Tribuna Económica
Joaquín Aurioles
Estabilidad financiera y geopolítica
NO pensaba ser presidente de la Junta de Andalucía, sino jubilarse como vicepresidente de su amigo Chaves. Pero lo fue desde abril de 2009 por una carambola ideada por Zapatero. Creía, como todo el mundo, que iba a perder las elecciones andaluzas de 2012. Ya había perdido al frente del PSOE andaluz las municipales y las generales, por vez primera en la historia autonómica de este partido. Pero tuvo una idea inteligente: las aplazó hasta marzo. Para beneficiarse del desgaste de Rajoy en sus primeros meses de ajustes y recortes disfrazados de reformas. Fue su salvación.
Cierto que cayó derrotado por Javier Arenas, pero la mayoría relativa del PP resultó insuficiente y pudo permanecer como presidente de la Junta gracias a un pacto con Izquierda Unida. Contra todos los augurios de inestabilidad derivados de la larga hostilidad entre PSOE e IU, el gobierno bipartito se ha consolidado, y con él Griñán ha fortificado su liderazgo en el socialismo nacional.
Tampoco es algo que hubiera buscado expresamente, aunque cuando la vida le ha deparado la oportunidad de ejercerlo lo ha hecho a fondo. Ya digo: después de haber sido varias veces consejero de la Junta, dos veces ministros y otros altos cargos, el inspector -de Trabajo- Griñán pensaba en la jubilación, los nietos y otras ocupaciones más íntimamente placenteras que públicas.
Las cosas se conjuraron para que dejara huella antes del retiro. Primero, conservó inesperadamente el Gobierno andaluz que, después de la debacle municipal y autonómica, se convirtió en el bastión de poder institucional más importante -y casi el único- en manos del PSOE. Y él estaba a la cabeza. Lo estuvo más cuando comprendió que no podía gobernar como quería la comunidad autónoma sin controlar el partido. La bicefalia con Chaves no funcionó ni unos meses. Provocó un congreso y le arrebató la secretaría general del PSOE andaluz. A costa de dividir a la organización. Y a costa de su amistad antigua e íntima con Manuel Chaves (recuerdo la primera campaña de éste, el candidato a palos, en 1990: se trajo sólo a tres colaboradores de Madrid, y uno era Pepe Griñán). Insisto en que tal vez no ambicione en exceso el poder, pero cuando lo tiene lo ejerce sin cortapisas ni ambages.
Con la autonomía andaluza revalidada gracias a IU -que le ha obligado a diversos guiños izquierdistas- y el poderoso PSOE andaluz a sus órdenes, José Antonio Griñán accedió sin problemas a la presidencia federal del PSOE (y eso que apoyó a la candidata Carme Chacón en lugar de al triunfante Rubalcaba). No es, con él, una presidencia honorífica o testimonial. Desde ella Griñán ha impulsado debates, condicionado la política de Rubalcaba e impartido doctrina a un socialismo en estado de desconcierto tras el fiasco del último Zapatero y ansioso de orientaciones y certezas que sólo podían venir del compañero que salvó los muebles del partido a nivel nacional. La única excepción notable -Asturias es otra cosa- del naufragio general.
Ahora, ayer, ha querido ofrecer a los militantes de toda España una sucesión aparentemente ejemplar. Una hoja de ruta con voluntad de exportación en contraste con las fallidas sucesiones que han caracterizado al PSOE a distintos niveles. Lo ha hecho, en primer lugar, para satisfacer sus íntimos deseos de retirada. En segundo lugar, con aprovechamiento político inmediato de una coyuntura adversa: descolocando a sus aliados circunstanciales (IU) y a sus adversarios (PP), que no tienen resueltas sus candidaturas a la Junta. También, desviando el foco de atención del Debate sobre el estado de una comunidad que sigue a la cola de España en numerosos índices socioeconómicos y que está atravesada por el escándalo de corrupción de los ERE, surgido a la sombra de la gobernación socialista y con él de consejero de Economía durante buena parte de su recorrido.
En este contexto ha designado a su sucesora, la consejera de Presidencia, Susana Díaz, que es, junto a Mario Jiménez, su persona de máxima confianza. Ninguno de los dos ha trabajado en nada que no sea la política. De ninguno de los dos se puede decir que, como él, carecen de ambiciones. Más bien todo lo contrario. Digo que la ha designado porque el procedimiento elegido -primarias convocadas de inmediato por el comité director- será apenas una formalidad. Probablemente los críticos nostálgicos de Chaves serán incapaces de enfrentar a otro candidato, o candidata, con Díaz. Y si lo hacen, perderán con toda seguridad. La correlación de fuerzas internas le es netamente favorable (a Díaz, me refiero).
Pasado el trámite, Pepe Griñán se retrata a sí mismo como impulsor decidido de la renovación del partido y la regeneración democrática (dos mandatos como máximo), y todavía conserva en la recámara una baza que no dudará en utilizar si lo cree necesario: dimitir antes de que acabe la legislatura para que Susana Díaz le sustituya en la Presidencia y afronte desde ella las próximas elecciones autonómicas. Otra ventaja añadida sobre sus rivales, aún ignotos, de PP e IU.
Con esta hoja de ruta bien definida -que también le deja margen de maniobra para adelantar las elecciones si se rompe el casi idilio con IU-, el presidente federal del PSOE manda, finalmente, el mensaje rotundo que escenifica su liderazgo en el socialismo: esto que yo hago en Andalucía es lo que Rubalcaba tiene que hacer en España. O sea, convocar primarias a la Presidencia del Gobierno y anunciar que no va a presentarse. No hay más que oír las declaraciones del propio Rubalcaba o de Chaves insistiendo en que la retirada de Griñán es un asunto puramente andaluz para concluir lo contrario: es un asunto federal. Afecta al PSOE en su conjunto.
Procede el relevo generacional. Aunque el relevo de Griñán lo va a acometer saltándose algunas generaciones intermedias. Él tiene 67 años. Susana Díaz, 39. Cuarentones y cincuentones no cuentan para el salvador del socialismo náufrago.
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