¿Demasiado amor?
Tribuna de opinión
Todo menos tirar la toalla, dejarse vencer por el desaliento, cegarse por el orgullo
Hace cinco años conocí a Eloísa en el barrio de La Viña de Cádiz. Es madre de Sergio Larrinaga, autor de la marcha El amor, las notas musicales que abren el archifamoso tema de C. Tangana Demasiadas mujeres, fallecido recientemente. Invito al lector a pinchar la web del Opus Dei y visualizar su apasionante historia, una más de la acción del Amor en las personas (https://opusdei.org/es-es/article/demasiado-amor-historia-desconocida-videoclip-tangana/).
Con un marido ludópata y un hijo con problemas de adicción se encontró con Dios y, con su ayuda, siguió luchando. En 2007 fundó la asociación Mujeres de Acero para ayudar a personas de su barrio con situaciones parecidas a la suya: “Me da mucha pena que la gente se acostumbre a ver a toxicómanos tirados por ahí. Son enfermos y tenemos que aprender a comprenderlos. No juzgarlos, ni estigmatizarlos”.
Ha cuidado de los dos hasta el final y nos dice: “Se puede perdonar, se puede acoger… ¡se puede todo! Dios te da las gracias necesarias. Dios te lo da todo. Yo estoy rota porque ha sido muy fuerte todo lo que ha pasado, pero tengo la seguridad de saber dónde están y esa seguridad es mi consuelo y mi esperanza. Los dos han muerto rodeados de cariño, de un amor casi infinito, y con la mirada puesta en el Cielo” ¡Se puede todo! El Amor tiene una fuerza infinita. Debemos darnos un atracón de Amor.
Pentecostés es la fiesta del Amor. Una lengua de fuego devorador, un viento huracanado invadió a los apóstoles y los trasformó. El Espíritu Santo es el Amor verdadero, la fuente de todos los amores del mundo, manantial con un caudal inagotable. Ahí podemos beber hasta “emborracharnos” de amor. La ternura, el cariño, el afecto, la predilección es la energía que nos mueve, y a todos se nos da; basta acercarnos a ese venero y toda sed se calma. ¿Por qué hay tanto sediento? ¿Es tan difícil dar con ese hontanar? ¿Cuál es el origen de tanto desamor como hay en el mundo?
Parece que la humanidad está ciega, es incapaz de amar. Ha confundido las cosas elementales, piensa que amar es conjugar el yo: que me hagan feliz, que me sienta bien, que se haga todo a mi modo. Es el conocido: yo, mi, me, conmigo. Mientras que el buen querer se logra mirando hacia fuera, saliendo del yo. ¿Qué es amar? es lograr hacer feliz al amado vaciándose de uno hasta que duela. Es hacer referencia al otro, volcarse.
Hoy es un día muy apropiado para pedir al Espíritu que venga sobre nosotros: ¡Ven, oh Santo Espíritu! Reza la Iglesia. La ayuda del Consolador no es exclusiva de los eclesiásticos: papas, obispos…, es para todos. Creemos que, si acaso, el Espíritu Santo está para asistir al papa en los grandes temas de la dirección de la Iglesia: en la hora de definir los dogmas…, pero es de todos y para todo. Tendríamos que tener más familiaridad con Él, saberle más cercano. Tomarle como consejero, como consolador habitual. Estoy convencido de que está deseoso de ayudarnos. No hay pregunta que le hagamos que deje sin respuesta. ¡Eso sí, sus tiempos no son como los nuestros! Siempre contesta, pero cuándo y cómo quiere. Si nos acostumbramos a consultarle nuestras dudas, si le pedimos consejo y le hacemos caso nos sorprenderemos de su eficacia en nuestras vidas.
“Riega la tierra en sequía, sana el corazón enfermo, lava las manchas, infunde calor de vida en el hielo, doma el espíritu indómito, guía al que tuerce el sendero” le pedimos al Consolador. Si tenemos problemas para lograr dar amor a los nuestros no desesperemos. Un gran peligro que nos acecha es pensar que el amor es un cuento, o que no es para nosotros, renunciar a él. Lo que debemos hacer es sanar el corazón enfermo, rechazar la tentación de que es imposible, no buscarlo en otras charcas. Recorramos el camino de la humildad, volvamos a Dios, lavemos las manchas con la confesión. Luego a domar el orgullo, ese espíritu indómito pidiendo perdón y comencemos de nuevo, las veces que sean necesarias: cientos o miles, da igual. Todo menos tirar la toalla, dejarse vencer por el desaliento, cegarse por el orgullo.
Nunca se puede decir que se ama en exceso. El mundo necesita amor, gente enamorada y, más que exigirlo, hay que procurar saltarse todas las barreras que hemos puesto para impedirlo. Con la fuerza del amor nos las saltaremos todas. No podemos excusarnos pensando que ya lo hemos intentado en vano, seguramente queda alguna valla que tendremos que saltar.
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