José María Martorell, torero de Córdoba para el mundo
Historia Taurina
Querido en México y consentido en Barcelona, no gozó en su tierra del reconocimiento merecido
Suceder a Manolete pesó a los públicos y, especialmente a los cordobeses
El domingo ha amanecido radiante en Barcelona. Un grupo de cordobeses, que han buscado su prosperidad en la Ciudad Condal dejando atrás sus raíces, se ufana en acabar una pancarta. Su idea es llevarla por la tarde a los toros. Por toda la urbe don Pedro Balañá he desplegado su maquinaria publicitaria. El cartel se repite por doquier. La Monumental de Barcelona abriría sus puertas una vez más. Para ese domingo, 20 de mayo de 1951, el avispado empresario catalán ha conformado un cartel muy atractivo para la entendida afición barcelonesa.
Se anuncian seis toros jaboneros, que perpetúan la añeja y aristocrática sangre de Veragua. Sus capas así lo delatan. Es el renacer de una sangre ilustre en el campo bravo español, que Tomás Prieto de la Cal Dibildos se ha empeñado en recuperar. Desde Los Alburejos, solar del toro de lidia en los términos gaditanos de Medina Sidonia, han llegado hasta los corrales de la plaza monumental catalana seis toros que por su pelaje no pueden negar su origen. Ardilo, melocotón de pelo; Galguero, jabonero; Malhechor, melocotón también; Cucón, jabonero; Dadivoso, de igual capa que el anterior; y Navecillo, jabonero también, son sus nombre y pintureras capas. Para estoquearlos están anunciados Pepe Dominguín, su hermano Luis Miguel y el cordobés José María Martorell.
Los entusiastas aficionados cordobeses han terminado la pancarta con el mensaje: “Martorell, los cordobeses de Mar Azul te saludan”. La pliegan cuidadosamente y desean verla lucir esta misma tarde en la andanada del tendido 9, donde han sacado sus entradas a 15 pesetas por barba. José María Martorell, el torero paisano, lo merece. Su temporada ha comenzado fulgurante y su toreo estoico, profundo y de corte artista ya se codea con las primeras coletas del escalafón.
Martorell, como toda la torería que visita Barcelona, se hospeda en el Hotel Oriente. Está por la mañana de festejo pensativo. Reflexiona sobre el momento que atraviesa. Su nombre se encuentra en boca de todos, no obstante sus últimos triunfos ha hecho que se le comience a ver como una figura en ciernes. Sobre sus hombros comienza a pesar, y mucho, la púrpura. La sombra de Manolete sin embargo planea en exceso sobre su figura.
Es el sucesor el héroe perdido, el que le ha seguido en la nómina de toreros cordobeses. Todos buscan en Martorell algo que recuerde al Monstruo, y eso es imposible. Manolete solo hubo uno. Pese a ello, José María Martorell es un gran torero, una figura del toreo, que tarde tras tarde demuestra que su tauromaquia clásica y valerosa por si sola es capaz de llenar páginas gloriosas de libros que conforman la historia de la tauromaquia.
Ha llegado la hora de partir plaza. La tarde esta ventosa, ay el viento, enemigo letal del torero. La plaza registra una buena entrada. José María Martorell ha escogido de entre su ropero un terno de tonos pasteles recamado de oro. Los tres toreros hacen el paseíllo. Al romperse, el público hace saludar al torero de Córdoba por su triunfal campaña. Martorell, caballero y compañero, invita a sus compañeros a compartir los aplausos del público.
La corrida va a comenzar. Los veragüeños de Prieto de la Cal, que curiosamente lucen la divisa celeste y blanca de José Enrique Calderón y no la grana y oro de Florentino Sotomayor –cuyos derechos ha adquirido el nuevo ganadero– salen bravos y haciendo honor a su brava y aristocrática sangre.
Fogosos con los caballos, lucen su bravura en el tercio de varas. Pepe Dominguín demuestra sobre la arena que es un torero capaz y que por sí solo tiene el toreo en sus manos y es algo más que el hermano de Luis Miguel. A su esportón fue a parar la primera oreja de la tarde. Luis Miguel mostró su poderío, su conocimiento de las suertes. Valeroso con el capote, eficaz banderillero y consumado muletero. Sin ser redonda su particular tarde, Luis Miguel demostró el lugar de privilegio que ocupaba en el escalafón.
Salta al ruedo el tercero de la tarde. Su nombre es Malhechor.
Martorell se luce en unas verónicas soberbias. El toro salta al callejón. No es un síntoma de mansedumbre, sino de codicia. Toma tres varas memorables a manos de Curro de Sanlúcar que es muy ovacionado. Lo parean con lucimiento Palomino y Fuentes Bejarano. Ya están el toro y el torero frente a frente. Martorell inicia su faena con unos poderosísimo ayudados por bajo para domeñar las embestidas de su oponente. La faena es una apoteosis. Plena de buen gusto y torería.
La prensa de la época exalta el sublime toreo al natural, así como los pintureros adornos. La banda acompaña la faena. Antes de entrar a matar la plaza se inunda de pañuelos. Martorell hunde el estoque en el mismo hoyo de las agujas. Dos orejas como premio que saben a poco, se le debería de haber otorgado también el rabo, se comenta en los tendidos. Dos triunfales vueltas al ruedo, mientras un grupo de paisanos flamea la pancarta.
La corrida es exitosa. A la muerte del quinto los tres toreros dan una emotiva vuelta al ruedo y antes de la salida del sexto el público obliga al ganadero a saludar. Al final los tres espadas a hombros, con un claro triunfador. José María Martorell quien esa tarde ha nublado todos los oropeles de un figurón como Luis Miguel.
Gloria y triunfos dio José María Martorell a Córdoba. Querido en México y consentido en Barcelona, no gozó en su tierra del reconocimiento merecido. Suceder a Manolete pesó a los públicos y, especialmente a los cordobeses. El toreo cumplió con creces, aunque hoy solo es recordado por las retinas que le vieron, por los que algo le contaron de él y de los que gusta de bucear en viejas hemerotecas.
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