El Cordobés, 60 años de alternativa
Efeméride
Manuel Benítez formó un auténtico alboroto aquella tarde del 25 de mayo de 1963 en el coso de Los Tejares
'El Cordobés' se da un baño de masas en el vigésimo aniversario de su proclamación como Califa del Toreo
Las mejores imágenes del homenaje a Manuel Benítez 'El Cordobés'
Manuel Benítez El Cordobes tomó la alternativa el 25 de mayo de 1963, hace hoy 60 años, de manos del diestro Antonio Bienvenida y en presencia de José María Montilla en el antiguo coso de Los Tejares de la capital cordobesa.
Se había organizado todo, con idéntico cartel, para el 12 de octubre del año anterior: toros de Samuel Flores para el doctorado de un novillero que había sacado al toreo de su molde. Pero la lluvia impidió que aquel novillero revolucionario pudiera convertirse en matador de toros en aquella tarde otoñal.
Fiel a su compromiso, esperó al 25 de mayo de 1963, en plena Feria de la Salud, para acceder a esa alternativa que venía a rubricar su fama. Manuel Benítez Pérez formó un auténtico alboroto aquella tarde, pero ya era una figura social y taurina antes de recibir los trastos de torear de manos de Bienvenida, creando un curioso contrapunto entre la trasgresión y la ortodoxia.
El nuevo diestro salió a hombros en medio del delirio del público cordobés, que abarrotó aquella plaza decimonónica que sería sustituida dos años más tarde, apoyados en la poderosa estela del propio diestro, por el actual e inmenso coso de Los Califas, inaugurado por el propio Benítez. Pero aquel doctorado hay que entenderlo dentro y fuera de las fronteras del "planeta" de los toros.
El Cordobés fue el torero ye-ye, una imagen más de la España del desarrollismotorero ye-ye y uno de los rostros de esa ruptura que impregna todos los estratos de una sociedad en erupción.
Salto a la fama
Manuel Benítez parecía predestinado para la miseria y tenía tomada la firme decisión de marchar -como tantos españoles de la época- a trabajar a Francia como emigrante. Se había tirado de espontáneo aquí y allí; había vivido el submundo de las capeas y hasta había conseguido vestirse de luces sin demasiada fortuna en plazas de escaso relieve. Todo parecía metido en un callejón sin salida cuando, el 13 de septiembre de 1959, sufrió una cornada de un novillo resabiado en Loeches.
Era el mismo novillo que había herido también a su compañero Manuel Gómez Aller al que vio morir desangrado en la cama contigua del Hospital General de Madrid. Pero hubo un encuentro providencial que cambiaría la vida del incipiente torero dibujando una de las imágenes más inconfundibles de la España de los años 60.
Rafael Sánchez El Pipo sería el encargado de modelar el personaje, aprovechando y dramatizando la extracción humilde del antiguo Renco, su primer apodo. El Pipo, además, sería el primero en anunciarle como El Cordobés. El 15 de mayo de 1960, después de una campaña de relaciones públicas que logró llenar la plaza, organizó una novillada en Córdoba que supondría su despegue inmediato.
La tila por las nubes se titularía la crónica del recordado periodista local José Luis de Córdoba, subrayando el impacto de su presentación. Aquella novillada sin picadores le lanzó definitivamente. Palma del Río, su pueblo natal, iba a servir de escenario para su debut con picadores al que siguió, prácticamente sin solución de continuidad, su participación en la película Aprendiendo a morir.
Carisma y personalidad
Benítez ya era un ídolo de masas sin haber tomado la alternativa y fue reclamado desde El Pardo para participar en un inusual festival invernal bajo la presidencia del mismísimo Franco. El festejo se celebró en los jardines del palacio y cuentan las crónicas que aquel hijo de represaliado republicano se llevó más tiempo volando por los aires que andando. Inspiró el best seller O llevarás luto por mí de Lapierre y Collins y llegaría a ser portada reincidente en la revista Life.
Se hacía acompañar de un profesor particular -dentro del avispado plan de promoción diseñado por El Pipo- al que se mostraba como preceptor del torero analfabeto, ávido de adquirir la cultura que se le había negado en su niñez. Se sacó la licencia de piloto y compró una avioneta que le ayudaba a completar unas temporadas que llegaron a pulverizar todos los récords.
El Cordobés, a pesar del desafecto de ciertos sectores de la crítica, mantuvo intacto su tirón hasta el punto de provocar una peregrinación de empresarios a su finca de Villalobillos ante el amago de una retirada que no se produjo. Los empresarios firmaron su continuidad -y la elevación de su caché- en la misma almohada que el torero aseguraba haber consultado.
Después llegaría la llamada guerrilla junto a Palomo Linares, volviendo a plantar cara a la poderosa clase empresarial de la época; la retirada de 1971, la vuelta en 1979, las idas y venidas de los 90...
El rostro del Cordobés pertenece por derecho propio a un retablo de imágenes en el que figuran el Seiscientos, la Costa del Sol, el apartamento de Benidorm o la popularización de la incipiente Televisión Española.
Pero ese carisma, su rol de icono de la década prodigiosa, no puede enmascarar su valía como gran torero, que fue mucho más allá de esas formas iconoclastas -incluido el famoso flequillo- que enardecían a los públicos que llenaban las plazas para verle mientras los puristas se rasgaban las vestiduras.
Con 87 años cumplidos y en plena forma, Benítez sigue de plena actualidad: el reciente reencuentro personal y familiar con su hijo Manuel Díaz ha añadido un renglón más a una biografía que no se puede separar de la memoria íntima y doméstica de España.
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