Oumar, el futbolista
La otra cara del deporte
Frederic Kanoute, el delantero del Sevilla, ha sido premiado por Unicef por su ayuda y compromiso con los niños de Malí, el país de su padre y de su esposa
Apenas conoce unas palabras en bambara, la lengua en la que se comunica el 80% de la población de Malí, pero no le hace falta para saber qué es lo que piden los niños africanos que sueñan con ser futbolistas. Mueren por falta de comida o atención médica. Lo descubrió hace unos diez años, cuando volvió al país natal de su padre y, “con ojos de adulto”, comprobó cuál era la realidad. “La primera vez que estuve en Malí tenía 9 años, aquello era perfecto entonces para mí, descubrí uno de los lugares más bonitos del mundo y me impresionó ver la libertad que tenían los niños”, recuerda el delantero, un francés de Sainte Foy Les Lyon que en septiembre cumplirá 31 años.
Es uno de los cracks del Sevilla Fútbol Club y una estrella de la selección de Mali, un campeón dentro y fuera del campo cuya labor solidaria acaba de ser reconocida por la organización mundial Unicef con el título honorífico de Champion for Children.
Su infancia no fue difícil. Frederic Oumar Kanoute creció feliz en esa localidad de la periferia de Lyon donde conviven multitud de razas y culturas. Con seis años era un niño travieso que despuntaba en el fútbol e ingresó en un pequeño club local. Ahí empezó su carrera futbolística y también su formación, una educación en valores que sus padres reforzaron y que le condujo hasta la universidad. Pero su primer contrato profesional, en el Olympique de Lyon, trastocó sus prioridades y abandonó sus estudios de Lenguas Extranjeras.
Entonces tenía 18 años y aún no sospechaba el giro que su vida daría tras debutar en el fútbol profesional. Desde la Europa de las oportunidades y los fichajes millonarios volvió a viajar a Malí, para conocer los orígenes de su familia paterna y una parte de él se quedó allí, con cientos de jóvenes que combaten su frustración dando patadas a un balón despellejado en un solar al que nunca llegará un ojeador. Después de cada visita, y ya ha hecho varias, Fredi regresa, pero Oumar se queda siempre. “Siento que tengo que ayudar a ese país, a su desarrollo y eso es lo que intento con mi fundación”, explica.
Su compromiso tiene un firme pilar, su esposa Fátima, una joven maliense de 34 años que vivió hasta los nueve en Bamako. Hasta allí llegan muchos niños, abandonados por su padres, que acaban mendigando en las calles para poder pagar un techo y una comida. Fátima ayuda activamente al delantero en su proyecto solidario, la construcción de una Ciudad de los Niños, y sus hijos tampoco están ajenos a la historia. “Ellos han ido ya dos veces a Mali y se extrañan de muchas cosas que observan, pero es bueno que las conozcan”, comenta. El mayor ya ha cumplido cinco años y ambos no conocen más que las comodidades de Londres y Sevilla, donde se educan con un espíritu deportivo. “El deporte es una clave para la educación. Yo, además de fútbol, he practicado baloncesto y artes marciales; todo eso te ayuda al desarrollo”, relata.
Ibrahim e Imán son, en palabras de su padre, “sevillanos de verdad”. Él se sentía francés hasta que a los 20 años se planteó su identidad. ¿Europeo o africano? En 2004 tuvo la oportunidad de elegir entre jugar en la selección maliense o en la francesa y disipó todas sus dudas. “Malí me tocaba mucho”, argumenta convencido de que esa doble identidad le enriquece. Hoy es una de las estrellas de África y ha cumplido su sueño de emular a sus grandes ídolos de la infancia: Abedi Pelé y George Weah. Entonces era simplemente uno de los tres hijos de Oumar, un humilde trabajador que emigró con 20 años y al que le apasionaba el fútbol y el boxeo, y de Danielle, una francesa que daba clases de Filosofía en un liceo.
El padre de Kanoute, tras jubilarse y dejar la fábrica, entrena a un equipo local de niños en Lyon. El futbolista agradece la educación que ha recibido de sus padres. Ellos le formaron y luego le dejaron decidir. Con libertad, cuando tuvo 21 años, optó por el islam como religión y se convirtió a la creencia de su padre. Cuando acude a las mezquitas a rezar también es Oumar, uno más y el mismo que, tras marcar, levanta los dedos y mira hacia el cielo “para dar las gracias al Creador por todo lo bonito y lo bueno que tenemos, no es un gesto frío, sino de alegría y respeto”, explica. El más celebrado por él fue el gol de la final de Copa con el Getafe, el pasado junio, un tanto muy importante “porque no se gana un título con un gol propio todos los días”, relata satisfecho y convencido de que su mejor etapa profesional es la actual, en el Sevilla.
Kanoute cree que la fe nunca es un obstáculo, ni en el deporte, ni en ningún ámbito de la vida y rechaza la intolerancia y la violencia. Son lacras que, según él, se repiten en todas las sociedades, en la europea y en la africana, pues ninguna escapa de la frustración y el fracaso. “Hay que erradicar el racismo y la UEFA es un buen ejemplo de la lucha contra este problema”, afirma.
El delantero tiene un talante sereno y habla de manera pausada y muy reservada. En Sevilla, y antes en Londres, donde jugó en el West Ham y el Tottenham Hotspur, su vida transcurre entre su trabajo y su familia. Le gusta viajar y se relaja leyendo en sus desplazamientos, ahora casi todos de trabajo. “Antes de fichar por el Sevilla sólo había venido a Andalucía una vez, de vacaciones, cuando estuve en Granada y luego viajé a Murcia”, comenta el futbolista que cuenta a su familia que en Sevilla “se vive bien” y que el clima es muy agradable. “A mi familia de fuera también les gusta el sol, la arquitectura y las pequeñas calles del centro de la ciudad”, explica Kanoute, que reside en una urbanización del Aljarafe sevillano, a pocos kilómetros de la ciudad.
Sus aficiones son poco exóticas: le gusta la comida africana y disfruta descubriendo nuevos sabores, como la paella. Aunque también se deja enamorar por la moda y coquetea buscando un estilo deportivo y acorde con su personalidad que muchos de los que le conocen bien definen como “especial”. “¿Que si soy un futbolista poco convencional? No lo sé, yo sólo pienso en lo mío, hago mis cosas y ya está”, responde Frederic, que suele establecer con claridad cuáles son sus prioridades. Las profesionales son meter a su equipo en la Champions.
Lo consiga o no, cuando regrese de nuevo a Malí seguro que será recibido como un profeta, como un dios. En el país africano habla en francés y, aunque desconoce otras lenguas locales, sabe que su apellido significa “amado”. Frederic es amado por su juego elegante y Oumar por su solidaridad. Dos identidades y un solo Kanoute.
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