Fosforito: "Córdoba siempre ha contado conmigo y yo siempre le he entregado el alma”
Entrevista
Fosforito es uno de los referentes más grandes en la historia del flamenco; gracias a sus aportaciones este arte musical vivió una renovación y un resurgir que duran hasta hoy en día
Antonio Fernández Díaz Fosforito (Puente Genil, 1932) es uno de los referentes más grandes en la historia del Arte Flamenco. Gracias a sus aportaciones, el flamenco vivió una renovación y un resurgir que duran hasta hoy en día. Fosforito es la historia de los últimos 90 años del flamenco. Además, a lo largo de los años, este cantaor autodidacta, ha sabido empaparse de ese arte heredado de los más grandes, hasta convertirse, aunque él lo niegue, en un intelectual del flamenco, en otro integrante del Olimpo de ese arte. Su estilo se ha caracterizado por el purismo con que interpreta el cante jondo, en el que domina todos los repertorios, desde los cantes levantinos hasta los sevillanos o cordobeses, pasando por las seguidillas, soleares, tarantos y bulerías.
–Alejandro Fernández Barrientos, su hijo, ha dirigido y producido un documental, ‘Fosforito, una historia de flamenco’, en el que recorre su vida...
–Le ha puesto mucho amor con unos medios muy limitados. Hombre, cuando yo estaba en pleno apogeo él no tenía edad para conocerlo. Él no me ha visto en aquellos escenarios en los años 60, 70 u 80, en aquellos momentos irrepetibles. Lo ha descubierto ahora.
–Y eso lo ha acabado convirtiendo, como si de una religión se tratara, al ‘flamenquicismo’.
–Él viene del rock. Es cantante y guitarrista de un grupo que formó por los 90. Un día descubrió a su padre y buscó un montón de documentos sobre él y ya siente pasión por el flamenco, algo que él mismo ha confesado, lo que no quiere decir que, como a mí, su padre, no le guste otro tipo de música.
–En el documental, obviamente, se habla de sus inicios, de aquellos tiempos duros de la posguerra en los que un niño, usted, mataba el hambre y la miseria cantando en las tabernas de Puente Genil por unas perrillas, ¿qué recuerdos le quedan de aquellos tiempos?
–Mejor no recordarlo, porque las guerras son terribles todas, no las gana nadie. Era 1940, yo apenas tenía ocho años, eran tiempos en los que se pasó mucha hambre y un desamparo absoluto, tiempos que prefiero no recordar.
–Usted viene de una familia de artistas, a lo largo de su vida, ¿quienes fueron sus maestros?
–He aprendido de todo el mundo y sigo aprendiendo. Soy un apasionado del flamenco. Es cierto, en mi familia eran flamencos. Mi abuelo por parte de madre era Juan El Cantaor, tenía mucha calidad, aunque nunca fue profesional. Mi padre sí lo fue durante los años 20 y compartió escenario con Antonio Chacón, con Manuel Torres...en aquellos tiempos gloriosos de aquellos cantaores que han pasado a la historia.
–Su padre, quien también se apodaba Fosforito.
–Exactamente, y que cantaba muy bien por soleares. A mi padre le apodaron así por sus interpretaciones de los cantes de Francisco Lema Fosforito, quien había nacido en 1870 en Cádiz. Además, en mi familia había guitarristas, bailaoras... Se pasaba fatiga, pero la verdad es que había mucha pasión por el flamenco. Siempre digo que aparte de esos cuatro cantaores maravillosos que en aquel tiempo pasaron a la posteridad, había 40 más y mi padre estaba entre esos 40. Yo he escuchado siempre palmas, guitarras y cante y en mi conciencia de niño parece ser que estaba predestinado a ser cantaor.
–Un cantaor que se ganaba la vida como podía hasta que llegó aquel I Concurso Nacional de Arte Flamenco de Córdoba, de 1956, en el que consiguió el primer premio en los 16 estilos exigidos en las bases y que fue un punto de inflexión para el flamenco, además de cambiar su vida.
–Es cierto, aquel concurso cambió mi vida. Desde 1940 yo cantaba en los pueblos por unas pesetillas después de aquellas películas que ponían en sesión continua, y en las ferias de ganado. Hay un cartel que conservo de 1945 de la plaza de toros de Ronda, cuando yo tenía 13 años y ya me presentaba como cantaor. Quiero decirle que mi vida ha estado siempre ligada al cante, con una dedicación total. Ese concurso nacional, que gané con 23 años, lo cambió todo, cambió el rumbo de mi vida. Tras ganarlo de forma absoluta, empecé a trabajar con un empresario que había estado con Antonio Molina. Luego me llevaron a Sevilla, donde conocí a muchísimos artistas maravillosos, además de a Pastora [Pavón], [Pepe] Pinto, [Manuel] Vallejo, Juan Mojama...
–Usted recibió en 2005 la Llave de Oro del Cante, reconocimiento que solo tienen cinco cantaores a lo largo de la historia del arte flamenco, El Nitri, Manuel Vallejo, Antonio Mairena, Camarón de la Isla y Fosforito. A Fosforito se lo dieron por “la labor realizada por este artista cordobés en la dignificación y universalización del flamenco, la relevancia de sus aportaciones creativas y su contribución a la revitalización de estilos en desuso”. ¿Qué supone para usted este reconocimiento?
–A mí me cuesta mucho trabajo hablar de mí. La Llave de Oro es un galardón que agradezco y que me fue entregada por consenso tras una consulta general a las universidades, a los conservatorios y a las peñas flamencas. La Llave de Oro es un símbolo. Esto no quiere decir que yo cante mejor que nadie ni nada de eso, pero para este premio no hay oposiciones. Para mí es un premio más, como la Medalla de Oro de Andalucía que me dieron antes, el Premio Ondas o la Medalla de Oro de las Bellas Artes, que, entre otros, tengo. E insisto, usted sabe que no se oposita a esos premios. Hay alguien por encima de ti que te señala, que ha reconocido tu obra, tu trabajo, lo que tú haces, y ya está.
–Hemos hablado de algunos clásicos del flamenco, pero ¿cómo se canta hoy?
–Hoy en día hay cantaores muy jóvenes que cantan muy bien y otros no tan jóvenes que mantienen la llama viva de la tradición, que están ahí dando el corazón. Estos cantaores no son ni mejores ni peores que los anteriores, son diferentes, afortunadamente, porque no todo tiene que ser un calco de lo anterior. Los genios aportan y enriquecen el flamenco con su música y es algo transitorio. Los genios mueren y dejan ese legado maravilloso de su impronta, de su pasión, pero el cante continúa a través de los siglos. El cante está por encima de cualquier genio.
–¿Se ha convertido con los años el flamenco en un género minoritario o poco reconocido?
–No lo creo. Hombre, los flamencos de ahora que saben cantar, que entienden lo que cantan, que tienen el respeto por la tradición, el gustito, no pueden perder el origen de donde viene todo, hay que darles tiempo. Lo que pasa es que hay otras tendencias, porque naturalmente nadie le puede poner puertas a la creación. Lo que ya no está tan bien es que a cosas digamos aflamencadas, que no están dentro de la ortodoxia, también le llamen flamenco; hay que saber distinguir. Por eso los aficionados que de verdad sienten el flamenco, porque el flamenco es un sentimiento, un arte caliente que nos engancha, saben distinguir la paja del trigo y no le vas a dar gato por liebre nunca. No obstante, a mí también me gustan muchas cosas que hacen los modernos y que están rozando el flamenco, pero que no es flamenco, no tiene nada que ver. Eso no quiere decir que haya que repudiarlos musicalmente.
–O sea, que para usted eso del nuevo flamenco...
–Yo respeto eso que llaman nuevo flamenco. Lo que ocurre es que la palabra flamenco, tiene un marchamo, viste bien, da dinero y entonces se la ponen a muchas cosas que están rozando el flamenco y suenan bien, otras no tanto, pero eso es inevitable. ¿Cómo se le puede poner trabas a eso? De ninguna manera. Los flamencos no tenemos que meternos en eso, no podemos poner ninguna cortapisa; la creación es libre, es infinita.
–Creación infinita como la suya, con 26 discos editados, haciéndose acompañar a lo largo de su carrera por grandes guitarristas como Paco de Lucía, Juan Habichuela o Enrique de Melchor, y lo que mucha gente no sabe, siendo letrista, ¿cómo nació en usted esa vocación?
–Yo siempre he escrito, pero bueno, le voy a contar un disparate. Cuando yo tenía apenas diez años, en mi casa no había luz eléctrica, vivíamos en un casa de vecinos y doña Conchita, una monja cuyo balcón daba al balconcillo de esa casa en la que yo vivía, tenía una gran biblioteca y me prestaba libros. Con diez años y con la luz de un pedacito de vela hasta que amanecía, yo leía a Thomas Mann, a Hermann Hesse...era la mejor forma de aprender, porque entonces yo ni siquiera podía ir al colegio, soy autodidacta. A mí me nació ese instinto de hacer letras para mí y luego cuando algún artista me las pedido, yo encantado, he puesto mi corazón en ellas.
–Artistas como Camarón.
–Sí. Le he escrito letras a mucha gente, a Camarón, Pepe Pinto, Juan Valderrama, Carmen Linares, Chiquetete...
–Por cierto, explíqueme qué es eso que le he escuchado en alguna ocasión de que no es fácil ser aficionado al flamenco.
–Es que la afición al flamenco nace o no. El flamenco puede producir amor a primera vista o pasión o rechazo. Pero el flamenco si te atrapa ya no te suelta nunca. Porque el flamenco es un sentimiento que se mete en tu sangre y ahí lo tienes. Claro, no hay por qué ser solo flamenco, el hombre es más amplio en sus sentimientos y tiene cabida en su corazón y su alma para otras músicas por muy aficionado que sea al flamenco.
–Usted vive en Málaga. No podemos acabar esta entrevista sin que le pregunte cómo es su relación con Córdoba.
–Vivo en Málaga por motivos familiares: mi mujer, mis hijos y mis nietos son de allí. Mi relación con Córdoba es maravillosa. Yo no tengo nada más que palabras de alabanza para Córdoba, porque Córdoba me ha acogido siempre con mucho cariño. Córdoba siempre ha contado conmigo y yo siempre le he entregado el alma. Hasta me ha dedicado un museo en ese edificio de la Edad Media que es la Posada del Potro. Y esto no tiene nada que ver con la política. Los políticos han cambiado y yo sigo ahí, yo no tengo nada que ver con la política. Soy simplemente un cantaor que se debe a todo el mundo independientemente del color de su pensamiento, de sus ideas.
–Ya que ha sacado la política, ¿cómo cree que se han portado los políticos con el flamenco?
–El cariño que el flamenco necesita los políticos no se lo han dado, posiblemente porque sus preocupaciones a la hora de gobernar han sido y son otras bastante importantes.
–Por cierto, hubo un tiempo en el que no se lo pusieron nada fácil al flamenco, ¿verdad?
–Es que los flamencos hemos estado muy mal considerados, muy mal vistos. En los 60 y 70 todavía había tabernas con el cartel de “prohibido el cante” en letras muy grandes y en los que aparecía un cantaor con un candado en la boca y un bailaor con una cuerda liada a los pies. Era por las broncas y peleas que había en los locales donde actuábamos y que no tenían nada que ver con los flamencos.
–¿En el flamenco está todo inventado?
–No. La base del flamenco, si, pero siempre hay gente que aporta algo nuevo. El flamenco ha ido evolucionando dentro de sí mismo sin romper las reglas básicas del gustito, la tradición, esa jondura...
–Hablando de jondura, ¿todo el flamenco es cante jondo?
–Don Joaquín Turina, compositor y musicólogo que era un gran defensor del cante jondo y que había grabado, reflejándolo en su piano, por ejemplo, soleares y saetas, le contestó a alguien que le preguntó al respecto que lo jondo también es flamenco, pero que no todo el flamenco es jondo. El flamenco es lo que se canta, jondo es cómo se canta, expresando, sintiendo, transmitiendo. Si hablamos del flamenco más puro, una seguiriya o un buen fandango mal interpretados no son cante jondo.
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