"En Córdoba, a lo mejor no hay hambre o hay muy poca, pero mucha gente sigue fuera del sistema social"
Entrevista a Francisco Ruiz. Director de Adsam
Lleva casi 25 años ligado a la asociación trabajando con menores en riesgo de exclusión social y tutelados por la Junta con el objetivo de darles un futuro a través de la empleabilidad
Hace 25 años, Francisco Ruiz entró en la Asociación para la Defensa Social de Adolescentes y Menores (Adsam) como educador en un curso de forja. Desde entonces, ha hecho trabajo de calle, en centros de protección, en talleres y en escuelas de verano con cientos de chavales. Hace año y medio se convirtió en el nuevo director de esta entidad cuyo objetivo es la empleabilidad de los jóvenes en riesgo de exclusión que se acercan a la edad laboral, "que es lo que facilita que puedan integrarse socialmente", explica, y que los niños adquieran hábitos saludables y competencias sociales.
–¿Cómo surge Adsam?
–Nació en 1981 de un grupo de profesionales del mundo de la educación y de justicia juvenil a los que les preocupaba lo que pasaba con los chavales por ejemplo cuando estaban en un centro de reforma y salían a la calle. En aquella época la enseñanza obligatoria era hasta los 14 años y luego los adolescentes quedaban desubicados. Ellos pensaron en hacer algo: montaron un taller de reparación de bicicletas que se llamaba El Pedal, y ese es el germen de Adsam.
–¿Qué evolución ha tenido la asociación a lo largo de estos 41 años?
–Ha ido creciendo en programas y en intervenciones. En 1986 se declaró de Utilidad Pública. Hubo una cesión de una casa por la Carrera del Caballo por parte de una fundación y en principio se ubicó allí la formación ocupacional para los chavales. Poco a poco se fueron introduciendo más programas y abarcando más ámbitos.
–¿Qué rango de edad tienen los chavales que atendéis?
–Desde los cuatro años hasta los 18 e incluso más porque la inserción laboral se trabaja con población mayor de edad. También tenemos un centro de menores extuteladas, es decir, que han estado en el sistema de protección de menores, hay unos recursos de alta intensidad para que, aunque cumplan la edad, no se las eche a la calle.
–¿Qué líneas de trabajo tiene Adsam?
–El trabajo es bastante variado. Desarrollamos el programa de Atención a la Infancia y Adolescencia para los Servicios Sociales del Ayuntamiento de Córdoba, con seguimiento de los menores, el absentismo, intervenciones grupales por las tardes; se trabaja con población que reside en infraviviendas que son fundamentalmente rumanos, también en colaboración con el Ayuntamiento; otro ámbito importante es la protección de menores para la Junta de Andalucía en dos centros nuestros y el de las niñas mayores de edad. Luego, en El Aguilarejo tenemos un centro cedido por la Confederación Hidrográfica del Guadalquivir en el que tradicionalmente ha habido formación ocupacional. Allí también está ubicado un centro de día de justicia juvenil para casos menos graves en los que el juez dictamina que el menor tiene que asistir ahí de forma obligatoria. A su vez, hay dos aulas de compensatoria a la que acuden chavales que tienen dificultades para integrarse en sus centros, el colegio de Palmeras y el instituto de Villarrubia. Además de las maestras, hay un monitor para hacer actividades ocupacionales como carpintería, agricultura o jardinería para intentar que no abandonen la actividad escolar.
–¿Qué tipo de profesionales trabajan aquí?
–El perfil fundamental es educador social, algunos de titulación y otros de ejercicio. Poco a poco la titulación está sustituyendo a los de ejercicio. Yo, por ejemplo, soy un intruso profesional. Hay algunas trabajadoras sociales porque tiene que haberlas en los centros de protección y alguna psicóloga para algún programa concreto.
–¿Cómo entró usted en la asociación?
–Entré en 1998 en El Aguilarejo, que está en la carretera de Palma del Río, haciendo formación profesional ocupacional (FPO) de la Junta de Andalucía. En un curso de herrero forjador, estaba el herrero y yo entré como el educador que lo acompañaba. Luego fui saltando de un lado a otro, como se hacía aquí antes, cuando estábamos muchos menos trabajadores. Estuve en escuelas de verano, de monitor en talleres, luego estuve un par de años fuera hasta que en 2001 entré en el programa de intervención con infancia y adolescencia que tenemos con el Ayuntamiento. He estado en centros de protección, en programas de absentismo, en un programa para la Casa de la Juventud… Y hace año y medio la exdirectora me propuso ser el nuevo director.
–¿Qué tal este tiempo en la dirección, cómo ha sido el cambio?
–El año pasado seguí trabajando con los chavales, pero la verdad es que era un poco locura porque trabajaba los fines de semana con ellos en el centro y entre semana en la coordinación. En Navidad dejé a los chavales, cosa que sinceramente se echa de menos.
–¿Qué relación se establece con los jóvenes usuarios de la asociación?
–Con los chavales hay una relación muy cercana. Cuando trabajaba con el programa de calle del Ayuntamiento cubría la calle Torremolinos y el Guadalquivir. Yo he ido a bodas de chavalas, a bautizos de sus hijos… Se establece una relación muy cercana y muy bonita. Y en los centros, incluso aunque sean conflictivos, como en el que yo estaba, que era de adolescentes con complicaciones, ellos no te van a considerar su padre, pero se establece una relación muy bonita y cercana.
–¿Cómo se logra ganar la confianza de esos adolescentes?
–Fundamentalmente por el apego. También tienes que ser consistente con ellos, no puedes consentirlos.
–¿Ha aumentado a lo largo de estos años el número de menores en riesgo de exclusión? ¿Habéis visto un incremento en la asociación?
–Para mí es difícil valorarlo porque no tengo una visión tan amplia. Creo que han ido aumentando las diferencias, pero también las prestaciones sociales. Es verdad que las prestaciones lo que hacen es poner la venda en la herida, es decir, no cambian realmente las cosas, lo que cambia las situaciones es la educación y la intervención. Hambre a lo mejor no hay, o hay muy poca afortunadamente, pero mucha gente sigue estando fuera del sistema social.
-Según la relación que tenéis en la asociación con justicia, ¿habéis notado un aumento del número de menores infractores?
–No especialmente. Pueden cambiar los perfiles. De todas formas, nosotros solo tenemos un centro vinculado con justicia, los centros más especializados lo notarán más. Muchas veces, la percepción que tenemos las asociaciones viene por la tendencia que tengan los jueces. Por ejemplo, medidas de centro de día últimamente no se están poniendo muchas, sino que se van a medidas más fuertes como internamientos o más leves como reparaciones y charlas con los educadores. Nosotros ahora en el centro de día tenemos a pocos menores, tres o cuatro, cuando ha habido épocas en las que teníamos a diez o 15.
–¿En qué situación se encuentran los menores que atendéis?
–Hay varios perfiles. Por un lado, atendemos a menores que están en desamparo declarado por un juez y tutelados por la Junta. Por otro, por ejemplo en el programa de calle que tenemos con el Ayuntamiento, son menores derivados por Servicios Sociales a los que se detecta que pueden estar en riesgo y que pueden venir de familias desestructuradas, familias monoparentales con dificultades… En fin… Hay muchos tipos.
–Córdoba tiene cuatro de los barrios más pobres de España, según el Instituto Nacional de Estadística. ¿Es ahí donde centráis vuestro trabajo?
–Los programas municipales los configura el Ayuntamiento, pero nosotros, cada subvención que solicitamos, es para actuar en Palmeras, Moreras, Torremolinos y Guadalquivir. Y, últimamente, también en zonas periurbanas como El Higuerón, Villarrubia, Los Mochos, Alcolea… Ahí la población está muy dispersa y no se nota tanto, pero también hay bastante trabajo por hacer. Las situaciones que atendemos están ligadas a la falta de recursos y de empleo.
–¿Qué tipo de actividades hacéis con los jóvenes para asegurarles un futuro?
–Fundamentalmente formación y, según los programas, hay itinerarios personalizados de inserción con apoyo de las educadoras, acompañamientos…
–¿Hay menores a los que acompañáis desde niños y hasta su vida adulta?
–Hay algunos que han llegado hasta la universidad. Poquitos, pero los hay, y trabajan con nosotros. La verdad es que es un orgullo muy grande.
–¿Seguís teniendo contacto con ellos cuando ya salen de Adsam?
–Yo sigo teniendo contacto con muchos, pero depende de cada persona. Con unas chavales del Sur incluso tenemos un grupo de WhatsApp en el que estoy yo junto a un grupo de educadoras y nos vemos de vez en cuando. En ese sentido, este trabajo es muy agradecido. Con algunos tienes una mayor sintonía que con otros, como ocurre con el resto de las relaciones sociales. A todos los tienes que tratar igual y con los mismos criterios, aunque con algunos tienes más sintonía que con otros. Con los que conectan más contigo, tú también conectas más con ellos.
–Debe ser complicado lidiar con las situaciones que tienen muchos de estos menores.
–Pero es gratificante, los chavales luego te recuerdan con cariño. Aunque no tengas contacto, si te los encuentras por la calle, te dan un abrazo. Es bonito.
–¿Hay más chicos que chicas?
–Si hablamos de infractores, hay más chicos que chicas. Nosotros tenemos dos centros, uno es residencial básico y otro residencial básico con programa de conflicto, que es donde yo trabajaba. Allí ahora mismo, de las diez plazas, una es chica y nueve chicos. Los conflictivos suelen ser más niños. Luego, por ejemplo en las escuelas municipales, en un programa de prevención de adicciones que llevamos nosotros, hay 50% de participación.
–¿El contacto con ellos es continuo, es decir, os pueden llamar en cualquier momento?
–Eso depende de cada persona. Cuando yo trabajaba en el programa de Servicios Sociales en la calle Torremolinos, mi teléfono lo tenían todos los chavales. Sabían que me podían llamar aunque mi presencia allí no era continua. En el caso de los centros, son como una casa, como una familia con muchos padres y madres que entran y salen. Es un poco lío, pero para ellos puede ser su casa. No todos lo viven así, entran en juego los caracteres y las edades de cada uno. Algunos lo viven con mucha más distancia. Los chavales casi siempre prefieren estar con su familia, aunque esta sea un desastre, a estar en un centro por mucho que se coma mejor o peor, o estén mejor o peor cuidados. Hay algunos que sí valoran el centro, pero les gustaría más estar con su familia.
–¿Esos jóvenes en algún momento vuelven con su familia?
–Los tutelados que tienen familia normalmente vuelven con ella, aunque tiene que funcionar muy bien para que se produzca esa unificación. Cuando la hay, suelen quedarse con la familia. Pocos son los que rebotan al centro.
–¿Se logra desconectar de todas las situaciones que veis cada día?
–Personalmente, tengo bastante suerte porque sí que desconecto. Hombre, siempre te llevas un poco. No es que se me olvide, pero sí que no estoy emocionalmente emparanoiado o liado con eso. Hay personas a las que les cuesta más.
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