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La distancia entre Europa y África puede medirse en una cocina. "El estrecho de Gibraltar", como llaman en el cortijo de La Muela, en Montilla, al pasillo que, en apenas 15 metros, separa dos mundos. A un lado suena Rosalía, se leen best-sellers de María Dueñas y por las tardes se baila flamenco; en el otro se habla en bambara y francés, y el día a día gira en torno a trenzas africanas y arroz hervido para comer. En los dos continentes de la casa hay "vidas rotas": todas víctimas de algún negocio.
En este centro de mujeres de la Fundación Emet Arcoiris, inaugurado en 2011, se dividen en dos mitades de una H la Comunidad Terapéutica Femenina de Drogodependencias y la casa de acogida del programa Ödos para mujeres y niños que llegan en las pateras desde África. Salvo excepciones, es difícil que unas crucen de un lado a otro o se junten entre sí. "Puede ser contraproducente si una madre que se ha tenido separar de su hijo para desintoxicarse de las drogas, se encuentra de frente a un niño que cruza corriendo detrás de un balón", explica Auxiliadora Fernández, la directora general de la fundación, que recibe a El Día en el sitio donde la entidad ha desarrollado un programa de Deporte como terapia para mujeres vulnerables, y que ha sido premiado por Iberdrola entre más de 900 candidaturas.
En La Muela, se dice que "unas llevan el reloj y otras el tiempo". La vida en la Comunidad Terapéutica es mucho más estructurada, todo está programado, medido y controlado las 24 horas del día, incluso los cigarros que se pueden fumar para salvar los momentos más chungos del "mono"; en Ödos, los ritmos son más lentos, se difumina el concepto de puntualidad y tiene que ser la educadora social quien empuje a las mujeres a realizar actividades, mientras que en la otra orilla las responsabilidades y las tareas son parte de la terapia.
Contra la urgencia de unas por quemar los plazos de recuperación para reencontrarse con sus hijos o empezar una nueva vida, La Muela es "una parada en el camino" para las mujeres, mayoritariamente de Costa de Marfil o Guinea Conakry, que aún no han llegado a su destino: "su objetivo es llegar a Francia, normalmente a París para reagruparse con otros familiares", apunta Teresa Girón, directora del programa ÖDOS.
Ödos es un término griego que significa "acompañamiento en el camino". Con ese propósito, la Fundación Emet puso en marcha un programa en 2018 para ayudar a las mujeres vulnerables que migran desde África a Europa con sus hijos. Evitar la mutilación genital de sus hijas, reunificarse con las familias y buscar mejores condiciones de vida son las tres principales motivaciones que impulsan el exilio de estas madres, según se detalla en un informe evaluador sobre el proyecto.
En algunos casos atraviesan diez países hasta llegar a España, penúltimo tramo de su particular expedición a las Américas, en este caso a Europa, para cumplir el sueño africano en Francia que les han vendido las redes de tráfico de personas. "Hay mucha falsa información que llega a los países de origen, que es lo que les hace venir hasta aquí pensando que se van a encontrar un oasis de felicidad y dinero, y luego se encuentran con la cruda realidad. Ahí es donde intentamos acompañarlas lo máximo posible durante el tiempo que estén aquí y que sepan donde pueden acudir", explica una de las psicólogas del programa.
El período medio de estancia de estas mujeres en La Muela va de dos a cuatro meses. En la primera fase de intervención, aproximadamente un mes y medio, el equipo de profesionales analiza el vínculo entre las mujeres y los niños que las acompañan y se elabora un itinerario de protección personalizado, atendiendo a las especificidades de cada caso (jurídicas, psicológicas), además de cubrir sus necesidades básicas (alojamiento, manutención, ropa, calzado e higiene). Durante la segunda fase de ÖDOS, la más ambiciosa, se pretende la inclusión de estas personas en la sociedad de acogida, a través de talleres de español, y buscando una alternativa de alojamiento segura a aquellas mujeres que quieren quedarse en España, aunque ésta es una "realidad minoritaria" que tan solo han seguido 18 familias de las 640 personas que han pasado durante estos cinco años.
Ha sido un programa "innovador y pionero", con presencia en España, Francia y Marruecos, y reconocido internacionalmente "por su constante evaluación de los resultados y refrendado con datos desde el inicio", añade Auxiliadora Fernández. Actualmente hay 49 plazas ocupadas (23 adultas y 26 menores), todas como parte de un concierto con el Ministerio de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones.
"Empecé a consumir pastillas desde los 10 años por maltrato de mi padre. Después vino el alcohol, la cocaína, la heroína, la base...". Así va tachando, de una en una, su adicción a las drogas, una de las mujeres que están internas en la Comunidad Terapéutica para Drogodependientes de La Muela. Por razones de intimidad, prefiere no dar su nombre. Cada paso más en las drogas suele ir acompañado de una nueva tragedia: "la depresión de mi madre, la muerte de una pareja que tuve, maltrato, la cárcel...".
Aunque históricamente, el consumo en las mujeres suele ser sobre todo de drogas legales como medicamentos o alcohol, cumple el perfil generalizado de la mujer que comienza a consumir drogas "como solución a una vida de problemas y sufrimiento, al contrario que los hombres, que suelen inidicarse más frecuentemente desde lo lúdico o probar la experiencia", explica Mamen, la directora de la Comunidad Terapéutica.
Otras características comunes son, por ejemplo, que están "más estigmatizadas" socialmente por ser quienes soportan la carga familiar, menos apoyo y acompañamiento familiar, o el desarrollo de un sentimiento de culpabilidad. Todo eso retrasa mucho la visibilización del problema, solicitar ayuda y el acceso a los tratamientos, añade Mamen, "que en muchas occasiones llega por una resolución judicial en la que les han quitado a los hijos, y entonces realizan el tratamiento con mucha presión por volver al entorno familiar".
En la Fundación Emet Arccoiris apostaron por este servicio en 1990, prácticamente desde sus inicios. Desde entonces, "la sociedad ha tomado más conciencia con las mujeres, de mirar el problema y ver qué hace falta: estamos en ese punto", valora la directora. En este punto, desde la fundación resaltan el esfuerzo que han hecho por adaptar el tratamiento de adicciones específicamente a los problemas y las situación la mujeres, ya que "los programas estaban desarrollados para el tratamiento de los hombres".
Gracias a eso se ha reducido la estancia media de las mujeres, entre cinco y nueve meses, al conseguir los objetivos propuestos mucho más rápido, anota Auxiliadora Fernández. Actualmente, en la Comunidad Terapéutica de La Muela se asisten a 28 mujeres con adicciones, de las que 17 plazas son concertadas con la Junta de Andalucía, cuatro más con el Instituto Andaluz de la Mujer (IAJ) para mujeres que además son víctimas de violencia de género, y el cupo restante son plazas privadas que se reserva la fundación.
"Las mujeres con adicciones que son víctimas de violencia de género es un perfil bastante complejo por el sufrimiento doble que acarrea: era una realidad muy escondida de la que nos alertó el IAJ en 2014 y que va muy unida al consumo de drogas". Según el último estudio hecho por la Red de Atención de Adicciones UNAD, el 90% de las mujeres con adicciones han sido víctimas de violencia de género.
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