La vida mancha

El espectáculo está pulido hasta el extremo, aunque no deja espacio a la espontaneidad

Juan Vergillos

07 de octubre 2008 - 08:00

Sin ser nada del otro jueves, este espectáculo va a ser uno de los más destacados de esta desvaída Bienal que entona el Pobre de mí. La idea de hacer una obra sobre las Canciones populares recopiladas por Lorca e interpretadas para el disco por él y la Argentinita es tan poco original que en esta misma Bienal la vimos hace unas semanas en versión del Ballet Nacional. Rafaela Carrasco trae la propuesta a su terreno y el resultado es un espectáculo con las mismas características de su baile: pulcro hasta la brillantez. Son los mismos valores que transfiere la sevillana a su compañía y a las coreografías, tanto individuales como los pasos a dos y las de grupo.

Algo parecido podemos decir de la escenografía (estupenda en Los mozos de Monleón), el vestuario y el guión, que se desprenden de los excesos barrocos y la gratuidad de algunas de sus propuestas recientes. Aunque no del todo. Así las batas de cola masculinas, cuyo sentido no supo transmitir Carrasco al público. Para mí lo mejor sigue siendo el lenguaje personal, el baile de Rafaela. A algunos, frente a tanta limpieza y depuración, les resulta frío, pero yo me emociono con cada gesto de la bailaora. Ha asimilado lo mejor de la escuela sevillana eliminando los amaneramientos y superficialidades propios de ésta. Así lo vimos en el uso del mantón, las castañuelas o la bata de cola. Lo que me emociona de Carrasco es su perfección física y su lucha denodada con los límites. Sólo que los límites no están donde ella los ve, en la técnica, sino en la emoción. Un espectáculo no puede ser grande si no hay un espacio para la espontaneidad, para la ruptura, si el intérprete no se permite dar un paseo por la cuerda floja.

Por eso esta obra, como todas las de Carrasco, resulta larga, reiterativa, sin serlo al nivel técnico. Pero lo es al emocional. Para que una obra sea grande, su creador ha de romperse la crisma y el corazón en la escena. Hasta mancharse de vida. Hay artistas a los que uno no les ve esa posibilidad. No es así, desde mi punto de vista, en el caso de Carrasco. En sus espectáculos la vida está por momentos disecada, pero en otros se atisban ráfagas de aire puro.

El concepto, por ejemplo, da fe de lo dicho: ¿otra vez Lorca? ¿No conviene renovar el imaginario? Visto el resultado, el espectáculo se hubiese sostenido igual con cualesquiera otras canciones populares, sin necesidad de acogerse a la sombra alargada y manida del poeta. Hubiesen sido los mismos porque en lo musical, como siempre en Carrasco, la obra es muy grande, con los arreglos y las nuevas composiciones, inspiradas en la música y la lírica popular-lorquiana, que han llevado a cabo Cano (su versión de Los cuatro muleros es una de las cumbres del espectáculo), Torres y López. Más sobones me resultaron La Tremendita y Valdivia.

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