Benedicto XVI. Un siglo sirviendo a la verdad
Tribuna
Su renuncia al ministerio petrino fue una muestra más de su amor a la verdad; de ser un espíritu libre
El Papa emérito Benedicto XVI muere a los 95 años tras más de nueve en el retiro
¿Quién era Benedicto XVI? La respuesta fácil es un papa, un líder de la Iglesia, un hombre de Dios. Sin duda que es todo eso, pero yo diría que fue un buscador de la verdad. Alguien convencido de que la razón, chispa del pensamiento divino en nosotros, don de Dios es el camino para ser humanos. Un hombre que no tiene miedo a pensar, que no ve ninguna incompatibilidad entre la fe y la razón. Un estudioso de Dios y del ser humano. Un gran maestro que nos enseña los misterios de la vida: que la grandeza del hombre le viene de su semejanza y procedencia de Dios.
Nos decía: “El hombre lleva en sí mismo una sed de infinito, una nostalgia de eternidad, una búsqueda de belleza, un deseo de amor, una necesidad de luz y de verdad, que lo impulsan hacia el Absoluto; el hombre lleva en sí mismo el deseo de Dios”. Pocos pensamientos pueden ser tan profundos, claros y, a la vez, sencillos. Cuando nos paramos, cuando nos atrevemos a pensar y hacer oración nuestro pensamiento, llegamos a esta conclusión. Necesitamos del Absoluto, de la grandeza y belleza que sanen nuestra fealdad y pequeñez.
Un gran conocedor del hombre moderno. Por eso puede afirmar: “Sí, hay muchos que, creyéndose dioses, piensan no tener necesidad de más raíces ni cimientos que ellos mismos. Desearían decidir por sí solos lo que es verdad o no, lo que es bueno o malo, lo justo o lo injusto; decidir quién es digno de vivir o puede ser sacrificado en aras de otras preferencias; dar en cada instante un paso al azar, sin rumbo fijo, dejándose llevar por el impulso de cada momento. Estas tentaciones siempre están al acecho”. Es consciente de nuestra debilidad enmascarada en aires de grandeza. Pero solo desde la humildad, que como santa Teresa decía “es andar en verdad”, podemos liberarnos de nuestra ceguera.
Comenzó su pontificado con estas palabras: “Después del gran Papa Juan Pablo II, los señores cardenales me han elegido a mí, un simple y humilde trabajador de la viña del Señor. Me consuela el hecho de que el Señor sabe trabajar y actuar incluso con instrumentos insuficientes, y sobre todo me encomiendo a vuestras oraciones”. Vino a trabajar y, cuando le faltaron las fuerzas, supo retirarse: "Después de haber examinado ante Dios reiteradamente mi conciencia, he llegado a la certeza de que, por la edad avanzada, ya no tengo fuerzas para ejercer adecuadamente el ministerio petrino". Una muestra más de su amor a la verdad. De ser un espíritu libre.
Con su gran inteligencia y profundos estudios llegó a acercarse a qué es y dónde se encuentra la verdad: “Nosotros no poseemos la verdad, es la Verdad quien nos posee a nosotros. Cristo, que es la Verdad, nos toma de la mano”. Por eso sabía que quien renuncia a Cristo no es realmente inteligente, que no es sabio vivir como si Dios no existiera. Es más listo quien, con escasa o nula fe, vive como si Dios existiera. De esto solo puede sacar beneficios.
Benedicto XVI es todo un Padre de la Iglesia y un Maestro de humanidad. En uno de sus libros se plantea qué es lo que más necesitamos, si la verdad o el amor. Responde con gran clarividencia que lo que queremos es que nos quieran de verdad. Enigma resuelto.
“En vista de la hora del juicio, se hace evidente para mí la gracia de ser cristiano. Ser cristiano me da conocimiento y, más aún, amistad con el juez de mi vida y me permite atravesar con confianza la oscura puerta de la muerte”, escribía hace unos días. Seguro que Cristo, que es la Verdad, le ha dado un gran abrazo. Descanse en paz.
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