Uderzo: adiós al segundo padre de Astérix
Cómics
El dibujante francés, creador junto al guionista René Goscinny de las aventuras del guerrero galo, siempre se confesó más próximo al simple y vividor Obélix
Hace solamente tres años, Albert Uderzo, el primero (o segundo, como quieren los maledicentes) de los progenitores de Astérix, fallecido este martes a los 92 años como consecuencia de una crisis cardíaca, se sometía a una severa intervención de pulmón que le obligaba a mantener reposo en su mansión de Neuilly-sur-Seine durante un tiempo indefinido. Allí se dedicó a ocupar el aburrimiento con lo único que se le permitía en sus últimos años: compartir recuerdos con su esposa Ada, a la que conocía desde los 25 años, revisar la aparición de nuevas aventuras de sus héroes de papel, mantenidos al día por manos más jóvenes y tal vez más capaces, contemplar de lejos la vastedad de su imperio, que además de los álbumes (con más de 375 millones de ejemplares vendidos en varias decenas de idiomas) contaba, y cuenta, con el estudio de animación Idefix y un parque de atracciones inspirado en la Galia romana. También hizo algo más entonces: recibir a dos reporteros de Le Monde que fueron testigos de que la nostalgia y el orgullo no eran los únicos sentimientos que le despertaba el pasado. Estaba además la rabia. En concreto, hacia el principal de sus competidores, el periodista de tupé amarillo que sólo había vendido 230 millones de copias de sus peripecias por el mundo pero que, aun así, se atrevía a mirar por encima del hombro a su pareja emblemática. Sí: Uderzo odiaba a Tintín.
"¿Tendré que morirme para que la gente hable bien de mí?", se lamentaba en la entrevista, después de haber recorrido un reportaje de prensa en que el héroe de Hergé era alabado como uno de los iconos esenciales del siglo XX. "Tintín, siempre Tintín. Astérix es un logro extraordinario, pero nadie habla de él, hay que joderse". Lo cierto es que Albert Uderzo, nacido en 1927 de familia de inmigrantes italianos y experimentado, antes de dedicarse a la historieta, en empleos diversos que incluían la rotulación, la edición y la lutería, nunca trató de engañar a nadie y se confesó en todo más próximo a Obélix, el simple y buen vividor, de carácter rectilíneo, que a su pequeño compañero Astérix, más inclinado a las astucias y los recovecos. El rencor hacia Tintín y cuanto significaba le llevó también a afirmaciones injustas y muy probablemente absurdas, como la de que ni él ni su obra pertenecían a la corriente de la bande dessinée franco-belga, una de las tres grandes tradiciones de la historia del cómic (junto a la americana y la japonesa), cuando él, al lado del propio Hergé, Franquin o Giraud, era uno de sus mayores valedores en el mundo. Su posición de segundón, sobrellevada la mayor parte de su vida en un discreto silencio, tal vez disculpa los exabruptos.
Dicha condición subalterna se remonta a sus años de colaboración con René Goscinny, a quien la mayoría de críticos considera el verdadero padre espiritual de los famosos galos. Deslumbrado por las películas de Walt Disney, cuya Blancanieves no cesaba de revisar una vez y otra en las tétricas salas de la posguerra, Uderzo soñaba con convertirse en productor de dibujos animados y realizó diversos trabajos como ilustrador e historietista en la década de 1950, fundamentalmente para revistas como France Dimanche, Les Bonnes Soirées o, ay, el Journal de Tintin, donde, precisamente, aparecerían las primeras tiras de los personajes que le otorgarían la celebridad. Para ello, debía producirse antes el encuentro con el omnímodo René Goscinny, un guionista de talento extraordinario, responsable de muchas de las cabeceras cardinales del cómic francés de la época, al que le unió algo parecido a un flechazo.
Descendiente también él de inmigrantes, en su caso judíos de la Europa del Este, Goscinny también dibujaba, y acababa de regresar de un viaje bastante decepcionante a los Estados Unidos, donde el mundo de la historieta conocía horas mucho más felices; espoleado por lo que había visto en la tierra de las oportunidades, propuso a su nuevo camarada un giro radical en el arte autóctono de narrar historias en viñetas. "Después de ponernos de acuerdo sobre la urgencia de aportar savia nueva -escribiría Uderzo en sus memorias-, decidimos trabajar en colaboración, él como guionista, puesto en que se sentía más cómodo, y yo al dibujo, que se me daba mejor". Uno de sus primeros productos comunes fue el indio Oupah-Pah, que la editorial Dupuis rechazaría y que se abriría camino sólo sinuosamente a partir de la década de los sesenta.
Pero la revolución llegó con la fundación de la revista Pilote en 1959 y la nueva hornada de criaturas que Uderzo puso a su servicio. De un lado, las acrobacias y temeridades de Tanguy y Laverdure, una pareja de pilotos de caza en un mundo ensombrecido por las tensiones de la Guerra Fría, y, de otro, el conocido microcosmos de la aldea gala que resiste tercamente al invasor. El éxito de la última serie es fulgurante, atronador: Astérix (de asterisco en francés) y Obélix (obelisco) saltan de la prensa semanal al álbum y pronto son traducidos a más idiomas de los que sus creadores pueden contar con ambas manos. Una popularidad que no hará sino crecer con los años, y que deberá enfrentar el serio impacto de la muerte de Goscinny en 1977.
Durante un tiempo, Uderzo tomará la decisión de aferrar el timón de la nave y encargarse él mismo tanto de la ilustración como del relato, lo que le expone a no pocas críticas y chascarrillos: el papel del segundón vuelve a escocerle, aunque hasta a él mismo se le haga evidente que las historias no se encuentran al mismo nivel que las de antaño. Finalmente, vencido por la edad y por vientos contrarios a los que ya no le apetece hacer frente, delega en Ferry y Conrad, que se encargan de la cabecera desde 2013.
En sus últimos años, se quejaba de que el pulso había ido abandonándole y admitió que ya apenas dibujaba. "Creo haberme merecido un descanso", declaró en una de sus apariciones postreras, en el festival de cómic de Angoulème: esperemos que lo haya encontrado.
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