El hijo cordobés de Colón fundador de la biblioteca Hernandina de Sevilla

Cordobeses en la historia

Hernando Colón fue hijo de un marino ambicioso y de una joven plebeya; renunció a sus raíces, abrazó las aspiraciones paternas y encontró en los libros la razón de su existencia

El hijo cordobés de Colón fundador de la biblioteca Hernandina de Sevilla
El hijo cordobés de Colón fundador de la biblioteca Hernandina de Sevilla

A finales de 1400 Córdoba acogía a la corte de Castilla; el Alcázar a los Reyes Cristianos y el convento de la Merced a Cristóbal Colón. Los monarcas aguardaban la caída del reino nazarí y el navegante la audiencia con Isabel y Fernando. Mientras, en el barrio de San Pedro, Pedro de Torquemada y Ana Núñez habían dejado huérfanos a sus hijos, Beatriz y Pedro, siendo adoptados por su tío, Rodrigo Enríquez de Arana, quien le otorgó también los apellidos.

Desde el 20 de enero de 1485, en que llegó por primera vez a Córdoba, Colón anduvo buscando contactos para la audiencia real, dentro y fuera de la ciudad y, en el entorno de sus amistades, entre quienes estuvo el mismísimo confesor de la reina, halló a Beatriz.

La muchacha, quince años más joven que él, parió a un varón, el 15 de agosto de 1488, al que pusieron el nombre de Hernando Colón. Cinco siglos después, con motivo del Centenario del Descubrimiento, una publicación de Rafael Ramírez de Arellano cuestionaría la estirpe y la honestidad de Beatriz, negando su casamiento con el marino, que aún no había enviudado de su esposa portuguesa; otros anteriores habían asegurado que, al llegar a Córdoba venía acompañado por el hijo mayor, Diego, y contrajo aquí legítimo matrimonio.

Pero sería María Dolores López Mezquita -autora de la biografía novelada Hernando Colón, el hijo cordobés del almirante- quien concluyera en que había dejado en Huelva al hijo mayor, a quien fue a recoger en 1492 y que Hernando y su hermanastro quedaron bajo la custodia de Beatriz, al partir el almirante hacia su primera travesía trasatlántica. Cuando esto sucedía, a primeros de agosto de 1502, el hijo pequeño no había cumplido los cuatro años y Cristóbal Colón dejaba atrás a otra dama, ahora canaria, de más alta cuna que su amante cordobesa, a la que sin embargo, pasó "la merced concedida por los Reyes de 10.000 maravedíes anuales en 1493 sobre unas carnicerías".

El niño creció en Córdoba con Diego hasta que la vida en común se truncó al cumplir los 13 años, cuando Colón se los arrebató a la madre, argumentando una infidelidad de ella. Junto a su hermanastro llegó a Barcelona, de la mano de Fray Bartolomé de las Casas, para formar parte de la corte del malogrado príncipe don Juan, y madre e hijo nunca volvieron a verse.

En aquel lugar, al que le costó adaptarse, recibió una privilegiada educación humanística y militar, además de adiestrarse en protocolo. Sin embargo, no gozaba de la autoridad innata y el atractivo físico de Diego y, quizá por esa razón, se encerró aún más en sus lecturas y estudios, de tal suerte que, en 1502, cuando con 14 años acompañó a su padre al cuarto y último viaje que este haría, sentó las bases para la biografía de Cristóbal Colón, Historia del Almirante, obra póstuma publicada por la nuera de Diego, de cuya objetividad y veracidad existen dudas.

El sentido analítico y crítico presente y latente en él, le llevarían a enemistarse con Fray Bartolomé, y a pelear con ahínco por los intereses y la memoria de su padre, muerto en Valladolid en 1506, sin saber que había llegado a un nuevo continente. Hernando era ya un destacado jurista, defensor acérrimo de los intereses colombinos, gestiones que le llevaron a Roma, donde empezó a interesarse por el funcionamiento de las imprentas de Italia y, posteriormente, de centro Europa, adonde acompañó frecuentemente a Carlos V. Y es que a sus dotes de geógrafo, sumó su pasión por la pintura, la poesía y la música, aunque fue su condición de bibliófilo la que le eternizó, siendo el primero en exportar libros al Nuevo Mundo e iniciar la primera Descripción y Cosmografía de España, interrumpida por orden del Consejo de Castilla.

El humanista, experto también en biblioteconomía, inició su colección con 300 libros en 1509 y su biblioteca, sita en la Puerta Real de Sevilla, llegó a alcanzar más de 15.000 volúmenes. Era, de las privadas, la más importante de España, a juicio de López Mezquita; la mayor del mundo occidental, en opinión de Manuel Pimentel, quien apunta también que "comenzó a disgregarse tras su muerte. Más de 10.000 volúmenes salieron por uno u otro motivo de la biblioteca madre, siendo la primera beneficiaria la Biblioteca del Monasterio del Escorial". Se truncó así su sueño de legar una gran biblioteca que "sirviera para beneficio común", por lo que apeló insistentemente al emperador, consiguiendo, eso sí, alguna asignación.

El 3 de julio de 1539 una afección respiratoria presagió el final. En su testamento, la única obsesión fueron los libros. A ellos quiso asignarle una renta anual de 100.000 maravedíes para su conservación y pensando también en el supuesto de que no se le otorgaran, los donaba a la Catedral o al convento de San Pablo sevillanos. El heredero fue su sobrino Luis, que incumpliendo los deseos del bibliógrafo, permitió la pugna. Ahora sólo queda la quinta parte de los fondos de la Biblioteca Colombina, que no llegó a tener el nombre de Fernandina o Fernandina que él deseó. Reposan en la Catedral de Sevilla, como su cuerpo y la lápida, donde mandó grabar "Autores, Epistome, Materiae y Scencia", palabras para su gran y único amor.

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