"Julio Romero de Torres es más desconocido en Córdoba de lo que pensamos”

Enrique Ortega | Jefe del Departamento de los Museos Municipales

Aspira a que el insigne pintor cordobés pase de ser un cicerón de la ciudad a ser su embajador

Restaurador de profesión, sostiene que los museos son instituciones culturales y no turísticas

Enrique Ortega, en el Museo Julio Romero de Torres. / Juan Ayala

Dice que tiene “alma de restaurador”, pero desde el pasado mes de marzo es el responsable de los Museos Municipales de Córdoba, entre ellos el Julio Romero de Torres, motivo por el que atiende a esta entrevista. Enrique Ortega (El Puerto de Santa María, 1965) confiesa que no tiene un cuadro favorito del genial pintor cordobés, ya que su elección depende del día. Tras la pandemia, avanza que uno de los proyectos en los que trabaja es en recuperar la actividad exterior del museo para utilizar a Julio Romero de Torres como embajador de Córdoba.

–Lleva media vida como restaurador y ahora está al frente del Departamento de los Museos Municipales, ¿con cuál se queda, con el Julio Romero de Torres o con el Taurino?

–Julio Romero de Torres es un gran pintor y una maravilla a nivel de restauración. El Museo Taurino, por su parte, tiene un aliciente fantástico, que es una variedad grandísima de materiales, de obras y de cuadros; hay pinturas, hay dibujos, hay papel… es más divertido por su diversidad. Un Julio Romero de Torres es lo más difícil de restaurar.

-¿Y por qué esa dificultad a la hora de restaurar alguno de sus cuadros?

–Porque él pintaba de una forma tan personal que aún no hemos llegado a entenderlo realmente. Sabemos cómo lo hacía, pero químicamente no hemos encontrado cómo funciona su pintura. Lo digo yo y todos los que conocen su obra.

–Resulta sorprendente que diga que no se ha encontrado cómo funcionaba su pintura después de tantos estudios y trabajos de restauración llevados a cabo sobre sus cuadros.

–No llevamos tanto tiempo. El último cuadro de Romero de Torres fue hace 90 años. Pero en otros tiempos de la pintura, como la barroca o la renacentista, estamos hablando de centenares y centenares de años. Y sobre Julio Romero de Torres hay una obra muy concreta, siendo muy optimistas, un millar de cuadros o dos mil y hay un porcentaje mínimo que se hayan restaurado. Pero ahora hay mucha gente que está trabajando sobre Romero de Torres, nosotros, el Bellas Artes, los museos nacionales como el Reina Sofía… La forma de entender la pintura y restauración ahora es diferente a la de hace unos años.

Enrique Ortega posa delante del cuadro 'La chiquita piconera'. / Juan Ayala

–¿Cómo definiría la pintura de Romero de Torres a nivel estético?

–Para mi también supone un enigma. Es que está todo por hacer y, de hecho, continuamente se está trabajando sobre Romero de Torres, se hacen exposiciones y publicaciones y, todas ellas tienen un denominador común: queremos huir del tópico porque no hemos entendido a Romero de Torres. Murió joven, en la cumbre de su éxito y no nos explicó lo que quería contarnos con su pintura. Entendemos su estética, conocemos su forma de pintar, vemos uno de sus cuadros y cualquier persona lo identifica con él, pero ¿qué quería transmitirnos con él? Hay mucho por hacer. Se ha avanzado mucho, pero queda mucho por hacer desde mi punto de vista.

–Al fallecer demasiado joven, con 56 años, ¿sería difícil entonces vaticinar cómo hubiera evolucionado en su pintura, no?

–Hacer hipótesis es difícil, pero creo que habría evolucionado como evolucionó la pintura en su tiempo. Murió en un momento con mucha convulsión en España y seguro que esa situación hubiera provocado en él una reacción, sabiendo además la sensibilidad que tenía en la cuestión social y su implicación con la ciudad; seguro que le hubiese afectado. Era muy sensible y su estilo evolucionó de una manera muy concreta. Por ejemplo, hace un viaje y su obra cambia.

–¿Cómo fue la evolución de su pintura y creaciones a medida que fue cumpliendo años?

–En su última etapa llevaba una línea muy concreta. La evolución fue a medida que había acontecimientos en su vida, como los viajes que hacía por Europa o por Marruecos, que le influyeron muchísimo.

–¿Es difícil enfrentarse a la restauración de un cuadro?

–Cuando uno se enfrenta a una restauración lo primero que hay que saber es por qué se restaura.

–¿Por qué no se encuentra en su mejor situación, por qué ha sufrido el devenir del tiempo?

–No, ese no es el motivo.

–Entonces, ¿cuál es el motivo principal?

–Pues porque queremos comunicar algo con él ya que lo ha dejado de hacer porque está estropeado o está sucio. Hay tantas cosas que están estropeadas o sucias que no restauramos, pero es porque no nos sirven. El primer motivo para restaurar un cuadro es para que cumpla su función de transmitir un mensaje, el que sea, positivo o negativo. Ese es el punto, recuperar el mensaje del cuadro. La restauración es una actividad psicológica, se trata de recuperar el mensaje que transmite el cuadro y, para eso hay que hacer una actividad física, que es material, pero lo que se quiere obtener es un efecto. Los restauradores no recuperan los cuadros, no vuelven al original. En cierto modo, engañamos al público pensando que la obra está nueva, pero está vieja. Nuestra misión es que los cuadros no se pierdan y nuestro interés es que aparezcan como nuevos una cosa que en realidad tiene muchos años.

"La restauración es una actividad psicológica, se trata de recuperar el mensaje que transmite el cuadro"

–De todos los cuadros de Julio Romero de Torres que ha restaurado, ¿cuál ha sido el que en peor situación se encontraba?

–Con una complicación y alteración del mensaje La niña del candil. Tenía mucho barniz y no se veía el cuadro y había que quitar todo el barniz.

–Supongo que será difícil elegir, pero ¿con qué cuadro de la obra de Julio Romero de Torres se queda?, ¿tiene algún favorito?

–Es difícil elegir y, según el día, tengo una preferencia u otra. Hoy, por ejemplo, mi cuadro favorito es La muerte de Santa Inés, mañana me preguntas y, por mi situación personal o estado de ánimo es otro.

–No cita 'La chiquita piconera', uno de sus cuadros más reconocidos.

–También es un cuadro emblemático de Julio Romero de Torres, lo que ocurre es que conociendo la obra y disfrutando del museo, uno tiene la oportunidad de esconderse en algún rincón, más allá de que es una maravilla.

–¿Dónde es más conocido Julio Romero de Torres en Córdoba o fuera de aquí?

–Julio Romero de Torres es más conocido fuera de Córdoba más de lo que pensamos y más desconocido en Córdoba de lo que pensamos. Hay una idea que digo muchas veces: siempre hemos pensado que es la esencia de Córdoba, el prototipo de cordobés, yo le llamo el cicerone: Julio Romero de Torres nos muestra Córdoba. Pero como cordobeses no llegamos a conocerle del todo. Nos quedamos en La Chiquita Piconera, en los almanaques en las cocinas de nuestras abuelas, en el billete de cien pesetas y poco más. Fuera de Córdoba es más conocido de lo que pensamos. Desde que me hecho responsable de los museos estamos trabajando en esa línea, en transformar ese Julio Romero de Torres de cicerón a embajador de Córdoba. Ese tópico es una plataforma para vender Córdoba. Ahora mismo mi trabajo está centrado en eso después de arrancar tras la pandemia, que ha sido complicado. Estamos cogiendo impulso y en vez de volcarnos tanto en la ciudad, que ya lo hacen otros museos o distintas asociaciones con talleres, lo que quiero es proyectarlo fuera.

Un momento de la entrevista. / Juan Ayala

–¿Y cómo se han planteado desde el museo llevar a cabo esa proyección fuera de Córdoba?

–No es tanto producir exposiciones nuestras como brindarnos a que los cuadros de Julio Romero de Torres salgan del museo a visitar otros lugares, sobre todo, de España. Por ejemplo, ahora en diciembre vamos a colaborar con una exposición en Málaga y estamos preparando otras el año que viene en Granada, otra en Toledo, facilitando que exposiciones de terceros cuenten con sus obras. Eso provoca que una persona que visite Toledo se encuentre con Romero de Torres y diga ya he visto Toledo y voy a Córdoba. Esa es la idea. La otra gran pata es el trabajo para llevar a Romero de Torres como embajador y como herramienta para la diversidad..

"Siempre hemos pensado que es la esencia de Córdoba, el prototipo de cordobés, yo le llamo el cicerone"

–Hace referencia a la diversidad, ¿a qué se refiere en concreto?

–Estamos trabajando para que personas con discapacidad accedan al museo, pero el siguiente paso es incluirla en el museo. Hemos tenido experiencias con la asociación Síndrome de Down, con discapacitados intelectuales durante la pandemia con visitas virtuales, con el mundo del Alzheimer, con ciegos y sordos. Como ya hemos llegado a la accesibilidad con la Delegación de Inclusión, tenemos que ofrecer el museo a los inmigrantes por ejemplo. Ese trabajo es el que permite que el Romero de Torres cobre un sentido diferente al que habíamos tenido hasta ahora. Hay mucha gente preocupada por Romero de Torres que nos llega con propuestas. Es ahondar en el tópico, pero nos permite que muchas personas tengan su desarrollo.

–¿En qué otros proyectos trabaja el museo tras la pandemia?

–Durante la pandemia ha sido complicado por la imposición exterior. Hemos hecho actividades online y hemos abierto en cuanto hemos podido y hoy por hoy el museo está abierto tal cual antes de la pandemia. Hemos recuperado toda la actividad. Nuestro proyecto está en recuperar la actividad exterior del museo de cara a utilizar a Romero de Torres como embajador y permitir el trabajo a todos los investigadores que puedan necesitar información. Para ello, tenemos un trabajo que no se ve, de inventario, de catalogación, de archivo… estamos haciendo un trabajo callado. Ahora que hemos recuperado el ritmo y los visitantes se mantienen, vamos a prepararnos para el centenario del museo desde la base, recuperando trabajos de investigación y de lo que es propiamente un museo y que no se ve en la calle

–¿Considera que la oferta museísta que hay en Córdoba es suficiente?

–La oferta museística nunca es suficiente como no lo es otra oferta de cualquier otro tipo. La pregunta es si es sostenible, aquí cabría una discusión.

–Se lo preguntaba por el anuncio de que la colección de arte contemporáneo de la Fundación Thyssen-Bornemisza vaya a recalar en el C3A de Córdoba, tal y como ha anunciado el Ayuntamiento hace unas semanas.

–Cuanto más ofertemos será mucho mejor. Los museos son instituciones culturales y no turísticas. Tenemos actividad turística, pero nuestro objetivo no es turístico. La cultura es una parcela del turismo, pero la cultura es también para la ciudad. Mucha gente te dice que ha venido pero cuando era pequeño y que no ha vuelto. Y eso es lo que tenemos que romper con la faceta educativa. Hemos hecho actividades con institutos que han sido bestiales. Llevamos dos años realizando una actividad con el instituto Blas Infante con unos talleres en los que trabajan con Romero de Torres y lo que me ha impresionado es que cuando acaban el trabajo vienen al mes siguiente grupos de jóvenes para ver el museo. El museo está abierto a la cultura, a la actividad de la ciudad y eso es muy importante. Uno va a un sitio a tomar con berenjenas con miel y no se harta, no hemos conseguido explicar que esto es una experiencia estética y como tal se va a repetir las veces que vengas. ¿Cuántas veces escuchamos nuestra canción favorita? Todas las que queremos y no te cansa.

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