El jefe encuentra la escalera de incendios
Con el sindicato convertido en una olla a presión, el secretario general opta por la marcha como única alternativa para una regeneración interna.
Todas las salidas estaban cerradas para Francisco Fernández Sevilla. Sólo podía abrir una, la que da a la escalera de incendios para no quemarse más. O sea, la de la dimisión. UGT echa humo. Y en medio del fuego, los extintores caducados, fuera de servicio. Para terminar de agravar la situación, por cada bombero surgían dos o más pirómanos. Para Fernández Sevilla, que llegó a la secretaría general de UGT-A y ya olía a rastrojo, la situación, ayer, ya era irrespirable. El sindicato está en plena combustión interna. Así que estaba cantado.
Si no fuera por lo gastada que está la frase -tan manoseada desde que Gabriel García Márquez bautizó con ella su novela por todo aquel que no se ha esforzado lo más mínimo a la hora de titular una noticia- habría que aprovechar eso de crónica de una dimisión anunciada para este caso. Cuanto más se encastillaba Fernández Díaz en la torre de UGT-A -no hace muchos días aseguraba que no pensaba dimitir- más potencia cobraba el luminoso DIMISIÓN sobre su cabeza. En Madrid, Cándido Méndez le metía kilovatios. El secretario general del sindicato se cuidaba mucho de mencionar el maldito término, pero los eufemismos que utilizaba -eso de que los compañeros de Andalucía tienen que asumir responsabilidades y dar un paso adelante- no conseguían camuflar lo que estaba proponiendo: la marcha del máximo dirigente del sindicato en la comunidad andaluza.
Al cargo llegó Fernández Sevilla para sustituir al (llamémosle histórico) Manuel Pastrana. Ahí no hubo llamas. Y si se caldeó el ambiente en el X Congreso de la organización en mayo pasado -el 11 de ese mes fue proclamado secretario general y ayer 29 de noviembre se marchó; echen cuentas y comprueben la fugacidad de su cargo, el incendio ha sido devastador- fue para calentar el cónclave ugetista. Y Fernández Sevilla, entonces, proporcionó combustible, leña. "Vivir o morir", sentenció en una intervención en la que pidió a los afiliados que no fueran "una cuota más".
Muchos se han debido sentir así en los últimos meses. Un sector de ellos se conjuraron y a través del portal Change.org empezaron a recolectar firmas vía on line para pedir la dimisión del secretario general y demandar la "regeneración" del sindicato. No cabe otra. En el seno de la central sindical un número considerable de ugetistas esperan que la decisión de Fernández Sevilla sea el detonante que traiga una nueva etapa que airee unos despachos viciados en los que se ha instalado la sospecha del tejemaneje y la corrupción.
Salvo fanáticos, pocos creen que UGT-A deba mantener por mucho más tiempo la situación actual. Se impone el cortafuegos. Lo que no quiso hacer Fernández Sevilla cuando accedió al cargo más alto del sindicato. Venía de estar al frente de la secretaría de Organización durante dos mandatos de Pastrana, así que no puede negar que conocía, y bien, los pasillos del sindicato, cada rincón, cada despacho. ¿No vio venir el fuego? Y si lo vio, ¿miró para otro lado? ¿O está entre quienes avivaron las llamas? Si creyó que la cosa no pasaría de una hoguera en la que calentarse en las largas noches de invierno, ha errado de cabo a rabo. Hay jueces que han visto el humo y están convencidos de que se trata de un incendio provocado para sacar provecho.
Para colmo, alguien ha echado de comer a la selecta barbacoa ugetista con carne de primera tangando al Gobierno andaluz, al que se hacía creer que sus ayudas irían a parar a quienes hacen cola para entrar en calor en algún curso de formación. La Junta, no hace mucho comprensible, ya pide cuentas, que le devuelvan lo suyo. Ha empezado por exigir el reembolso de 1,8 millones de euros. Y no ha hecho más que empezar. Ahí sí que se han quedado helados en el sindicato.
Al final, la presión ha sido mucha. Y Fernández Sevilla, con la central al rojo vivo, antes que estallar arriba, se ha marchado. Tampoco estaba en la cima del mundo como para obstinarse con ella.
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