Luis Mazzantini, el señorito torero que impuso el sorteo
Historia Taurina
El 15 de agosto de 1896, día del duelo de Mazzantini con Guerrita, se dio suelta a los toros por primera por azar, un método que se hizo habitual ya retirado el Califa cordobés
El día ha amanecido nublado en San Sebastián. La ciudad donostiarra celebra sus fiestas de agosto aquel año de 1896. El empresario del viejo Chofre, José Arana, ha programado para las mismas cinco corridas de toros, haciendo saber en la cartelería, que los animales a lidiar eran “toros elegidos, entre los de mayor precio, de las más renombradas ganaderías”. Las toradas anunciadas eran las “colmenareñas” de Aleas y herederos de Félix Gómez, la navarra de Espoz y Mina, la andaluza de Saltillo y la celebérrima del duque de Veragua. Para darles lidia y muerte Arana había ajustado contrato con Luis Mazzantini, Guerrita, Antonio Fuentes, Emilio Torres Bombita y el Algabeño. La expectación era máxima. Tanto que los espectadores habían acudido a las taquillas prestos a adquirir las mejores localidades.
El cartel estrella de la feria era el anunciado para el día 15 de agosto. Mano a mano entre dos toreros de renombre. Por un lado, el guipuzcuano Luis Mazzantini. Por otro, el monarca absoluto del torero de su tiempo, Rafael Guerra Guerrita. Hay quien busca una competencia de forma artificiosa. Todo es inútil. El cordobés está muy por encima de aquel fornido señorito que se paseaba por los ruedos, alcanzando renombre por sus contundentes estocadas. Competir con el coloso cordobés era una quimera. Sus conocimientos, su oficio, su estética y su torería personal eran imposibles de igualar.
Mazzantini actúa en una plaza del norte y muy cerca de su Elgoibar natal. Sus partidarios se desplazarían a San Sebastián para presenciar su actuación. Mazzantini tiene que estar bien, no puede defraudar a los suyos, ni tampoco quedar por debajo del coloso de Córdoba. La mañana del festejo todo parece ceñirse a los cánones tradicionales.
El mozo de espadas ha dispuesto en la silla un terno verde, tal vez nilo, y oro con remates granas. Don Luis, así conocido por sus orígenes y finos modales, viste un vistoso batín de seda. Las ordenes a su representante, Federico Mínguez, son categóricas. No se puede permitir al mayoral de Aleas, ni al ganadero mismo, que dispongan el orden de salida de los toros. De seguro favorecerían a Guerrita. Era la época en la que los criadores determinaban el orden de lidia.
Por ello solían dar suelta en primer y segundo lugar, a animales de imponente trapío, para así ganar el favor del público. En tercer lugar se solía lidiar un toro de menos presencia, seguramente por ser lidiado por el espada más novel de la terna, de ahí que el cuarto volviera a ser otro toro de irreprochable presentación. Para quinto se reservaba el toro de mejor nota y para sexto, ya pasado para bien o para mal el festejo, se daba suelta al toro más chico del encierro.
¿Qué ocurría? Pues que Mazzantini, con más antigüedad de alternativa que Guerrita, solía matar los dos toros más grandes de cada corrida, y unido a que Guerrita lo superaba en todo, siempre solían quedar en evidencia ante el público, sus pobres formas toreras, solo compensadas por su estilo como ortodoxo estoqueador. Mínguez hizo valer el deseo de su representado. Finalmente, el orden de salida de los toros fue determinado mediante sorteo.
La imposición de Mazzantini en una plaza en la que gozaba gran cartel, así como la enorme expectación levantada por la corrida, hizo que el criterio de sortear se impusiera por vez primera. Se cuenta que al llegar la cuadrilla al hotel, donde se hospedaba Rafael, le comentaron que los toros habían sido sorteados por imposición de Mazzantini, a lo que el Califa II exclamó: “P’a que querrá ese tío mamarracho los toros bravos, si después no sabe qué hacer con ellos”.
Llego la hora de partir plaza. El torero vasco viste de verde y oro. Guerrita de gris plomo y oro. En los tendidos, llenos hasta la bandera, se ven caras conocidas. Entre ellas la actriz María Guerrero o los músicos Ruperto Chapí o Pablo Sarasate. Los toros, bien presentados, atendieron por los nombres de Zafreño, Ermitaño, Guindo, Sabandijo, Cardoso y Zancajoso.
La lluvia hizo su aparición a la mitad de la corrida. Mazzantini y Guerrita lucieron en medida de sus condiciones, llevándose el gato al agua, a pesar del sorteo y la climatología adversa, el torero de Córdoba. Mazzantini siempre fue muy por detrás de Guerrita, las diferencias eran notorias, era imposible ganarle la partida. Guerrita lo sabía y por ello gustaba de hacer alarde de su superioridad en el ruedo. En una ocasión en la que Mazzantini andaba desbordado con un toro de poder, le dijo al Guerra: “Rafael, por qué no me presta usted una muleta suya para ver si le puedo al toro”, a lo que Guerrita contestó: “Coja la que quiera, pero ese toro no lo torea usted como yo, aunque se acueste con Lagartijo”.
Aquella tarde del 15 de agosto de 1896, se dio suelta por vez primera a los toros por el azar del sorteo. Tardó la nueva forma en imponerse, aunque finalmente, ya retirado Guerrita del toreo, logró hacerse habitual.
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