Bostezos y una sonrisa furtiva del Prenda

Juicio de la Manada en Pozoblanco

La defensa presenta a los acusados, condenados a 15 años por la violación de los Sanfermines, como a unos amigos envueltos en líos sexuales por un 'Proceso' kafkiano en la era de Whatsapp

El exguardia civil, el peluquero, el Prenda y el exmilitar de la Manada.
El exguardia civil, el peluquero, el Prenda y el exmilitar de la Manada. / Rafa Alcaide / Efe

Las caras de los integrantes de la Manada son ya familiares. De tanto verlos en televisión, parecería que son ese vecino con el que uno se cruza en el ascensor o esa pandilla que se toma unas cañas en el bar de la esquina, siempre bien vestidos, acicalados, barbas atusadas y cortes de pelo con degradado recién hecho. Incluso sentados en el banquillo de los acusados, con cuatro policías nacionales echándoles el aliento en el cogote, se tiene la impresión de que solo son cuatro compañeros de discoteca y borrachera. Como si la condena de 15 años de prisión dictada por el Tribunal Supremo por la violación grupal de los Sanfermines en julio de 2016 no pesara.

Su abogado defensor, Agustín Martínez Becerra, se ha esforzado en transmitir ante los medios de comunicación esa imagen de pandilla juerguista envuelta en líos de faldas, un Proceso kafkiano en la era de las redes sociales. Una decena de cámaras de televisión y otros tantos fotógrafos lo esperaban este lunes a primera hora de la mañana a las puertas de la Ciudad de la Justicia de Córdoba. Y el letrado no hizo nada por evitar esa barrera mediática que suele espantar a sus colegas de profesión: fue a por ella, aceptó la propuesta de cambiar de encuadre para que el palacio de justicia estuviera de fondo y atendió las preguntas de los periodistas. Entonces, de sopetón, soltó que la denuncia de la chica de Pozoblanco, inconsciente cuando supuestamente sufrió abusos, había sido "forzada". El adjetivo heló en esta mañana fría de noviembre.

La vista arrancó minutos pasadas las 10:00. Cuando el público accedió a la sala, los procesados ya estaban ahí sentados. De izquierda a derecha: Antonio Manuel Guerrero, exguardia civil destinado en Córdoba y el gancho para aquella noche de juerga en Los Pedroches que derivó en un supuesto abuso sexual; Jesús Escudero, el peluquero; José Ángel Prenda, el Prenda, a secas, y Alfonso Jesús Cabezuelo, el exmilitar. La secretaria leyó los escritos de las partes empezando por la Fiscalía, una retahíla de hechos vergonzante y siniestra, arrancada de un capítulo de Black Mirror. El Prenda se entretuvo mientras tanto en bostezar ampliamente, sin taparse siquiera la boca, una mala noche, aburrimiento o indiferencia absoluta; el peluquero, tupé bien definido y barba tupida, se mesaba con gesto ausente.

Luego el abogado defensor intentó la enésima triquiñuela procesal: la anulación del vídeo realizada con el móvil del Prenda en la que se ve a la chica, un cuerpo muerto en aquel momento, y los hechos que las acusaciones interpretan como un abuso sexual. Guardado como un gran secreto dentro de la sala, paradójicamente está accesible en internet al alcance de cualquiera a solo un click. La grabación se tomó, eso nadie lo pone en duda, en la madrugada del 1 de mayo de 2016, mientras el coche se deslizaba entre Torrecampo y Pozoblanco tras una noche de fiesta, una pequeña carretera poblada de granjas de vacuno circundada por dehesa. La sentencia dirá si lo que ocurrió pudo ser un ensayo de lo que apenas dos meses después aconteció en los Sanfermines, una violación en grupo que ha provocado una náusea también colectiva.

Tras un breve receso de 15 minutos después de las farragosas cuestiones previas, los acusados volvieron a la sala. La policía les quitó las esposas y, al volverse hacia el público para sentarse, el Prenda, el único de los acusados a quien se le conoce por su apellido a secas y no por su profesión, debió reconocer a alguien de las últimas filas. Le brindó una sonrisa amplia y un amago de guiño, pero la destinataria, obviamente, no reaccionó. Ya en el banco de los acusados, mientras se sacudía el nerviosismo golpeando un pie contra el suelo, cuchicheó a izquierda y derecha, como el miembro más curioso de ese cuerpo de cinco cabezas que en un chat se autodenominó La Manada.

Cuando el magistrado Luis Santos les requirió que se pusieran en pie para interrogarlos sobre su inocencia o culpabilidad, los cuatro se levantaron y en un movimiento que pareció ser uno y coreografiado, se atusaron la camisa y se colocaron bien el pantalón. Entonces hablaron: uno dijo "inocente" y los otros dijeron "sí". El bufido de la Manada, atropellado, necesitó intérprete. Posiblemente serán las únicas palabras que se les escuche en estos cuatro días de juicio.

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