La Fundación Prode, un modelo de éxito para la inclusión en toda Andalucía que surgió hace 40 años en Los Pedroches
Aniversario
El crecimiento de la fundación en los últimos años "ha sido de vértigo", ampliando su atención a personas mayores y en riesgo de exclusión, y se ha expandido ya por las ochos provincias
Pedro Cabrera (26 años) aprovechó su tiempo en una vivienda tutelada, estudió tres grados de FP y ha pasado de ser usuario a empleado de Prode
Asfaco y la Fundación Prode acuerdan favorecer la inclusión social en las empresas de Córdoba
Prode cumple 40 años este 2024. La fundación guarda su origen en Los Pedroches, a principios de los 80, cuando un grupo de padres y madres se unieron para reclamar los derechos de sus hijos con discapacidad: "Se hizo un censo con todas las personas con discapacidad intelectual de la comarca y constituyeron una asociación". Su nombre se lo debe al acrónimo original del colectivo: para la Promoción de personas Deficientes. Eran otros tiempos. "Hoy se mantiene por respeto a quienes la crearon, pero hace muchos años que esa descripción desapareció de los estatutos, siendo sustituido por Protección a las personas con discapacidad", cuenta el presidente de la fundación, Blas García. En 2021 se constituye la Fundación Prode (sin siglas, ya es una marca). El resto, hasta hoy, es una larga historia de esfuerzo y progreso, no exenta de sufrimientos, propia de una entidad social que se ha dedicado, durante las últimas cuatro décadas, a la inclusión sociolaboral de éste y otros colectivos en riesgo de exclusión.
Cuarenta años después de aquel censo inicial, Prode atiende a más de 1.100 usuarios sumando todos sus servicios. Cuenta, además, con una plantilla por encima de los 900 trabajadores, de los que un 55% tiene acreditada una discapacidad; de ellos, aproximadamente 150 son empleados con discapacidad intelectual o enfermedad mental, los dos segmentos "más vulnerables" dentro de todo el abanico, matiza García.
Pero en la actualidad, Prode no atiende sólo a personas con discapacidad. En 2008 incorporó la atención a personas mayores y en 2021, tras la aprobación de su quinto plan estratégico, a las personas en situación de pobreza. "Cualquier persona en riesgo de exclusión es hoy objeto de la organización", sintetiza García. A sus centros de día, residencias y viviendas tuteladas, se sumó la Casa de Acogida Campo Madre de Dios, en Córdoba capital, que gestiona la fundación desde el verano de 2021.
El crecimiento de Prode en los últimos años "ha sido de vértigo". Con un presupuesto de 30 millones de euros en 2023, la fundación ha expandido sus recursos desde el Norte de Córdoba hasta las ocho provincias andaluzas. "Uno de nuestros valores es la universalidad: ayudar allí donde podamos para beneficiar a la mayor parte de gente, pero lo razonable sería que nos asentemos primero en Andalucía", explica su presidente.
"Lo que antes era una carga social, en Los Pedroches se ha convertido en un motor de desarrollo. Hemos dado un giro de 180 grados. Hay 500 trabajadores dependiendo de Prode. Los índices de desempleo de personas con discapacidad en esta comarca son los más bajos de Andalucía. Habría sido una irresponsabilidad no exportarlo", argumenta Blas García. Para dar luz a ese modelo de éxito, este periódico ha podido reunir cuatro testimonios con usuarios de distintas áreas.
La historia de Pedro Cabrera (26 años) está en la cima de la fundación. Con un pequeño grado de discapacidad y huérfano de padre y madre desde los 12 años, tenía todas las papeletas para quedarse "descolgado de la sociedad". Tras pasar por varios centros de menores, ingresó como usuario de Prode al alcanzar la mayoría de edad, con la oportunidad de entrar en una de las viviendas tuteladas que la entidad tiene en Pozoblanco. "Allí estuve seis años", señala.
Durante su estancia, aprovechó el tiempo para estudiar hasta tres ciclos de FP con ayuda de la fundación (grado medio de electrónica, otro de informática y redes, y uno superior de programación y desarrollo de aplicaciones) y se sacó el carné de conducir. Realizó las prácticas en el área de informática de Prode hasta que en abril de 2022 le hicieron un contrato de trabajo.
Pedro culminó su logro profesional yéndose a vivir con otro compañero, pagando su propio alquiler y gestionando su propia economía. Pasó de ser usuario de Prode a empleado de Prode. "No quería quedarme estancado, quería trabajar y dar el salto a la vida independiente". Su siguiente objetivo es independizarse en solitario y formar una familia: "Quiero seguir progresando y no conformarme".
Desde hace seis años pertenece además a la junta directiva de la fundación: "Me gusta que cuenten con mi opinión para tomar decisiones. Me siento importante". Nadie mejor que él para asegurar el "impacto positivo" que ejerce Prode a la hora de facilitar el acceso a un empleo, o a cursos de formación "que no están pensados para personas con discapacidad". "Si no estuviera Prode, esas personas lo tendrían más difícil, se quedarían en sus casa y no se sentirían realizadas", argumenta.
Alicia (24 años) es usuaria del centro de día para personas con discapacidad desde hace tres años, aunque su "aventura" en Prode comenzó desde que era un bebé en el Centro de Atención Temprana hasta que cumplió los seis años. Su rol es "transversal": colabora con las monitoras para ayudar a otros usuarios, ha realizado trabajos en lavandería, en los huertos urbanos y también ha realizado cursos de habilidades sociales en el área de inserción laboral.
Su padre, Francisco Javier, ha visto crecer a su hija a la par que Prode: "Ha habido un salto tremendo. Cualquiera que conozca esto y sepa cómo estaban muchísimas personas y vea cómo están ahora..., le dan la vuelta a la tortilla. Están consiguiendo respuestas reales".
También valora la "buena predisposición" de las administraciones y de la sociedad, dejados llevar por la inercia de la ola de inclusión, "pero la realidad es que no es tanto como debería ser". "Estamos pasando momentos de estrés global y no se presta la calidad de la atención. He tenido experiencias que dejan bastante que desear, incluso falta de humanidad, gente sin mala fe, pero que desde el punto de vista de los padres nos vemos arrinconados. En el mundo de hoy hay mucha efervescencia, y la discapacidad nos enseña que tenemos que ser tenaces", explica.
En el futuro, Alicia quiere devolver lo recibido, "ayudando a otras personas con discapacidad", cuenta. "Es una persona feliz, alegre, siempre dispuesta a todo", define su padre, aferrado a esa sintonía diariamente para "olvidarse de otras cosas" y "darse cuenta de lo que realmente merece la pena en la vida".
Paco Tamaral (58 años) es un usuario con enfermedad mental que entró en el centró de día ocupacional de la Fundación Prode en 2002, y actualmente reside en una vivienda tutelada, desde hace siete años. "Mis padres se fueron haciendo mayores, la situación no era buena en casa. Un día llegué a casa y mis padres me informaron de que había conseguido plaza en viviendas tuteladas en la fundación. Al principio me lo tomé muy mal porque pensaba que si entraba ahí ya no tendría ningún futuro", confiesa Paco.
La cosa cambió cuando "el equipo de viviendas comenzó a trabajar conmigo, vi que creían en mí y también comencé a asistir al taller de marquetería en el centro ocupacional". Al poco tiempo, en junio de 2018, se le abrió la puerta de formarse como camarero y trabajar en la cafetería Yosíquese que la Fundación Prode iba a abrir, gracias al área sociolaboral de la entidad.
La pandemia le dio otro revés a su vida. El confinamiento le privó de su trabajo y sus padres fallecieron poco después, recuerda. Pero Paco salió otra vez adelante "cumpliendo metas a corto plazo". Recuperó su ilusión de infancia por la música, empezó a ir al conservatorio y va ya por el cuarto año del grado de guitarra. Estar en un aula con compañeros compartiendo su gusto por la música y el arte le ha "enriquecido mucho", asegura.
"Gracias a la Fundación Prode pude prepararme la ESO, y ganar mucha vida social. Estoy muy contento de esa evolución. Antes me daba miedo hasta salir para dar la vuelta a la manzana, tenía pánico de todo, era otra persona", concluye Paco.
"Ser feliz en la última etapa de la vida"
Eleta (97 años) es la usuaria más mayor dentro del Centro de Día de Mayores de Pozoblanco y una de las que más tiempo lleva. La entidad cuenta además con servicios de ayuda a domicilio y otros centros de día de este tipo en Hinojosa del Duque, Dos Torres y El Viso, y un centro residencial en Belalcázar. En total, el área de Dependencia aglutina a 220 usuarios de toda la fundación.
"Antes de entrar (hará unos siete años) estaba toda la mañana sola", recuerda Eleta. Sin embargo, sus mañanas se fueron entreteniendo a base de compañía, gimnasia y ejercicios de estimulación cognitiva, y Eleta ha ido procurando alargar su vida "siempre un año más". Aquí pasa de lunes a viernes, de 8:00 a 17:00: desayuna, almuerza y merienda. Luego, vuelve a su casa y disfruta de su hija, su yerno y sus nietos. "Cuando llega el fin de semana lo paso muy mal", reconoce.
Un objetivo de estos centros de día es "mejorar la calidad que tienen ellos y procurar que puedan permanecer en el entorno sociofamiliar el mayor tiempo posible y de forma normal", explica Ángela Moreno, directora del área de Dependencia de Mayores.
A sus 97, Eleta se ha ganado la fama de ser "la que mejor pinta" de todo el centro de día. "Yo no había pintado nunca porque nunca había ido a la escuela, me crié con mis padres en la pobreza y tuvimos que trabajar", asegura. "Aunque muchas veces parezca que la vejez es una etapa en declive y que ya tienen que conformarse con todo lo vivido, no es verdad", subraya Moreno. "Nuestro gran objetivo es que sean felices en la última etapa de su vida, que es súper importante. Mientras estén vivos hay una oportunidad para estar felices, aprender, disfrutar, que ellos puedan cumplir deseos o metas que antes no han podido".
Temas relacionados
No hay comentarios