A Moncloa se llega desde la tele

El síndrome del empate técnico está tan arraigado en PSOE y PP que crece la convicción de que será el doble debate televisivo el que decida todo · El lunes, a 21 grados y en 90 minutos, el primer duelo

José Antonio Alonso y Rodríguez Zapatero saludan durante el mitin socialista de ayer en León.
José Antonio Alonso y Rodríguez Zapatero saludan durante el mitin socialista de ayer en León.
Fede Durán

23 de febrero 2008 - 01:00

Quedan 15 días para el día. Unos, los políticos, descuentan con angustia, torturados por el fantasma del empate técnico. Otros, los ciudadanos, lo hacen con aburrimiento, deseosos de que se esfume lo que (sólo oficialmente) acaba de empezar. Entre bambalinas conspiran, meditan, elucubran los asesores, verdaderos chamanes de la victoria. Ellos son los que saben qué importa. Y lo que importa es la televisión, palabra grecolatina que designa hoy el mayor instrumento de poder, la brújula que siguen las masas.

Quedan 15 días para el día, pero en realidad sólo contarán 48 horas, dos lunes, dos pulsos a cara de perro. 25 de febrero y 3 de marzo. Ésas son las fechas. El resto del trayecto no es que no importe, es que importa mucho menos porque lo gestiona el piloto automático, el famoso robot acuñado por el checo Capek para referirse al trabajo forzado. Porque forzados son los mítines de Zapatero y Rajoy. Encorsetados. Aburridos. Adictos a la promesa volátil. Ante tanto chaparrón, uno desarrolla rápidamente el chip del nigromante. Lee el futuro. Se anticipa a la trama. Les revienta el discurso. Pagar menos. Recibir más. Desplazarse en AVE incluso para cambiar de barrio. Vivir en el mejor país del mundo. Ser eternamente feliz. Todo es posible. Gane quien gane. Oh glory times.

Zapatero tiene un par de ojos. También Rajoy. El apuntador les sopla las conexiones en directo de las grandes cadenas y ellos tiran de repertorio con la vista bien orientada a la cámara. El presidente juega con ventaja. Es más guapo y tiene los ojos azules. Ha aprendido nuevos trucos. Ya no se vende sistemáticamente como El Hombre Simpático; es capaz de apretar la mandíbula y endurecer el gesto. Quiere tensión. Podría incluso morder. Ahí está Rajoy, menos resultón, más humorista. La antítesis confesa de la retranca gallega. Él lo dice todo clarito, negro sobre blanco. Ambos son conscientes de que entrenan para enfrentarse de verdad.

Los debates, ay, serán la puerta o el portazo. Kennedy contra Nixon (1960). Miterrand contra Chirac (1988). González contra Aznar (1993). Combates intensos donde volaron dientes y sangraron cejas. En España, quizás, un millón de votos oscilantes en juego. La llave de Moncloa.

Zapatero tiene un dilema: ser fiel al talante o al deseo. En el primer caso, accederá al plató con una sonrisa beatífica y una mano tendida. Es fácil entenderse. Seamos amigos. En el segundo, buscará la bronca. Es un registro inédito que tal vez le permita extraer del oponente un exabrupto, un juramento, la mecha de la anheladísima movilización socialista. Rajoy lo tiene superado: ha optado por la moderación tras cuatro años de culto a la ferocidad. Los chamanes se lo habrán repetido hasta la saciedad. "No caigas en la trampa, Mariano".

Lunes. Primer asalto. La temperatura del plató será de 21 grados. Ségolène sabía que las glándulas sudoríparas de Sarkozy trabajan a destajo y pidió más. Zapatero y Rajoy deben sudar lo mismo, porque se han puesto de acuerdo. Hora y media de rifirrafe, de contrastes, de filosofías irreconciliables. Una pausa de seis minutos donde podrán consultar al preparador, que les dirá que sí, que lo están bordando. Y la tele, y la gente, y los votos al otro lado.

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