Tribuna Económica
José Ignacio Castillo Manzano
La financiación autonómica, ¿Guadiana o Rubicón?
Trayectoria
En octubre de 2020, en la Fundación para Jóvenes Creadores que lleva su nombre, Antonio Gala recibió un homenaje por su 90 cumpleaños. Se recitaron poemas en su honor y sonó la música, pero el autor cordobés no estuvo presente, como consecuencia de su delicado estado de salud. Una ausencia en clave de despedida, de la que fue su gran pasión e ilusión de los últimos años y que, en cierto modo, representa su obra y personalidad.
Elegante y afilado, cálido y distante, locuaz y reservado, tabernario y aristocrático, directo y difuso, popular y desconocido, arrogante y pulcro, permanentemente melancólico. La mirada desde la tronera del silencio. Solitario a su pesar, solitario por elección, la mesura del volcán aparentemente dormido. Poeta, dramaturgo, novelista, ensayista, articulista y guionista. Provocador a su manera. El amigo de Troylo. Fiel a su propia naturaleza, Antonio Gala ha conseguido llegar a ser uno los escritores más populares y leídos de las últimas décadas gracias a su habilidad para conectar con los lectores y transformar sus profundas contradicciones en los rasgos más llamativos y cautivadores de su carismática personalidad.
Abril de 2018. Desde su puesta en marcha, Antonio Gala ha tratado de mantener una relación muy directa con su Fundación, así como con sus moradores, los jóvenes creadores, a los que ha tutelado y mimado, incluso cuando han concluido su estancia en la institución. Feliz y emocionado, orgulloso, como ese padre que apenas puede contener el timbre de la voz ante el reconocimiento público a su hijo, como si se tratase de ese padre que no fue y habría deseado tener, acompaña Antonio Gala a Ben Clark, uno de los más destacados becarios en el histórico de la Fundación, durante la presentación de su libro “La policía celeste”, con el que obtuvo el Premio Loewe de Poesía. Es uno de los últimos actos públicos que se le recuerdan al autor cordobés. Lee más, lee más, que son muy bonitos, dicen que dijo, especialmente animado, le solicitaba al joven poeta, ese día primaveral de abril, de 2018. Y el joven poeta siguió recitando ante un Gala sonriente y feliz.
Ponme como un sello sobre tu corazón (Pone me ut signaculum super cor tuum), este verso de Cantar de los cantares es el lema que Antonio Gala escogió para definir la obra de la que dijo sentirse más orgulloso: La Fundación Antonio Gala. Un lema que, si tenemos en cuenta la trayectoria literaria y personal del autor cordobés, puede tener un significado muy concreto: tenme cerca, no me dejes solo, quiéreme.
Ubicada en el antiguo convento del Corpus Christi, en una de las calles que conducen a la Judería de Córdoba, la Fundación Antonio Gala Para Jóvenes Creadores tal vez fue el sueño incumplido de aquel niño que escribía cuentos a los cinco años, poemas a los siete, o del jovenzuelo, delgaducho y estirado, que con solo 14 años se presenta ante la sociedad cordobesa más notable y pudiente, la de los apellidos de rancio abolengo y de las grandes casas palacio heredadas a lo largo de las generaciones, congregada en el Círculo de la Amistad, para ofrecerles una conferencia. Ese joven que leía a Rilke, Garcilaso de la Vega y San Juan de la Cruz, y que comenzó sus estudios universitarios a los 15 años.
Reconocía Antonio Gala, en una entrevista, que mantuvo una relación fría, no exactamente cálida, con sus padres. A su madre la definía como “elegante y soberbia”, y de su padre solía repetir que fue excesivamente rígido con él, y que le prestaba menor atención que a sus hermanos, hasta el punto de sentirse solo y desplazado. Puede que la Fundación fuera el sueño cumplido del niño solitario e inquieto, sin nadie con quien compartir su nuevo e incipiente mundo; esa casa donde uno es esperado, como solía repetir. Puede que la Fundación fuera el antídoto contra la soledad, y la incomprensión, que estuvo muy presente durante la mayor parte de su vida, de un modo u otro.
Sólo sé que volvemos. La vida es un retorno a los confusos centros, en donde Eurídice medita. Malheridos venimos de muerte, caminando a tientas por los lentos corredores de esta larga agonía. El amor es una manera triste de sofocar el grito. Estos versos pertenecen a su poemario Enemigo íntimo, que fue premiado con un accésit del Adonais, en 1959. Aunque sus primeros versos son de la niñez, es durante su etapa universitaria donde publica algunos poemas en las revistas literarias de la época, como Cántico o Escorial. Poemas, como él mismo reconoció, para escapar o contrarrestar las “aburridas” lecciones de Derecho Tributario o Administrativo.
Perteneciente a una familia tradicional y acomodada, su padre era médico, sin antecedentes literarios o artísticos, la hoja de ruta de Antonio Gala parecía perfectamente trazada y tras finalizar sus estudios universitarios comenzó a preparar las oposiciones para el cuerpo de Abogados del Estado. Sin embargo, y casi sin previo aviso, llegó la gran fractura o, con mayor certeza, su primera gran reivindicación, cansado de “hacer lo que no quería solo por satisfacer a su padre”. Rompe con todo y todos, e intenta convertirse en cartujano, algo que no consigue, por la dureza y rigor de la orden. Se traslada a Lisboa (1959), posteriormente a Italia, a Florencia (1962), donde se instala en la bohemia de ambas ciudades. En este periodo de tiempo se reencuentra con su padre, enfermo de Alzheimer, con el que había mantenido una fría y tensa relación. Y hablaba constantemente de su “niño”, que era yo.
Tal vez el salto fue demasiado alto y arriesgado, de disciplinado opositor a poeta hampón en Europa, pasando por su intento de instalarse en el silencio y la oración. Ese crack, ese romper con lo establecido, con el patrón, con la ruta, es un hecho diferencial en la trayectoria vital, pero también en buena parte de la obra de Antonio Gala. Son muchos los personajes que tratan de escapar de un presente que los asfixia, los que encontramos en sus obras de teatro, en sus poemas y en sus novelas.
Una vez acomodado, o encajado, en su propia realidad, reconociéndose ya por fin ante el espejo, consciente de su yo, de su realidad, Gala se entrega sin freno a la literatura, especialmente al teatro, que le reporta, tal y como ha comentado en más de una ocasión, una “manera con la que ganarse muy bien la vida”. En esa época, década de los sesenta, su producción es extensa: la galardonada Los verdes campos del Edén, El caracol en el espejo o El sol en el hormiguero son sólo algunas de las obras que ven la luz. Al mismo tiempo, comienza a colaborar con Televisión Española, como guionista en Y al final, esperanza. La relación con el ente televisivo se extiende durante una década más, reportándole gran popularidad y conocimiento social, gracias a Si las piedras hablaran (1972) y Paisaje con figuras (1976), excelentes ambas propuestas tanto en sus manufacturas como en su pedagogía, ya que recreaban relevantes pasajes históricos acontecidos en España de una manera muy entretenida y didáctica al mismo tiempo.
En la primera mitad de los setenta, Antonio Gala comienza a definirse políticamente, a través de sus obras de teatro, fundamentalmente, como en el caso de la delirante y premonitoria Spain's strip-tease. En este periodo, escribe y estrena uno de los textos que le reportó mayor éxito: Anillos para una dama, así como uno de los más polémicos de su vasta trayectoria: ¿Por qué corres, Ulises? En esta obra, Gala se adelanta a la España del destape y de la díscola Movida, y planta sobre el escenario a una Victoria Vera completamente desnuda, un mes antes de que se produjese la muerte oficial de Franco, con el consiguiente recelo, enfado y rechazo de los sectores más tradicionales de la sociedad española. Dirigida por Mario Camus, en su estreno en el Reina Victoria, en octubre de 1975, hubo más “pataleos” que aplausos en las filas de butacas.
En los setenta, por tanto, se asientan y definen, con mayor claridad, dos premisas que han de marcar definitivamente a Antonio Gala en el futuro más inminente. Por un lado, sin militar en ningún partido política, su definición ideológica, no duda en declararse seguidor de los postulados de la izquierda, y, por otro, el decisivo y ya nada camuflado peso de las mujeres en su obra.
Recuperemos por un momento al escritor cordobés en el momento en el que decide no seguir recorriendo el camino trazado por sus padres. Ese momento, como consecuencia de otras circunstancias e impulsos, está muy presente en las obras de Gala, a lo largo de toda su trayectoria, acentuándose a partir de los 80. Mujeres fuertes y frágiles, al mismo tiempo, que deciden cambiar y escapar de la opresora trampa en la que se ha convertido su vida, para comenzar una nueva. Mujeres de apariencia muy tradicional, sumisas, supeditadas única y exclusivamente por su condición, pero poseedoras de una gran fuerza y energía, capaces de llegar al extremo con tal de alcanzar sus sueños. Mujeres valientes, cuando la vida les empuja a ello. Las mujeres características de su producción teatral, en títulos como La vieja señorita del paraíso (1980), Carmen, Carmen (1988) o La Truhana (1992), las dos últimas protagonizadas por la que cabe entenderse como la actriz “fetiche” del autor cordobés: Concha Velasco. Este protagonismo de las mujeres en el teatro de Gala, prosigue, igualmente acentuado, en su producción narrativa, a partir de la década de los 90.
Debuta relativamente tarde en la novela con El manuscrito carmesí, con la que obtuvo el Premio Planeta, en 1990. Gala no defrauda a sus fieles seguidores y les ofrece una trama histórica en la que recrea la opulencia y decadencia de Boabdil, así como de la Dinastía Nazarí, y las presiones, traiciones y tensiones que padece. Curiosamente, Gala muestra a un Boabdil frágil y solitario que mantiene una pésima relación con sus padres, como consecuencia de la desconfianza que estos muestran hacia su hijo.
El éxito de esta primera novela anima al escritor a ofrecer en los años venideros nuevos títulos que no tardan en sumar nuevas reimpresiones, fruto de la gran aceptación pública. La mujer que rompe con el presente y sus circunstancias vuelve a ocupar un lugar protagonista en sus obras, especialmente en La pasión turca (1993), Más allá del Jardín (1995) o en la que es su última novela, Los papeles de agua (2008).
Lobo, o mejor, zorro solitario, Gala no ha pertenecido a ningún grupo o movimiento literario. A pesar de la cercanía, tanto geográfica como humana, no está vinculado a Cántico. Tampoco se le considera un poeta Social. No tuvo relación alguna con los Novísimos. Tampoco se puede relacionar con la Experiencia. Esta soledad literaria, esta no pertenencia a ningún grupo, lo transforman, en cierto modo, en un autor “no referencial”, muy difícil de encasillar, que con toda probabilidad pueda llegar a entenderse como una habilidad del creador cordobés.
Antonio Gala, a pesar de contar con el beneplácito del público y ser uno de los autores más vendidos, su trayectoria literaria no ha contado con reconocimientos literarios en consonancia con su popularidad. Su nombre nunca estuvo vinculado a los sillones que quedaban vacíos en la Academia de la Lengua, tampoco entró en las quinielas del Príncipe de Asturias, el Cervantes o el Reina Sofía de poesía. Un comportamiento similar mantuvieron con su obra algunos de los grandes críticos y ensayistas de nuestro país, que pasaron de largo los títulos de Gala, sin expresar, al menos públicamente, su valoración.
El escaso reconocimiento oficial, en forma de premios y distinciones, si tenemos en cuenta su extensa, fértil y variopinta producción literaria, contrasta con el gran éxito popular y de ventas de las que disfrutó durante varias décadas. Es justo reconocerle, en este sentido, que no sólo en su faceta como guionista, Antonio Gala ha sido el anzuelo que han picado varias generaciones de lectores, propiciando el mantenimiento de la industria editorial, naturalizando el hecho literario y, también, como abono de nuevos consumidores. Lectores que tal vez hoy leen a Eliot o a Claudio Rodríguez porque les atraparon Los poemas de amor de Gala o que se iniciaron en la novela tras la lectura de La pasión turca.
Regresemos, en la despedida, a ese día de abril, de 2018, durante la presentación de La policía celeste de Ben Clark, en el antiguo convento del Corpus Christi. Y acudamos a la ficción, a la fábula, a la ensoñación, que es regresar al mundo en el que transcurrió la vida de Antonio Gala. Feliz, radiante, escucha al joven poeta, creyéndose ver en un espejo. Otra vez, de regreso, ese universitario que escribía poemas para escapar del insoportable tedio del Derecho Tributario y seguir manteniendo la llama de todo lo que le ardía dentro.
Las obras de teatro por escribir y representar, la luz que se cuela por las ventanas, calle Macarena, los años de Florencia y Lisboa, los amores conquistados, los amores dolidos y nunca olvidados, los teatros abarrotados, sus mujeres valientes. En la ficción de esta despedida, Ben Clark recitó estos versos: Cuando cumplí los treinta me senté a pensar en las cosas que quería. Pensé en ti y en nosotros, en la casa de la que siempre hablamos. Gatos. Libros. Me imaginé una tarde en un café de la Costa del Sol, viejo y feliz. Plano secuencia, cámara en mano, de un Gala, viejo y feliz, orgulloso, guardián del joven talento que ya no se pierde en la soledad, en esa casa con la que soñó toda su vida, una casa en la que siempre lo esperarán.
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