Tribuna Económica
Carmen Pérez
Un bitcoin institucionalizado
Análisis
Cruz Roja revela que el 66% de las personas sin hogar tenían empleo y vivienda en Córdoba. La institución humanitaria ha realizado un estudio exhaustivo sobre la discriminación y la vulnerabilidad social de las personas en exclusión residencial, con el objetivo de arrojar luz sobre las realidades y desafíos que enfrentan aquellos que carecen de hogar. Bajo el título La discriminación y la vulnerabilidad social de las personas en exclusión residencial atendidas por Cruz Roja, el informe destaca una serie de conclusiones que desafían estereotipos y resaltan la complejidad de las situaciones que atraviesan estas personas, profundizando en el análisis de esta situación, los perfiles, las vivencias y las percepciones en primera persona como hilo conductor de las situaciones de discriminación que afrontan.
Contrario a la percepción común, el estudio revela que el 66% de las personas sin hogar atendidas por Cruz Roja estaban en una situación normalizada en cuanto a vivienda y empleo antes de entrar en la exclusión residencial: un 25,5% de este grupo desempeñaban trabajos en la economía sumergida, otro 33,4% lo hacían con contratos a tiempo completo y un 7,2% con contratos a tiempo parcial. Hasta ahora, el empleo era un mecanismo de inclusión social que aseguraba los ingresos y las relaciones personales, pero la pérdida de calidad en el trabajo ha destruido en parte esta premisa.
El no tener la garantía de acceso a servicios básicos como ducha, inodoro, comida caliente, internet o poder guardar su documentación y pertenencias en lugar seguro siempre que lo necesiten dificulta el mantenimiento de unos hábitos saludables, alimentación adecuada, contactos socioafectivos con otras personas, realización de trámites administrativos y la búsqueda de empleo. Entre quienes habían tenido acceso al mercado laboral, las condiciones de informalidad, precariedad, temporalidad y bajos salarios en el empleo no les han permitido sostener una vinculación social y redes que evitasen el sinhogarismo. En la actualidad, sólo un 22,4% han trabajado al menos una hora en la última semana.
El estudio revela que, a medida que pasa el tiempo y terminan en situación de calle, las dificultades y la disminución de expectativas empujan al abandono en la búsqueda de empleo: una de cada cuatro personas sin hogar que llevan en situación de sinhogarismo cuatro años o más no han intentado encontrar empleo en el último año al estar seguras de que, precisamente por su situación, no les van a aceptar. De ahí la importancia de extender iniciativas en las que se proporciona directamente una vivienda individual y estable a la persona sin hogar, al tiempo que ésta recibe acompañamiento individualizado en su proceso de reinserción, como la metodología Housing First.
El estudio de Cruz Roja también rompe con el estereotipo de que las personas extranjeras son las que más viven en la calle, ya que el 53% de las personas sin hogar atendidas por la organización humanitaria han nacido en España, y revela un importante incremento del sinhogarismo femenino: aunque sigue siendo mayoritariamente masculino (82%), la cifra de mujeres en situación de calle ya llega al 18%.
En cuanto a la edad, el grupo mayoritario es de las personas de 45 a 64 años (51%), y un 18.5% tienen menos de 30 años percibiendo un aumento de estas personas en los últimos años.
La percepción de su salud entre las personas sin hogar es significativamente peor que la del resto de la población (15,9% frente al 7,04% afirman que su salud es mala o muy mala). Las personas sin hogar se perciben con un peor estado de salud mental y emocional respecto a la población general ya que declaran más problemas emocionales destacando especialmente el sentimiento de soledad, 4,3 veces más que entre la población general (43,2% frente al 10,1%), la depresión, 3,7 veces más que entre la población general (36,5% frente al 10%) y tristeza (34% frente al 16,9% general).
Tanto hombres como mujeres viven mayoritariamente solos, sin pareja en el 88,7% de los casos, y la mayoría sin hijos e hijas, aunque los tengan. El aislamiento social de las personas sin hogar es acusado, el 31% de las personas encuestadas manifiestan que se sienten socialmente aisladas, y que no pueden contar con la ayuda de nadie. Una de cada cuatro personas encuestadas se encuentra en aislamiento severo ya que no ha mantenido contacto por ningún medio con ninguna de las figuras socioafectivas más universales.
Contra el estereotipo dominante, el consumo de alcohol es incluso ligeramente inferior al de la población general, situándose en el 34,3% entre las personas en situación de calle, frente al 35,1% de la población general.
Prácticamente ocho de cada diez personas sin hogar (78,1%) ha experimentado discriminación, destacando la relacionada con la aporofobia (68,3%) junto a rechazo por origen, minoría étnica, edad, sexo o estado de salud. Las discriminaciones más graves son llevadas a cabo por personas cercanas (46,8%), pero también afirman haber sentido la discriminación por la administración pública (19,2%) o los cuerpos y fuerzas de seguridad del estado con humillaciones y trato indigno. Sólo el 15,5% de quienes han sentido discriminación han acudido a la policía o el juzgado, ya que consideran que es inútil su denuncia (30,9%). Una de cada cuatro personas sin hogar atendidas ha sufrido discriminación en el acceso a la vivienda
Si bien el sinhogarismo y la exclusión residencial visible son fenómenos que afectan proporcionalmente más a los hombres que a las mujeres, en los últimos años se observa un aumento progresivo de mujeres en esta situación. El 21% ha sido agredidas sexualmente, el 20% ha sufrido acoso o persecución y el 35% han vivido humillaciones. Los porcentajes son sistemáticamente más elevados que los de los hombres y presentan un mayor grado de exclusión social y deterioro más grave de la salud.
La menor presencia de mujeres se debe a las estrategias que despliegan para evitar vivir en la calle: acudiendo a los servicios sociales, a redes familiares o de amistades, realquilando una habitación a cambio de servicios como cuidados, o bajo la amenaza de violencia de la pareja. La presencia de mujeres sin hogar en albergues y programas asistenciales es minoritaria, y existe una escasez de recursos específicos dirigidos a mujeres y un menor número de plazas en módulos femeninos en los albergues y pisos evidenciando una necesidad de mayor perspectiva de género en el diseño e implementación de medidas contra el sinhogarismo.
Por motivos climatológicos, de comodidad o seguridad, el 5,4% de las personas sin hogar cambia de lugar de pernocta como mínimo una vez a la semana, aunque por lo general la movilidad es bastante baja: la inmensa mayoría (88,1%) pernocta siempre en el mismo lugar.
La irregularidad administrativa aboca a las personas sin hogar migradas a una situación de exclusión social extrema: no tienen acceso al empleo formal, no pueden alquilar una vivienda y viven una situación de permanente temor a ser expulsadas del país. Ante los riesgos, agresiones, explotación o discriminación que sufren, evitan pedir ayuda o denunciar, y eso les hace aún más vulnerables a la explotación laboral.
Cruz Roja ha realizado este estudio "para luchar contra la discriminación mostrando la realidad que no se ve, buscando sensibilizar, pero también mejorando su propia actuación al conocer en profundidad quiénes son, y cuáles son sus dificultades como antesala para ayudar e informar a otros agentes sociales implicados".
El informe de Cruz Roja destaca la necesidad de abordar el sinhogarismo desde una perspectiva integral, incluyendo la provisión de vivienda, la prevención y la adaptación de servicios a la diversidad social y cultural de las personas sin hogar.
Debido a las crisis sucesivas socioeconómica, sanitaria, energéticas, los perfiles de personas sin hogar son cada vez más diversos, y hay personas sin hogar que pernoctan en períodos más o menos cortos, alternándolos con estancias en viviendas ocupadas, recursos residenciales u hogares de conocidos; igualmente, su fuente de ingresos puede ser nula o precaria, por lo que cada caso requiere de un acompañamiento individualizado.
Sin embargo, el estudio también apunta a que no podrá evitarse la entrada de nuevas personas en el sinhogarismo si no se trabaja en prevención primaria, para provocar cambios en las estructuras que llevan al sinhogarismo (políticas de vivienda social, protección social, lucha contra la precariedad laboral y sistemas de garantía de ingresos), y prevención secundaria, consistente en identificar los colectivos de riesgo (mujeres víctimas de VG, infancia y jóvenes bajo el sistema de protección social, personas que reciben altas médicas después de estancias hospitalarias largas, personas que salen de prisión…) y detener los procesos de exclusión con actuaciones focalizadas.
La diversidad social, cultural, étnica y lingüística que presentan actualmente las personas sin hogar o en exclusión residencial obliga a adaptar los servicios y recursos de atención a sus necesidades, pero "hay una insuficiencia de medios, principalmente humanos, para trabajar con criterios interculturales y lingüísticos adecuados". Además, la digitalización de los servicios públicos supone una barrera adicional para la relación de estas personas con los recursos existentes, algo para lo que recurren a las entidades sociales, de las que hacen en general una valoración muy positiva por intermediar o llevar y gestionar proyectos y recursos dirigidos a sus necesidades específicas.
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