El archivo capitular, cuando el tiempo se detiene en la Mezquita-Catedral de Córdoba
Historia
El interior de la sala atesora una documentación histórica el templo y la ciudad entre la que hay ejemplares del siglo X o una colección de 600 incunables
Fotogalería: Así es el interior del archivo catedralicio
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En el interior de la Mezquita-Catedral de Córdoba el tiempo se detiene. Su riqueza cultural y patrimonio histórico envuelve al visitante con un solo vistazo, pero hay mucho más entre sus muros. Además de la historia que narran sus más de 1.300 columnas y sus arcos de diferentes estilos, en el interior del monumento -concretamente, en el muro de la Quibla- se encuentra el archivo capitular, un espacio de varias salas contiguas en las que se recoge documentación histórica sobre el templo y la ciudad.
Estos archivos parten desde el siglo XIII, cuando la Mezquita se convierte en Catedral (1236) y empieza a generar una documentación que poco a poco se ha ido enriqueciendo con la actividad que han producido las instituciones religiosas, las donaciones de clérigos y muchos más escritos.
Mantener y conservar el patrimonio obtenido a lo largo de los siglos es la finalidad principal del archivo catedralicio. No obstante, el espacio también cuenta con otra vertiente destinada a la consulta de aquellos investigadores que precisen conocer datos relevantes para elaborar sus tesis y estudios.
Al entrar a esta zona, la primera sala corresponde al propio archivo. Las cuatro paredes albergan estanterías con todo tipo de documentación histórica, incluso se pueden ver algunos puntos rojos a diferentes alturas que catalogan a determinados escritos de mayor relevancia "Están al lado de la puerta, en caso de que haya un incendio, éstos serían los primeros que salvarían los bomberos", explica el archivero, Manuel Montilla, quien también ubica su espacio de trabajo en esta sala.
Entre los pergaminos y códices que componen el archivo, hay documentos jurídicos, administrativos, litúrgicos, y otros tantos propios de la vida del Cabildo, como las sucesiones, nombramientos, actas capitulares (que eran las reuniones que hacía el Cabildo convocando a los canónigos) o los expedientes de limpieza de sangre que consistía en investigar los orígenes de las personas que se incorporaban a trabajar para el Cabildo (Góngora fue canónigo de la Catedral y desempeñó esta labor).
A todo ello se le suma una colección de 600 incunables procedentes en gran medida del legado testamentario del obispo Martín Fernández de Angulo. Estos ejemplares son los primeros libros impresos que se imprimieron con la aparición de la imprenta hasta el año 1501.
En el otro extremo se encuentra el espacio dedicado a la biblioteca. Además de los estantes que recogen los libros históricos, también hay una mesa con asientos en el centro. En dicha localización los investigadores pasan las horas entre historia, intentando descifrar aquello que persiguen. Sin embargo, los tiempos han cambiado, y muchas de las consultas se hacen de manera telemática dado que gracias al plan de digitalización que tiene el archivo, mucha de la documentación está informatizada.
La ubicación en la que se encuentra el archivo capitular era la zona por la que se accedía desde el Palacio Califal (actualmente el Episcopal) hasta la Mezquita. "Venían por aquí la corte y se ubicaban en estas salas previas al Mihrab", explica Montilla.
Al cabo de los siglos, cuando se le dotó al monumento de uso catedralicio, el empleo que se le dio al actual archivo fue de “sala de reunión de los canónigos” y al conformarse la sala capitular actual, "ya se le dio el uso de archivo biblioteca", aunque la documentación empezó a reunirse poco a poco. “Había documentos en las galerías del Patios de los Naranjos, que ahora están diáfanas, pero hubo una época en la que estaba cerrado y había almacenes, entre ellos un apartado que era de archivo”, comenta. El paso del tiempo en esos archivos se hace constatar en los ejemplares en la actualidad. "Muchos tienen un deterioro de la humedad de aquella época", narra Montilla.
El espacio actual se ha quedado “pequeño” tanto para el volumen de archivos que hay almacenados como para “las condiciones de los trabajadores o el espacio de restauración”. Es por ello que el Cabildo Catedral se prepara para ubicar el archivo en un solar de la calle Caño Quebrado, en la capital. “Será un archivo más moderno, eficiente, beneficiará mucho a los investigadores, aunque aquí se quedarán algunos ejemplares o reproducciones para que se puedan visitar”, asegura Montilla, quien también confirma que aún se desconoce la fecha en la que podrán cambiar la ubicación.
La planta primera y segunda de este archivo está comunicada por unas escaleras presididas por uno de los planos más antiguos que existen de la Mezquita-Catedral. En la zona alta se ubica una colección de unos 165 cantorales, que se han estado usando "hasta el Concilio Vaticano II, hace dos días", tal y como cuenta el informático Alberto Estévez, uno de los profesionales que trabajan este espacio.
Tras esta biblioteca de música se encuentran Lourdes Pérez, que se encarga de documentar los escritos, y Patricia Gómez, que realiza las función de conservación y restauración del archivo. Ésta última, actualmente se encuentra reforzando la encuadernación de unos documentos parcialmente quemados, que después deberá limpiar, rehidratar y reparar para que estén aptos para que los investigadores puedan manipularlo. "La idea de la restauración es que se note lo mínimo posible que se ha realizado una intervención", destaca.
Además, Gómez incide en que nunca se repara información perdida puesto que "se consideraría una falsificación", sólo se restaura el soporte para que se pueda manipular sin ningún riesgo, tampoco para los investigadores, ya que a veces, estos documentos cuentan con microorganismos que les puede afectar al contacto.
Ejemplares más antiguos
¿Qué piezas destacan en la colección del archivo? Como revela Estévez, el lugar guarda varios ejemplares fechados en el siglo X.
“No quiere decir que estén escritos en Córdoba, pero están aquí”, destaca el informático. “El recorrido vital de un libro es difícil de conocer, pero sabemos que en algún momento lo adquiere la Catedral de Córdoba”, añade. En concreto, esta pieza se trata de un Esmaragdo de grandes dimensiones pintadas por el monje Florencio de Valeránica, que aglutina los rezos de los mozárabes.
Además, recientemente, gracias a unas valoraciones a pie de página -que no se pueden apreciar a simple vista a no ser por una luz ultravioleta- se conoció que este ejemplar perteneció a Isabel La Católica. “Aparece en su testamento como uno de los bienes que lega”, destaca Estévez.
Por otro lado, el segundo ejemplar con más antigüedad (también del siglo X) sí se sospecha que fue escrito en Córdoba y aunque salió de la ciudad se cree que volvió entre los siglos XIV-XV. Con unas solapas de piel sobre tablas, en sus páginas cuenta el día a día de los mozárabes, lo que resalta su valor a la hora de entender dicha cultura.
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