El alumno de Bellas Artes que cambió el fonendoscopio por los colores
Cordobeses en la historia
Tomás Egea Azcona nació en Madrid, creció en Murcia, se formó en la calle Alcalá, donde aprendió los entresijos de la técnica que luego, en Córdoba, lo catapultaría al arte sin tiempo
Aprincipios de los años 30 Madrid se antojaba ya, casi como hasta ahora, tierra de promisión. Lo fue para el mecánico murciano Antonio Egea Rojo, quien conoció allí a la madrileña Concha Azcona Aguado, con quien se casó. En Carabanchel Bajo establecieron su domicilio; allí nacerían su hijo Joaquín, y un 2 de febrero de 1933, el futuro dibujante Tomás Egea Azcona.
La estancia del pequeño en la capital sólo duró 3 años. Como a tantas familias, el 36 les rompió la estancia en la tierra elegida y condujeron sus pasos a la murciana paterna. Pocos, y no dulces, son los recuerdos que conserva Tomás de aquel niño y de aquella época: la ventana enmarcando un lienzo de santos humeantes; el viaje al Sureste, la parada en Albacete, el bombardeo y un tebeo para entretenerlo, quizá el primero y definitivo en su memoria. "Siempre me he preguntado si, por los dibujos, sería de Urda", dice refiriéndose a Manuel Urda Marín.
Ya en Murcia, el taller del padre que acabaría regentando Joaquín hizo posible que el joven Egea ingresara en los maristas y terminase brillantemente sus estudios de Bachillerato. Aunque las dotes para el dibujo eran ya evidentes, no le iban a zaga las calificaciones y la ilusión por la Medicina. Finalmente, el adolescente que iba para médico, se dejó llevar por siempre por la magia de la ilustración, eso que ahora se llama cómic, descubierto en un refugio de Albacete.
Corrían los tiempos de Flechas y Pelayos y de Chicos, en donde dibujaban los genios cordobeses Antonio Ojeda Carmona y José Alcaide Irlán. Para entonces, Tomás ya sabía que su vocación le habría de alejar de la Ciencia para sumergirlo definitivamente en el Arte. Curiosamente, y en contra de lo habitual, contó con el ánimo y apoyo incondicional de los padres. Así, a mediados de los 50, superó de manera formidable en Madrid el acceso a la Escuela Superior de Bellas Artes de San Fernando de la calle Alcalá. Esta etapa de su vida sería determinante para el artista rotundo y personal que acabaría siendo. Allí conocería a Antonio López García o a Elena Santonja Esquivias, e hizo sus primeras ilustraciones, en Molinete, para la Institución Teresiana. De la mano de José María Moreno Galván, ganó su primer sueldo trabajando en la revista Blanco y Negro, números que conserva con su sello ya inconfundible. También en esa etapa ganó el Premio Carmen del Río, dotado con 1.000 pesetas de las de entonces, y conoció a otra compañera que lo sería de por vida: la cordobesa Lola Valera Espinosa, que llegaba desde la Escuela de Bellas Artes de Santa Isabel de Hungría de Sevilla y quien, a la postre se convertiría en una pintora de obligada referencia.
Concluidos sus estudios en la capital de España, Tomás Egea Azcona se vinculó definitivamente a Córdoba fijando aquí su residencia desde finales de los 50, tras contraer matrimonio, en 1958, con Lola Valera, madre de su única hija, María Dolores Egea Valera.
Así, aquel niño que devoró tebeos y sigue apasionado por el dibujo, llegó a impartir su docencia en la Escuela de Artes Mateo Inurria de la ciudad, y se ganó el entrañable título de Maestro entre toda una generación de artistas que le recuerdan con admiración y veneración.
Sin embargo, el genio, la capacidad y la inquietud de Tomás Egea, o TEA, como reza la firma de sus obras, no se limitan al dibujo. Cultiva paralela y magistralmente la cerámica, el pirograbado, la decoración o la vidriera. En los años 60-70 perfeccionó esta técnica de la mano del Maestro Frasquiel de la calle Goya, coincidiendo con R. Orti, Miguel del Moral o Povedano. Todo ello destacando en el mural, la ilustración de libros o revistas y en el cartel. Sus obras, que abarcan múltiples disciplinas, aparecen expandidas por todo el territorio nacional, además de esta capital y su provincia en una relación inabarcable. En Córdoba, y como Maestro de vidrieras, llevan su firma inconfundible la Torre de la Barca, la capilla de los maristas, la Parroquia Santa Luisa de Marillac o la del Inmaculado Corazón de María, que igualmente cuenta con una amplia muestra en cerámica y mural; dominio del Arte que además puede admirarse en la Botica del Campo Santo de los Mártires o en Bodegas Campos. Como autor de pirograbados, su obra más impactante y recordada es la el inmenso muro que envolvía la caja fuerte, diseñada por su gran amigo y arquitecto Gerardo Olivares para el banco Coca de Ronda de Los Tejares. Suya es también la escultura de acero inoxidable/cobre que presidía su fachada, actualmente en el Centro de Cálculo de Rabanales.
Como ilustrador de libros, permanecerán por siempre sus rasgos inconfundibles en los textos de Sebastián Cuevas, Fernando Alamillo, Carlos Clementson, Francisco Solano Márquez o el de Rafael de la Hoz con motivo del XIII Congreso Mundial de la Unión Internacional de Arquitectos en México, y entre sus últimas genialidades, las ilustraciones de El Pimpi en el corazón de Málaga.
Desde aquel Premio Carmen del Río de los 50, Tomás Egea ha seguido atesorando una lista inagotable de reconocimientos y éxitos, jalonando una treintena de años como artista multidisciplinar. Aunque probablemente, entre los más queridos esté la Fiambrera de Plata en el 2002 concedida por el Ateneo, por lo que de identificación con Córdoba, su ciudad, significa.
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