Susana Díaz reitera argumentos en sus actos para las primarias

Repite en Córdoba el discurso con el que inició su 'minicampaña' en Antequera Planas apela a la "generosidad" de los militantes

La consejera de Presidencia, Susana Díaz, organiza un encuentro con militantes en un restaurante de Córdoba.
Fede Durán Sevilla

10 de julio 2013 - 05:04

La vida es cuestión de tiempos, de sensaciones, de pálpitos. Los de Susana Díaz, consejera de Presidencia de la Junta, mano derecha de José Antonio Griñán y favorita indiscutible a sucederle como próxima candidata del PSOE-A a la Junta, están tan claros que la eximen de cualquier esfuerzo creativo y audaz. Ayer, en Córdoba y ante decenas de militantes -muchos más de los que públicamente se acercan a sus rivales en las primarias del partido-, calcó su discurso de Antequera, el que marcaba el debut de esta minicampaña electoral en clave interna, demostrando así que en realidad no necesita ni un gramo de imaginación para cantar victoria.

Luis Planas, también consejero (de Agricultura) y principal oponente de Díaz, es el vivo contraste del sistema de castas andalusí: la suya es una travesía por el desierto de los obstáculos formales. El aparato socialista se parapeta tras el reglamento que regula las primarias a escala nacional para negarle acceso al censo y por lo tanto a los militantes. Sin censo ni militantes, claro, no hay avales. Y sin avales ni siquiera hay votación.

La aplaudida Díaz repite lo de la unidad, la humildad, la igualdad y la fraternidad en una letanía de resonancias zen. Repite que el PSOE es progreso, que nunca trabajó en el sector privado para dedicar sus horas a la "política digna", que Andalucía es I+D y un sector agroalimentario fuerte y "una red de puertos" (cuando sea relevo oficial de Griñán tras el paripé, alguien debería explicarle en dos tardes nociones básicas de economía, aunque sea por adornar y estirar esta parte de sus discursos).

El patito feo Planas, algo más original, aclara que lo suyo "no es una conspiración contra nadie, ni una petición de nadie"; apela a la "generosidad" de la militancia a través de una carta colgada en Twitter; presume de trayectoria y formación; y recuerda que unas primarias sin urnas harían "incompleto el proceso", que es una manera muy fina de hablar del simulacro orquestado desde la calle San Vicente.

Díaz la vitoreada promete "transparencia" como antídoto contra el desafecto ciudadano e insiste en recuperar el prestigio de la política, olvidando a la vez que ambas son precisamente las exigencias de Planas para que la gente no observe la escena como el enésimo despropósito de un gremio que suspende todas las encuestas a ojos del cribador civil y que coloca a España -ERE, Bárcenas, Palau, Nóos- entre las peores marcas mundiales.

Planas el zancadilleado sostiene que sólo quiere que el votante socialista tenga la libertad de escoger una papeleta en secreto sin la presión de ese Gran Hermano que es el partido hegemónico en Andalucía. Porque muchos compañeros temen señalarse y sólo irán contra Susana tras el velo de una cortina. Porque Planas, en el fondo y pese a los baches, confía en dar la campanada si el miedo deja de ser el factor clave.

La bendecida Díaz sonríe a todos, se rodea de pretorianos -de consejeros, de diputados, de históricos como Rafael Escuredo, de apuestas venidas a menos como Rosa Aguilar-, llena salas enteras y simula que las reglas del juego son iguales para los cuatro aspirantes, que el PSOE-A transmite normalidad, que aquí no pasa nada, que los tiempos, los pálpitos y las sensaciones la conducen dulcemente a un merecido triunfo, a uno por el que ha luchado y para el que se ha preparado a conciencia, entre bambalinas, con mano de hierro y sin guante de seda.

El valenciano Planas haría bien en encomendarse a la diosa Fortuna. Y en repasar la hemeroteca en busca de esperanza: sería el tercer presidente autonómico consecutivo no nacido en Andalucía tras Griñán (Madrid) y Manuel Chaves (Ceuta).

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