Cómo perdió Andalucía el miedo a Vox
El partido de Abascal irrumpió en diciembre con casi 400.000 votantes, ahora supera los 800.000 y reparte a sus seguidores de un modo tan trasversal que nunca pudo el PP
Las claves del éxito son el nacionalismo español renacido ante las revueltas catalanas, la emigración y la empatización con los sentimientos rurales
En toda la costa andaluza, Vox es el segundo partido o el primero, y está presente en todas las poblaciones del interior
El análisis sobre el estallido electoral de Vox en Andalucía requiere suspender el término análisis. "Esto es más sencillo", advierten desde el cuartel general de Vox en Sevilla. Y es cierto. Hay un elemento político que es tan poderoso como en su día fue la lucha de clases, las aspiraciones sociales de hoy o la necesidad de orden: es el nacionalismo. El sentimiento identitario es común a todo el electorado, pero es necesario que ése se sienta agredido para que esa emocionalidad prime sobre otros intereses. Es nacionalismo, es patria, es España, como deseen llamarle. Ése es el hilo común que teje a todo el electorado de Vox en Andalucía, por eso es un "movimiento" trasversal que se extiende por casi todas las clases y todos los territorios. Vox ha conseguido lo que nunca logró el PP en Andalucía, ser popular en el sentido más universal del término.
En su sólo año ha logrado aumentar su apoyo electoral en Andalucía en medio millón de votos. Irrumpió en las elecciones autonómicas del 2 de diciembre con 395.978 votos; fueron 611.220 en las generales del 28 de abril, y 867.429 el pasado domingo. Su caldo de cultivo es ese nacionalismo español que no ha requerido de expresión hasta la revuelta de Cataluña, y al que se añade como segundo elemento de fuerza la inmigración ilegal. Ya no es sólo El Ejido, Roquetas o Algeciras, donde viven muchos inmigrantes, sino Lepe, Lucena del Puerto y Cartaya, en el otro extremo, municipios onubenses muy agrícolas donde el partido verde ha sido la primera fuerza.
Si Vox es un partido de extrema derecha, Andalucía tampoco debe ser ya Andalucía, los grandes posicionamientos ideológicos no cambian de un año para otro. Es el segundo partido en Dos Hermanas, en Lebrija, en Carmona, en Arcos y en Alcalá de los Gazules, más que de extrema derecha debe ser de derechas a las claras.
De cañas dando caña
Vox se presentó en Sevilla en el año 2014. En el Hotel Inglaterra, en la plaza Nueva. No hubo mucha gente, pero faltó lo esencial: una UVI móvil porque la avanzada edad de aquellos nostálgicos podía desencadenar una desgracia allí mismo. En la pasada campaña, Iván Espinosa de los Monteros convocó uno de sus debates llamados de Caña por España en La Iguana, un bar de tapas y copas cercano al Guadalquivir. No es que se quedase pequeño, es que la mayor parte de ellos eran jóvenes, muy jóvenes. El concepto de Cañas por España lo define; pocas cosas hay más españolas que una discusión en torno a una cerveza, no es el Cid Campeador o los Tercios de Flandes, es la caña, la tortilla de patatas, lo nuestro. Y en su doble acepción: cañera. Ya lo decían los viejos socialistas: Alfonso, dales caña.
El sentimiento español, incluso el orgullo si desean llamarlo así, salió de la Transición muy mal parado, el nacionalcatolicismo fue una condena totalitaria insoportable, de ésas que se cuelan por las rendijas de las casas y llegaba hasta la cama. Pero Franco murió hace muchos años, y hay miles de jóvenes que han crecido sin ese sostén nacional. Los cachorros vascos y los catalanes han lucido con orgullo su panoplia de símbolos, la ikurriña y la estelada han sido omnipresentes, un símbolo de pertenencia al grupo que se lleva en una camiseta de deportes o en la carpeta de la universidad, pero para los españoles esto ha sido diferente: el despreciativo de facha ha sido escupido por demasiadas bocas para denunciar cualquier conducta españolista.
La revuelta catalana ha sido la gasolina que ha prendido este nacionalismo español renacido. La violencia practicada en las calles de Barcelona y en las principales ciudades de Cataluña en plena campaña electoral terminó por asentar la respuesta más dura. El líder de Vox, Santiago Abascal, dio un mitin en Dos Hermanas en la semana central, unas 4.000 personas, pero lo que más llamó la atención de los observadores ajenos a esos seguidores fue la juventud de los congregados y la asistencia de padres con niños. Esto no son los mítines de Fuerza Nueva de los años setenta y ochenta, cuando los azulados blindaban los alrededores de sus concentraciones con carteles distintivos de su Zona Nacional; esto es un movimiento vehemente pero no violento.
A este sentimiento identitario se suman varios factores más: la inmigración, el principal de ellos; la reacción de algunos sectores a las leyes de género, y la preocupación por la ocupación ilegal de segundas viviendas en municipios turísticos. La costa andaluza es azul verdosa, desde Huelva a Almería o Vox es el segundo partido o es el primero. Hay que considerar que con una derecha fraccionada en dos grandes partidos, el PSOE es el partido más votado en muchos municipios, pero ese rojo en el mapa es engañoso, en casi todos las derechas suman mucho más.
Por si todo este cúmulo de emociones y de razones fuesen pocas, Vox supo fijarse en otro grupo de ofendidos que son multitud. En España hay cerca de un millón de federados, algo más de 100.000 en Andalucía. La caza no es un deporte, es un modo de entender la relación entre el hombre y la naturaleza y, con la aparición del movimiento animalista, los cazadores se sienten perseguidos. Los partidos tradicionales de izquierdas como el PSOE o el PCE nunca persiguieron la caza, como tampoco los toros, pero los nuevos movimientos sociales asociados, sí.
El PP en retirada
A esta ecuación le falta una apreciación. Los otros dos partidos conservadores, Ciudadanos y el PP, también conectan con esta emocionalidad. Ciudadanos nació en un ambiente hostil, Cataluña, como reacción contra el nacionalismo catalán, las biografías de Albert Rivera o de Inés Arrimadas son tan heróicas como la de Santiago Absacal en Amurrio, pero el partido naranja terminó por confundir a todo su electorado, el de derecha y el situado más la izquierda. Lo de la derecha veleta ha sido, al final, una cruel sentencia sobre el partido de Rivera.
¿Y el PP? Si hay un partido que deba estar preocupado por el estallido de Vox, ése es el PP andaluz. Le restan 7.000 votos para adelantarlo en el conjunto andaluz. En municipios tan importantes como Chiclana y San Fernando, en Marbella y Cádiz, Estepona y La Línea, lugares donde el PP ha gobernado mucho tiempo, Vox es la segunda fuerza, y es que muchos electores han seguido un camino que les llevó desde los populares a Ciudadanos, y de Ciudadanos al partido de Abascal. En los distritos más ricos, el elector de Ciudadanos se fue hacia el PP; en los más pobres, a Vox.
En pueblos de la Sierra de Cádiz, como Arcos, que es cabecera de comarca, o Alcalá de los Gazules, con una importante tradición socialista, Vox ha sido el segundo partido más votado sin que haya referentes en el municipio. No hay aún agrupaciones locales no hay líderes domésticos, pero hay votantes. Como el PSOE, el PP fue señalado por buena parte del electorado como formaciones caducas, manchadas por la corrupción e ineficaces para resolver los problemas económicos enquistados en amplios sectores sociales. Y, además, la organización popular se ha resentido en muchas comarcas andaluzas, han desaparecido las terminales que llegaban a todos los pueblos y esos antiguos votantes se han visto seducidos por Vox.
El PP ha tenido cierto respeto, cobardía le llaman en Vox, por entrar en las comarcas más socialistas de Andalucía, casi se conformaban con una representación simbólica, y en esos lugares los de Abascal han entrado a saco para conseguir el apoyo de esos huérfanos de partido. El traslado de los restos de Franco del Valle de los Caídos a Mingorrubio es posible que no le haya dado ni un voto más al PSOE, como ha explicado en este diario Pedro Sánchez, pero es seguro que a Vox le ha regalado bastantes.
El programa
El programa electoral de Vox consta de 100 medidas urgentes, y entre éstas figura la derogación de las leyes de memoria histórica, así como las de género, que es el otro caballo de batalla de los verdes. Vox está en contra del aborto y a favor de deportar a todos los inmigrantes en situación irregular en España, así como impedir de por vida la regularización de quien haya entrado de modo ilegal.
Pero los elementos más disrruptores son los territoriales y económicos. Lo que Vox propone es el final de la España de las autonomías para volver a un modelo centralista que sus dirigentes suponen que es más eficaz. Es cierto que lo enmarcan en un proceso de reforma constitucional, pero el cambio es tan profundo que su propuesta trasmuta por completo la Constitución. La pluralidad política, consagrada en el texto, impide la prohibición de formaciones que estén en contra de la unidad de España, y la diversidad territorial, otro de los principios básicos, protege los autogobiernos de las nacionalidades y regiones.
Entre sus propuestas económicas está la creación de un tipo único del IRPF, al 22%, lo que acabaría con la progresividad fiscal. Sólo la parte de los salarios superiores a los 60.000 euros anuales tributaría con un 30%, casi 15 puntos menos que algunos tramos actuales.
Nadie en el PP se hubiese atrevido a dar ese golpe a la redistribución de la renta en el país, pero cada campaña electoral se escribe en un marco donde hay temas que fagocitan a otros sin que los más discutidos tengan por qué ser los más importantes. Vox también puede ser como Ciudadanos, un momento, un estallido. Y de hecho muchos de sus dirigentes saben que tienen miles de votos prestados, pero también una base sólida que no es pequeña.
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