“El flamenco es una música viva y necesita conservación, pero también evolución”
José Antonio Rodríguez. Guitarrista
Hace año y medio que el artista cordobés se mudó a Los Ángeles, donde ahora prepara un nuevo disco y llevará el flamenco por primera vez al club de jazz más famoso de Hollywood
La historia de José Antonio Rodríguez (Córdoba, 1964) con el flamenco comenzó cuando era niño gracias a la influencia de un vecino al que escuchaba tocar la guitarra. Años después, se apuntó a la academia de Merengue de Córdoba y Concha Calero. “Cuando llegué vi a Rafael, que es un guitarrista estupendo, y a los niños tocando lo que yo tocaba, me piqué y hasta hoy”, recuerda. Luego fue al Conservatorio y con tan solo 17 años ganó el Bordón Minero en el Festival de Las Minas. Después llegaron multitud de proyectos que lo han alzado como uno de los guitarristas flamencos más demandados de la actualidad.
Hace año y medio dio un paso más y se mudó a Los Ángeles, donde prepara un nuevo disco, aunque cada cinco meses vuelve a Córdoba para desconectar y recargar pilas. A finales de enero actuará en el Catalina Jazz Club de Hollywood junto a Luis Conte y Abraham Laboriel, siendo el primer artista que tocará flamenco en esa famosa sala en cuya programación se incluyen nombres como Chick Corea, Arturo Sandoval o Mike Stern.
–¿Cómo es la vida de un guitarrista flamenco en Los Ángeles?
–Es extraño porque a mí siempre me gustó EEUU, sobre todo por el público, por cómo aprecian la música. Realmente allí no es tan conocido el flamenco como se piensa aquí. La suerte que he tenido, sobre todo en la costa Oeste, es que el público es receptivo y cariñoso. Llevo muchos años fuera de Córdoba y siempre he estado viajando, por eso a mí me encanta mi tierra, pero soy un poco más despegado. Hace unos años me planteé irme y nunca pensé en Los Ángeles, es la ciudad que menos conocía, pero es donde están mi compañía discográfica y mi mánager, así que acabé allí. Es una ciudad muy diferente a Córdoba y Sevilla, lo que más conozco, y va todo a una velocidad que no te puedes imaginar. Además yo vivo en Hollywood, con lo que la velocidad es doble. A mucha gente le resulta extraño que un guitarrista flamenco esté en Los Ángeles, pero es un sitio estupendo para la música y el flamenco es música.
–¿Echa de menos tener más contacto o asistir a reuniones con otros artistas flamencos?
–Echo de menos a mis amigos, a la familia y la gente que conozco. Reuniones con flamencos no porque últimamente tampoco había. En cuanto somos profesionales todo cambia; ya nos vemos en los teatros si acaso, aunque, afortunadamente, a través de los teléfonos y las redes sociales podemos hablar al instante. A veces uno sí se siente solo porque es un país que tiene otra forma de vida. Por otra parte, a nivel profesional es muy gratificante.
–¿Cómo se vive el flamenco fuera de España?
–Es curioso porque la Unesco declaró Patrimonio Inmaterial de la Humanidad al Flamenco, pero eso es para nosotros porque en EEUU no saben qué es flamenco. Parece mentira. Allí reconocen como flamenco a Gipsy Kings. Es raro y a veces frustrante porque creemos que el flamenco es una de las músicas más importantes del mundo junto a otras que vienen de la tradición o de la música clásica y, sin embargo, no se conoce en EEUU. Por ejemplo, respecto a mi música, no saben qué toco. Se han quedado en el flamenco de los años 50, en esa estética. Yo nunca fui prototipo de músico flamenco en mi aspecto y eso en EEUU es extraño. Y eso ocurre también en otras partes del mundo, como en China. Es como si vas a Japón y quieres ver a todas las mujeres vestidas de geishas Es algo que me preocupa y a veces me dedico a explicar en algunos festivales en los que participo como docente, como el Festival de la Guitarra, no solo la música, sino también la estética que tiene este arte.
–¿Tenemos claro en España lo que es el flamenco? En los últimos tiempos se ha etiquetado como flamencos a algunos artistas causando cierta controversia, como ha ocurrido con Rosalía o Niño de Elche.
–El flamenco no es solo una forma de interpretar, sino que tiene unos códigos que hay que respetar. Lo aflamencado no es flamenco. He grabado con Rosalía, Niño de Elche y otros muchos más como Alejandro Sanz, pero eso no es flamenco. Yo no digo que Sting, porque yo le haya tocado, cante flamenco. Hay que diferenciar qué es flamenco, y es un arte que tiene unas reglas y una estructura muy rígida que hay que conocer. El flamenco no lo hace la interpretación o poner una voz aflamencada, sino el respeto a unos códigos. El flamenco son estilos y palos que hay que respetar, como la soleá, la taranta, la granaína... Tenemos culpa todos, y los medios de comunicación mucho, porque siempre se habla de flamenquito para decir que se le ha dado un punto flamenco a algo que no lo es. Yo hice un disco que se llama Anartista que era de colaboraciones con compañeros como Antonio Orozco, David de María... Y eso no era flamenco, pero no pasa nada; nunca dije que ese trabajo fuera a serlo. Me apetecía y lo hice. Este arte tiene unos códigos muy fuertes que hay que saber y de eso te das cuenta cuando llevas muchos años; es cuestión de tiempo y experiencia. En el flamenco no paras de aprender y sacarle cosas. Incluso hay veces que aunque a priori los instrumentos no sean propios de esta música, si el intérprete sabe los códigos, se puede hacer flamenco.
–También se habla del nuevo flamenco...
–De eso se habla desde que yo tenía 17 años. Eso fue una etiqueta que se inventó Mario Pacheco cuando se editaron los discos de Pata Negra o Smash, el grupo de Manuel Molina. Ellos venían de familias de flamencos, ellos eran flamencos, pero cogieron otros instrumentos como la guitarra eléctrica. El nuevo flamenco de ahora es otra cosa.
–Parece que este arte ahora está muy de moda.
–La historia es cíclica y eso pasa con todo, incluso en las tendencias en la música. Eso mismo que me estás diciendo me lo decía Enrique Morente en los 90 porque iban a buscarlo intelectuales y progres. Ahora es igual. Realmente, como es una música atemporal, siempre seguirá así. Siempre debe haber innovación, que yo estoy de acuerdo porque la hago y la hice, incluso cosas en las que me haya podido equivocar. Pero para innovar tienes que conocer lo que hay, no puedes empezar desde cero. Además, eso se nota. Paco de Lucía fue un revolucionario, cambió hasta la forma de coger la guitarra, pero él sabía el por qué del flamenco.
–¿Qué debe tener una buena fusión?
–Años. La fusión de “mañana nos vemos en el estudio y yo soy flamenco y tú haces pop” es mentira. Para fusionar algo se necesita un tiempo. Ahora bien, lo que hacemos, y yo lo hago también, son trabajos de estudio con profesionales de diferentes estilos.
–Sus primeros años fueron de vértigo, con muchos y muy importantes proyectos. ¿Cómo los recuerda?
–Yo quería ser concertista y la única manera de darse a conocer eran los concursos. Afortunadamente, salvo una vez que quedé segundo, los gané todos. Fue todo muy rápido y de pronto me encontré con que era, o debía ser, un profesional. En el 84 grabé mi primer disco.
–¿Quiénes le han marcado en su carrera?
–Muchas personas y he tenido la suerte de conocer a varias generaciones; la anterior a mí e incluso un poco antes, la posterior a mí y los jovencitos que están saliendo ahora. Eso es una suerte. Me ha marcado todo, igual conocer a Paco de Lucía, Manolo Sanlúcar y Serranito y tocar con ellos como conocer a Bobby Kimball de Toto o a Scorpions. Y tengo la suerte de seguir viviendo ese tipo de cosas tan gratificantes. A pesar de que se diga que entre los artistas hay rencillas, yo eso no lo he sentido.
–¿Con quién le gustaría o le hubiera gustado tocar?
–Tres discos atrás colaboran conmigo Manolo Sanlúcar y Serranito. Para que fuera una trilogía perfecta me falta Paco de Lucía. Grabé con él un disco de Camarón, un remix, pero no juntos. Tengo la suerte de que en el flamenco he conocido, de una forma u otra, a casi todas las personas a las que admiro. Al maestro Fosforito, por ejemplo, tuve la osadía cuando era pequeño de decirle que no le tocaba porque yo quería ser concertista. Me acordaré toda la vida y él también se acuerda. Sin embargo, he tenido la suerte de acompañarlo en las últimas cosas que ha grabado en estudio. Para mí fue un gustazo porque es el que ha creado la escuela de los cantes tal y como la conocemos. Me gustaría tocar con otros artistas de otras músicas, aunque ahora mismo no sabría decir. He tenido la suerte de hacerlo con gente como Rita Moreno (que tiene un Oscar, dos Emmy, un Grammy y un Tony), una persona que es súper respetada en Hollywood y la primera que defendió allí lo latino. Cuando una persona es artista de verdad es pura delicadeza, un gustazo. Como esta señora solo he conocido otra, que era Rocío Jurado. No solo era grande como artista, sino como persona.
–¿Qué peso tiene la docencia en su carrera?
–Nunca quise estar pegado a lo docente, siempre me dio mucho miedo. Mira que he participado en el Festival de la Guitarra de Córdoba desde la primera edición, y va a cumplir 40, y he impartido un curso 21 años seguidos, pero voy asustado. Es muy delicado porque un artista puede influir en la gente joven de manera positiva o negativa. Si tú no estás bien o no lo explicas bien, puedes formar un lío. Es verdad que al final eres lo que haces, y yo lo he hecho toda la vida. El flamenco nunca tuvo explicación, todo el mundo habla que qué bonito, que le pone los vellos de punta... Sí, sí, pero ¿cómo toco flamenco para que se pongan esos vellos de punta? Cuando yo estaba aprendiendo quería saberlo y preguntaba mucho. Nadie explicaba cómo se ponen las manos para tocar, cómo tienes que tener las uñas, cómo debes pulsar, qué sonido debes tener, qué armonía lleva el flamenco... En aquella época no sabíamos nada. Como no había metodología, me puse a analizar los porqués. Al final, todos esos análisis te hacen adquirir unos conocimientos con los que puedes dar una clase de una hora en la que muestras lo que a ti te ha costado tres años. La necesidad de contar lo que has aprendido es lo que te lleva a enseñarlo. Pienso que la docencia también es una obligación del artista. Todo lo que he aprendido y aprendo me gusta compartirlo para aportar porque a través de Youtube son todo errores.
–¿Le han ayudado las enseñanzas que recibió en el Conservatorio?
–Realmente ningún título ayuda; a mí me ayudó mi maestro del Conservatorio, Manolo Cano, que era un buenísimo guitarrista y un gran docente. Él me provocó todas las inquietudes que tuve y que sigo teniendo, como buscar un buen sonido en la guitarra, tener buena técnica, estar horas y horas tocando, componer... En cuanto que me vio, me llevó al primer concurso. Ahora desconozco cómo está el Conservatorio, pero antes era muy familiar y conocías a todos los profesores. Esa relación con otro tipo de instrumentos, con otro tipo de músicas, a mí me sirvió mucho. Todo lo que sea de calidad enriquece.
–Cada vez son mas los artistas que se forman en conservatorios mientras que antes se hablaba más de inspiración o de enseñanza dentro de la familia. ¿Ha habido un cambio en la forma de abordar el flamenco?
–Creo que todo lo radical es malo. Ni me parece bueno que solo se hable de la música flamenca con el alma y el corazón ni me parece bueno que solo se hable a través de la formación metódica. Es una enseñanza artística y tiene que ser tratada como tal. Quizá haya que hacer una revisión de la enseñanza del flamenco, y esto ya lo dije hace diez años. El Conservatorio es para conservar, y conserva una cultura clásica. Ahora el flamenco está en el Conservatorio y necesita conservación, evidentemente, pero también necesita evolución porque es una de las músicas más vivas que hay en el mundo. La música flamenca, la guitarra, y lo digo por experiencia, es una esclavitud, es una condena. Hay mucha gente que te dice “pero trabajas en lo que te gusta”. Sí, es verdad. No quiero parafrasear a Manolo Sanlúcar ni a Paco de Lucía porque decían cosas muy bestias, pero sí, yo estoy condenado a tocar todos los días ciertas horas durante toda mi vida y a cuidarme para ser un profesional de la guitarra. Tiene tantas disciplinas dentro y hay que dedicarse tanto a ella que no me deja tiempo para otra cosa. Es parecido a un celibato (ríe).
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