"No hay mayor satisfacción para un artista que tu obra esté en un espacio público y sea para la gente"

José María Serrano Carriel. Escultor

El artista cordobés proyecta desde su taller de Santa Cruz un mundo creativo que abarca desde la imaginería a la escultura pública pasando por sus criaturas fantásticas

José María Serrano, en su taller de Santa Cruz, que está en fase de remodelación. / Miguel Ángel Salas

El dibujante y escultor José María Serrano Carriel (Córdoba, 1972) proyecta desde su taller, ubicado en la barriada de Santa Cruz, un mundo creativo con el que busca como primera finalidad que sus obras hablen por él y "cuenten cosas" al espectador. Esa "verdad" es la que imprime a sus trabajos, que van desde la imaginería a la escultura pública pasando por sus criaturas fantásticas, seres con gran inspiración del cine de los años 80. Es el autor de la famosa escultura Vientos de cambio del Vial Norte, más conocida como el gigante y el niño, y en mayo inauguró una en el Zoo dedicada a la elefanta Flavia. Cuenta con obras repartidas por diferentes municipios y uno de sus últimos encargos ha sido hacer una recreación en Espejo del miliciano abatido de la foto de Robert Capa.

–¿Cuándo se comenzó a sentir atraído por el mundo del arte?

–Desde pequeño. La primera imagen que me viene de mi infancia está ligada a la creación, a estar siempre dibujando y, sobre todo, viendo los dibujos animados y modelando en plastilina las figuras que aparecían. Mientras mis amigos salían a la calle a jugar, yo me tiraba las tardes dibujando. Y era por necesidad, porque me encantaba. A raíz de eso empezó todo.

–¿Cómo fueron sus comienzos en este mundo a nivel profesional?

–Mi primera obra fue el Cristo de la Santa Cruz, que está en Santa Cruz. Esa obra la empecé cuando estaba estudiando Bellas Artes. Desde siempre tenía claro que mi pasión era la creación y tenía que ir por ahí. Los primeros encargos que me hicieron fueron retratos y la primera escultura el Crucificado. Es imposible desligar la parte de hacer las cosas porque sí al encargo; está todo unido. Me dedico a esto porque a la vez que iba haciendo mis dibujos por necesidad, había gente que me hacía encargos y apoyaba ese interés mío por el arte. Es cierto que el comienzo fuerte fue cuando expuse una obra más potente, el Cristo de la Santa Cruz.

"Tenemos que ser leales a la verdad, a lo que somos, a la necesidad que tenemos de crear"

–¿Cuándo creó ese Crucificado?

–Lo acabé en 1996 y lo comencé en 1993. Estaba en tercero de Bellas Artes y me surgió ese encargo. Una de las asignaturas era Procedimientos escultóricos, que conllevaba hacer una escultura de principio a fin. Confluyó con el encargo, así que decidí que iba a aprovechar todo el tiempo que tenía para hacerlo. Tuve problemas porque el profesor no entendía que quisiera hacer esa obra. Era imaginería y era Sevilla y su negación se basaba en que creía que yo no iba a ser capaz de acabar la obra porque y ya le había pasado con otros alumnos. Le dije que lo entendía, pero tenía la obligación de hacer esa escultura. Di esa asignatura por perdida porque me dijo que si la hacía, me suspendía. Sin embargo, cuando vio el resultado me llamó para decirme que tenía la necesidad de ponerme matrícula de honor, pero en las otras pruebas no había tenía tanto nivel, aunque estaban aprobadas, así que me puso un 10.

José María Serrano, junto a algunos de sus proyectos. / Miguel Ángel Salas

–Su obra es muy variada, va desde la imaginería a la escultura pública con una atención especial a sus criaturas fantásticas. ¿Cómo ha ido encajando todo eso en su carrera?

–La verdad es que se ha ido encajando solo. Cuando estaba en la facultad tenía la idea errónea de que el artista tiene que tener su firma en la obra, pero con el tiempo y al conocer a artistas a los que admiraba entendí que la firma del creador está en su mano, no en querer ser original o hacer algo distinto al resto. Tenemos que ser leales a la verdad, a lo que somos, a la necesidad que tenemos de crear. Mi firma va a estar haga lo que haga porque esa obra ha salido de mi mente y de mis manos. Da igual el tema, al final la obra es la que manda. Yo no tengo nada premeditado a la hora de hacer una escultura, busco la idea y que transmita algo. El acabado final me lo va a dictar la propia escultura y el efecto final dependerá del estado de ánimo del que la mira. Empecé con la imaginería en el tema profesional, pero en realidad una pieza me ha llevado a otra.

–Sus criaturas tienen una clara influencia del cine. ¿Qué referentes tiene en ese aspecto?

–Nací en el 72 y mi juventud fue en los 80, una época en la que el cine era impactante. Para los niños, y más si eras de un pueblo, salir de allí para meterte en una sala de cine y que te contaran una historia fantástica era increíble. Yo crecí viendo ET y Superman y leyendo cómics. Mi forma de evadirme de lo cotidiano era fantasear con historias. El tema fantástico siempre me ha movido mucho por el punto que tiene de ensoñación, de hacer cosas nuevas, imaginar un mundo distinto. Por eso, cuando tengo alguna oportunidad entro siempre dentro de ese mundo fantástico porque expresa lo que uno lleva dentro.

"Mi mundo nunca se ha movido por retos, sino por la necesidad de crear"

–¿Cómo consigue dar emoción, darle alma a las obras?

–Ese punto está en eliminar lo banal, es lo que Antonio López llama verdad. Lo otro es técnica, puro alarde. En el Crucificado, por ejemplo, entendí que la simetría era importante y que si ponía los músculos muy realistas iba a ver a un hombre, no iba a ver a Dios. Hubo ciertas cosas que me hicieron cambiar el modelado de la pieza. Entonces, donde en teoría tenía que haber más simetría, que es en la cara, es donde más asimetría hay. Depende del sitio donde te coloques para ver la imagen te va a contar una cosa distinta. Hasta ahora, en mi obra no hay un dramatismo extremo porque el dramatismo solo cuenta una historia y yo quiero que cuando el espectador se acerque a mi obra vea algo más. Lo que más me cuesta es conseguir que el conjunto entre espectador, obra y espacio funcione. No hay un espacio que no haya sido premeditado previamente. Esto es muy difícil que la gente lo entienda. Muchas veces es que ni hablo de mi obra, me gusta hacerlo solo mientras la estoy creando. Cuando está hecha, si ella no habla por mí y no cuenta cosas, no tiene valor ninguno; eso sería un objeto, no una obra de arte.

José María Serrano, con uno de sus modelados. / Miguel Ángel Salas

–¿Cuál es el encargo más especial que ha recibido?

–En mi trabajo todo va planteándose de una forma tan especial y tan íntima que al final los encargos vienen en el momento justo. Me siento una persona con mucha suerte porque puedo dedicarme a lo que amo, a la escultura, a crear, a soñar, y en mis sueños están mis creaciones. Soy un afortunado porque encima me pagan por hacerlo, no mucho, pero todavía no he pasado hambre. Nunca he aspirado a más. Mi mundo nunca se ha movido por retos, sino por la necesidad de crear. Me dedico a esto porque me expreso mejor con mis dibujos y esculturas que con palabras.

–Pasará muchas horas en su taller, ¿cómo lleva la soledad del artista?

–Es necesaria, sin la soledad no habría creación. En el momento de las inauguraciones se nos ve con mucha gente, los halagos, los aplausos… pero eso es el final de un camino. Como desde pequeño siempre lo he vivido así, para mí estar solo es lo normal. De hecho, no me gusta estar con gente porque me gusta mucho estudiar y aprender, y cuando hay muchas personas a tu alrededor se desaprende. Eso me produce un conflicto que va unido a estar siempre solo. Sin embargo, afortunadamente tengo muchos amigos y gente que me quiere y está siempre conmigo.

"Hay una pérdida de respeto a todos los niveles y el arte público es lo que más se resiente"

–Uno de los ámbitos que abarca es la escultura pública. ¿Cree que está lo suficientemente valorada esa parcela del arte?

–Aquí hay dos aspectos distintos. No hay mayor satisfacción para un artista que tu obra esté en un espacio público y sea para la gente. Cuando te hace un encargo un particular, algo que es estupendo, solo lo disfruta esa persona, pero cuando se trata de una obra pública, la haces para todo el mundo. El artista está dejando una rúbrica que va a sobrepasar su vida. Es una cosa eterna, va a quedar en la historia porque cuando él no esté, la obra va a seguir contando lo que quería expresar. Luego, a lo largo de la historia de la humanidad, la escultura siempre ha sido un referente, algo que se ha hecho para unir a todo el pueblo, para honrar o para contar la historia de una comunidad. De hecho, es la forma que tiene el hombre de mostrar qué es lo que de verdad importa en cada momento. Creo que eso sigue siendo igual, que la gente tiene la necesidad de tener obras en la calle para que le recuerden cosas. ¿El qué? Depende de muchos factores. Hoy en día la escultura urbana está vista con una idea más de arte contemporáneo, sin importar mucho la emoción en la obra, sino simplemente que produzca efectos en la gente que la observa. Al final, esas dos visiones, la del profesional y la del ciudadano, se agrupan en una necesidad obvia de dejar patente el pensamiento de una determinada época.

El escultor, durante la entrevista. / Miguel Ángel Salas

–Un punto importante de estas obras es el mantenimiento y cuidado que deben tener tanto los ayuntamientos como la sociedad. ¿En su caso, tiene alguna escultura deteriorada por falta de atención?

–Eso pasa siempre por muchos factores. Vivimos en un momento social muy complicado. Da la sensación de que se han perdido ciertos valores de respeto al prójimo. Si vemos algo oficial, estamos en contra por el simple hecho de que sea oficial. Deberíamos reflexionar sobre por qué pasa eso, por qué la gente no se fía de sus representantes. Ahora mismo hay una cierta pérdida de respeto a todos los niveles y el arte público es lo que más se resiente porque los ciudadanos no sienten un vínculo con él. Ahora cualquiera, aunque no tenga conocimientos, tiene opinión de algo. Hemos llegado a un punto en el que el ego personal es más importante que la masa. Hay quien cree que hacer un grafiti en una escultura es una forma de reivindicar y de que lo escuchen. Eso en Roma ya se hacía, no es muy moderno el que lo hace ahora, pero sí habla de la poca cultura que se está creando. En un momento en el que tenemos el conocimiento al alcance de la mano, en un móvil, es cuando más gente ignorante vemos. En ese contexto, se ha perdido ese respeto a la obra pública, que se ve como un elemento más de mobiliario, como si fuera un banco de hierro forjado. Yo tengo un dolor grande con las obras que están en la Isla de las Esculturas del río Guadalquivir. Llevan 17 años abandonadas. Fue la primera actuación que se hizo para la Capitalidad Cultural y se abandonó por el poco respeto al arte en sí. En cualquier otra ciudad del mundo serían un reclamo, sin embargo en Córdoba ahí están… Si ese espacio no se puede hacer visitable, podían haberse trasladado, sin embargo allí están estropeándose. ¿Qué quedará de ellas cuando quiten los matojos?

–¿Cómo está ahora mismo el arte en Córdoba y cómo ha afectado la pandemia?

–El arte siempre fluye, siempre va a haber artistas, así que la creación está asegurada. Sí creo que no confluye el sentido que le damos al arte contemporáneo con el concepto de arte contemporáneo. Ahí hay una ruptura muy grande. Córdoba es como un pueblo pequeño y, en ese caso, lo sangrante e hiriente se hace más notorio. Aquí hay dos facciones muy diferenciadas del arte contemporáneo. Por una parte, está la gente que lo entiende como la abstracción pura y, por otro, quien lo entiende como una tradición, con la figuración. Pues no es una ni la otra, el arte es otra historia, es la necesidad que tiene el artista y de él va a depender que su obra fluya por un lado o por otro. Desde la facultad nos dicen que cada uno tiene que tener su sello propio, pero eso no es lo importante, sino que la obra cuente cosas sea de la forma que sea. En el tema del arte contemporáneo, en Córdoba parecía que estábamos en la oscuridad total y el covid ha hecho que, en general, esté aún peor. Por ejemplo, ya no hay exposiciones porque la gente no puede agolparse y, además, no quedan galerías privadas. Esto se acabará y surgirán cosas nuevas porque los artistas seguimos trabajando en soledad. El problema es cómo salimos esto. Creo que cada uno tomará su camino.

"No se debería dar cabida solo a las cosas extrañas porque un gurú dice que eso es arte"

–Usted forma parte del colectivo Córdoba Contemporánea, que se creó para reivindicar un arte que no visibilizan las instituciones...

–Hemos hecho el colectivo Córdoba Contemporánea para reivindicar que el arte contemporáneo es el que se está haciendo ahora, y eso engloba a la figuración, a la abstracción y, en general, a toda creación. Por eso, todos deberíamos tener visibilidad y no solo dar cabida a las cosas extrañas o difícilmente explicables porque un gurú dice que eso es arte. Si la gente no lo entiende no es porque no tenga conocimientos, sino porque no hay nada que entender. Y la mayoría de los artistas hoy están vendiendo humo: mientras está el humo hay algunos matices, pero cuando se disipa, no hay nada. Y eso está pasando en un sector del arte contemporáneo, que no hay nada. En Córdoba Contemporánea damos valor al arte de verdad, como el que proclama Antonio López. Damos visibilidad a ese tipo de arte, que normalmente las instituciones no aprecian porque se dejan llevar por los gurús. También podemos hablar de la otra parte, que es el dinero: aquí no llega el mejor, sino el que tiene oportunidades para demostrarlo, y en el arte apenas hay oportunidades. Cuando uno se dedica a esto lo hace pese a todo. De los que salen de la facultad, solo un 1% se dedica al arte, el resto no. Y no porque no lo hayan intentado, sino porque no han tenido suerte. En esta sociedad manda el dinero y si no tienes a alguien detrás que te apoye, es imposible tirar para adelante.

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