Agustín Fernández Mallo: "Tener miedo está de moda, hay una sensación casi apocalíptica"

Entrevista

Uno de los cabecillas de la denominada 'Generación Nocilla' o 'Afterpop', que refrescaron la literatura española a comienzos de siglo con términos 'punk', reflexiona sobre cambios y evoluciones en la vida y en la escritura

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Agustín Fernández Mallo posa en La Inaudita. / Juan Ayala

La deriva de los escritores en estrellas del rock, que amenaza con bautizar el carretera y manta como un nuevo subgénero literario, trajo este miércoles de vuelta a Agustín Fernández Mallo (La Coruña, 1967), apenas un mes y medio después de su última presencia en Córdoba; esta vez, para maridar su obra con Ribeiro en La Inaudita rodeado de una pequeña porción de sus lectores, que se reparten por millones en todo el mundo. "Es interesante ver cómo han cambiado los tiempos: antes, los escritores daban dos conferencias al año como mucho y en el imaginario popular estaban aislados en sus villas escribiendo, pero era realidad, y ahora estamos todo el año viajando", lamenta recurrentemente Fernández Mallo en sus entrevistas, asumiendo la "cara B" del oficio.

-Y Córdoba, ¿qué le parece?

-Bueno, Córdoba es una ciudad en la que veo un sincretismo que funciona: la mezcla entre culturas y arquitecturas es muy interesante. En ese sentido tiene un carácter más propio que otras que pasan por ser más globalizadas. Me gusta pasear por aquí y ver unas ruinas romanas al lado de un edificio absolutamente del movimiento moderno. Ese tipo de contrastes enriquecen.

-Precisamente, en uno de sus libros (Teoría General de la Basura) utiliza el término "basura" para referirse a esas ruinas que nos han dejado otras civilizaciones pasadas.

-Me parece interesante lo que nos han dejado las demás culturas y que nos dice algo de ellas. Lo que yo llamo "basura", no porque en sí sean una basura, son los restos que nos han dejado sin querer dejar. Hablas con arqueólogos y te comentan que les interesa más encontrar piezas domésticas de las clases populares del siglo I que los palacios del siglo I, porque informan más de cómo se vivía en aquella época, y, ésas, son cosas que han dejado sin querer dejarlas. La vida se desarrolla en el plano que no queremos ser nada, que sencillamente hacemos.

-Para entender mejor a Agustín Fernández Mallo, ¿qué es la Generación Nocilla?

-Habría que empezar por decir que es una cosa muy antigua, cuando publiqué mis libros Nocilla Dreams (2006), Nocilla Experience (2008) y Nocilla Lab (2009) -que no tienen nada que ver con la Nocilla, sino con la canción Nocilla, ¡qué merendilla! de Siniestro Total-, y realmente fue un nombre acuñado por el periodismo cultural, es decir, nos metieron ahí. Yo no creo que se pueda hablar de una Generación Nocilla como tal: una generación es cuando unas personas se juntan, hacen un manifiesto y tienen unas intenciones, y para nada era el caso. Lo que sí, era una corriente de nueva narrativa, a principios de los 2000, de autores cansados de lo que se venía haciendo y que pensamos que se debería ver el mundo de otra manera, más transversal, global, introduciendo términos de la digitalización, que, en definitiva, hablaran de nuestra contemporaneidad, no es más que eso.

-Ese muro creativo ya está derribado. ¿Cuál es ahora la nueva tendencia literaria?

-A partir de la crisis económica mundial, por situar 2010, el mundo cultural en general, no solo literario, cambió y se empezó a hablar de los procesos sociales y procesos corporales. Hoy es difícil encontrar una literatura que no hable de los cuerpos o del género sexual, que son temas clave. Por supuesto toda una irrupción de mujeres que han empezado a escribir de problemas de socialización de las mujeres, que no estaba hecho. Hay cosas mejores y peores, pero era algo que se necesitaba hacer y que está en el curso de los tiempos.

"Córdoba tiene un sincretismo que funciona: la mezcla entre culturas y arquitecturas es muy interesante”

-Una característica de sus libros es la fragmentación de los textos, poco canónico y alejado de la típica novela continuada. ¿Se aburrió de la literatura convencional?

-Hay un momento en el que, como a todo creador, le aburre o cree que ya tiene absorbida una literatura que le precede, que podemos llamar convencional y quiere experimentar con nuevas formas. Me di cuenta de que el mundo lo habíamos leído de una forma jerárquica, como un árbol del que sale un tronco principal y luego una rama secundaria. Yo lo que hice fue armarlo de manera que tú puedes conectar un extremo a otro en un solo golpe metafórico, enlazar un concepto de alta filosofía con un elemento de cultura pop.

-¿Qué influencia han tenido en todo eso los blogs de internet?

-Es curioso porque, aunque a muchas personas le influyeron, en mí no fue tanto. A mí me influyó la manera de escribir poesía, que es una forma de escribir, evidentemente más fragmentada. Supongo que el mundo de los blogs me influyó, pero en todo caso de una manera inconsciente. Lo que sí me influyó fue el concepto de lo digital. Hasta que empezamos a hacerlo en la literatura, y por supuesto en la poesía, estaba prohibido decir la palabra PC u ordenador. Estamos hablando del año 2004.

-Le suelen definir a usted como una persona radical. ¿Se reconoce así?

-Si no eres radical en cualquier cosa que hagas, es que no estás haciendo nada. Pero, ojo, radical no quiere decir gritar más que los demás. Radical, etimológicamente, significa agarrar las cosas por la raíz, y eso es lo que yo intento hacer cuando abordo cualquier cosa creativa: intentar llegar al final de lo que me propongo, experimentar sin ningún tipo de prejuicio estético.

-Se podría entender que un ejemplo de esa radicalidad fue dejar su puesto de funcionario como radiofísico hospitalario por dedicarse íntegramente a la literatura, en plena crisis.

-Sí, se puede ver como un salto al vacío. Me gustaban las dos cosas, pero no pude compaginarlas por una cuestión de tiempo. Al principio no lo pasé bien, aunque yo ya llevaba unos años escribiendo, pero eso tiene que ver con la literatura. Cada libro que me planteo es un salto al vacío; es decir, yo aprendo a escribir un libro escribiéndolo, voy metiéndome en jardines que no sé cómo voy a salir y cuando lo termino no suelo repetir esa fórmula porque ya sé hacerla y ya me aburre. Eso tiene que ver con la radicalidad de la que hablábamos.

El escritor, posa para 'El Día'. / Juan Ayala

-Ahí está también su componente científico.

-Sí, a lo mejor está ahí. La ciencia tiene esa cuestión de que el tiempo es una cosa que va siempre hacia adelante.

-De hecho, no es usted precisamente un escritor anquilosado en la nostalgia.

-La nostalgia es un mecanismo biológico, inconsciente, psicológico, que vuelve siempre que una sociedad tiene miedo. Vuelves a lo que consideras seguro: al fuego de tu casa, a las manos de la abuela, a "qué bien aquel mundo pasado"... Cuando en realidad, el mundo pasado era peor que este, porque antropológicamente el ser humano nunca va a peor, si no, se extinguiría. A mí, la nostalgia nunca me ha interesado y de hecho, en todos mis libros, cuando cojo, por ejemplo, una fotografía de algo antiguo, nunca es para llorar el pasado, nunca es desde una visión romántica; al contrario, esa cosa antigua viene a mi presente para decirme cómo soy yo hoy. Es una dirección temporal inversa, no voy al pasado para llorar el pasado, viene él a la actualidad para armar un futuro.

-¿A qué le tiene miedo la sociedad hoy en día?

-Uf, yo creo que tener miedo está casi de moda. Todo el mundo afirma tener miedo de algo. Miedo de una inseguridad terrestre, a pequeñas guerras que abundan por el planeta, a la inseguridad económica... Hay una sensación casi apocalíptica.

-Pero ese discurso siempre ha estado presente.

-Siempre ha estado, pero hay épocas que está más que en otras. No digo que eso sea ilógico que eso ocurra, pero no es mi forma de sentir el mundo. Mi forma de sentir el mundo es no sentir miedo, y quien me quiera meter miedo es que me quiere controlar, no olvidemos que la forma más fácil de controlar a una persona es tenerla atemorizada. Fíjate la cantidad de novelas y películas que ahora llaman distópicas. Toda distopía es una utopía que salió mal, pero toda utopía sale mal por definición, porque la utopía no existe. Por lo tanto, una de las cosas que digo en mi libro La forma de la Multitud (capitalismo, religión, identidad) es que abandonemos las utopías porque conducen al fracaso, eso conduce al miedo, y el miedo a la angustia.

"El capitalismo está configurando nuevas formas de amor, a través de las redes internautas o de mercantilizarlo”

-Después de habernos hablado de la basura o de la guerra, escribió el Libro de todos los amores. ¿Qué nos quería contar aquí?

-Llevaba hablando del amor en todos mis libros, pero no de forma explícita. Es un tema universal y pensaba que lo más fácil es hacer el ridículo, pero luego empecé a ver que en realidad el amor es una emoción que creemos que siempre ha estado ahí de la misma manera, y no. El amor ha ido cambiando y hace 20 siglos no existía como tal, como el amor romántico que está configurado hoy después del romanticismo a través de novelas, ficciones... Me di cuenta que el capitalismo está configurando nuevas formas de amor, a través de las redes internautas o de mercantilizar el amor. Hay gente que piensa que el amor hoy es más puro que nunca y en realidad está más mercantilizado que nunca, mira San Valentín. Cualquier objeto que te quieren vender es a través de amor; entonces, si el amor nadie lo piensa y nadie le pone coto porque todos hablamos de amor, es una inflación que crece y nos aplasta, una palabra vacía de contenido. Amor se usa para todo, ésa era un poco la idea y así comenzó el libro.

-Es como lo extraordinario que de tantas veces que se repite termina por convertirse en ordinario.

-Efectivamente. El número de milagros se reduce cuando su número aumenta. Parece un trabalenguas, pero no lo es.

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