por un lado, el poeta más realista, reivindicativo e indignado que hayamos conocido, en La hora de la ira, trasladando el sentir de la calle a sus poemas: Ten piedad, Señor de las desahucios, de la herrumbre que roe el tenedor. He de reconocer que me ha costado, mucho, leer Bailando con la muerte, la obra en la que Eduardo, consciente plenamente de su enfermedad, transcribe sus últimas emociones. Me quedé sin aliento cuando leí: Ya no me reconozco en el espejo. Ese espejo tan presente en toda su obra. Cuando la muerte venga a reclamarme no me va a sorprender desnudo y solo, tendré un montón de historias que contarle, se enfrenta Eduardo al final, con ese elegante descaro suyo. Conmoción, emoción y admiración, renovadas, tras leer: Si todo ha de acabar, muerde muy fuerte cada hora que le robas a la muerte. Lección de vida en toda regla.
Los que amamos la poesía y los que hemos seguido con pasión y pulsión la obra de Eduardo García, que es decir lo mismo, se trata del mismo amor, tenemos que agradecerle mucho a la Fundación Lara, a su máxima responsable, Ana Gavín, esa titán literaria a la que tantos autores le debemos tanto, a Ignacio Garmendia, ejemplo de editor, a Federico Abad, el amigo sin desmayo y, sobre todo, a Rafi Valenzuela, su compañera, confidente, albacea y todo lo demás, por esta La lluvia en el desierto, que es un emocionante y necesario recorrido por la trayectoria literaria de uno de los grandes nombres de la poesía española de las últimas décadas. Se fue el poeta demasiado pronto, queda su obra, ahora recuperada en toda su inmensidad, pero a mí me sigue pareciendo muy poco, me habría gustado disfrutar muchísimo más, tanto de la persona como del poeta. Siempre echaremos en falta esos poemas y esos momentos que seguirán latiendo en nuestra memoria. Déjame bailar a pierna suelta una semana, un mes, un día más.
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