Necesitamos más responsabilidad social y no tantas serendipias

Respons(H)abilidades

Una serendipia es un descubrimiento afortunado que se da cuando se busca otra cosa, como el beneficio social que generan casualmente las empresas que hacen las cosas bien

Lola Pelayo

07 de enero 2018 - 09:18

Las empresas que apuestan por la Responsabilidad Social Corporativa (RSC) como estrategia de gestión buscan la rentabilidad económica, la buena reputación, la fidelidad de clientes y proveedores y la eficiencia de sus equipos, entre otros beneficios. ¿Y qué encuentran además? Encuentran que colaboran con la construcción de una sociedad más justa y más sostenible en la que poder seguir vendiendo. Eso es una serendipia, o lo que la Real Academia Española define como un "hallazgo valioso que se produce de manera accidental o casual". Y aunque necesitamos esas serendipias, yo sueño con el día en el que el beneficio social deje de ser accidental y se convierta en un objetivo más de todas las empresas. Así sí cambiaremos el mundo.

Porque gestionar una empresa desde la Responsabilidad Social Corporativa es preocuparse de ser rentable económicamente, de ser medioambientalmente cada vez más respetuoso y de mejorar el entorno social en el que desarrolla las actividades. Todo a la vez. Eso es RSC, eso es sostenibilidad, y esa es la triple visión que fortalece a las empresas que la practican. Sin embargo, no siempre es fácil mantener los tres objetivos al mismo nivel, y la mayoría de las veces gana el objetivo económico.

Por eso está muy bien que una empresa apueste por la gestión desde la Responsabilidad Social Corporativa como una estrategia para ganar más dinero y mejorar su imagen. Es más, si esa estrategia de RSC es seria y coherente, el beneficio social y el ambiental no se harán esperar.

Así que dejemos de demonizar las estrategias sociales de las empresas sólo porque nos parezcan "lavados de cara" o porque resulten rentables - ¡no hay nada más beneficioso para la RSC que el hecho de que resulte rentable!-. Y preocupémonos más de exigir seguimiento en el tiempo y medición de resultados reales. Porque eso, y empresarios que hagan las cosas bien, ya empieza a ser suficiente para mejorar el impacto social y ambiental de todas las organizaciones.

Las empresas, poderosos agentes de cambio social

Las empresas deberían ser las primeras interesadas en tomarse muy en serio el entorno social y ambiental del mundo para el que trabajan, y también las personas con las que y para las que trabajan, porque si no lo hacen llegará un momento en el que no tendrán mundo donde trabajar.

Lo que pasa es que al ser humano le cuesta eso de mirar a largo plazo, sobre todo si es un plazo más largo que su propia vida. Así que garantizar la supervivencia más básica a tan lejano futuro no es una razón que suela motivar a las empresas a ser socialmente responsables.

Somos los consumidores los que mejor podemos exigir a las empresas que desempeñen esa indispensable función social que tienen, de la que además somos los principales beneficiarios. Y como para exigir hay que conocer, es interesante compartir aquí tres sencillos niveles de responsabilidad social que debe o puede adoptar una empresa, para que estemos atentos.

De la obligación legal a la capacidad de visión

El primer nivel es el de la obligación legal. Desde 2015, cuando la reforma del Código Penal introdujo la Responsabilidad de las Personas Jurídicas, todas las empresas de cualquier tamaño o actividad están obligadas a implantar un Plan de Prevención de Riesgos Penales. Es el denominado Modelo de Compliance encargado en cada empresa de vigilar el cumplimiento legal, prevenir el delito e impulsar el buen gobierno. Y si pasa algo y no se tiene implantado el mencionado modelo, la responsabilidad penal recae directamente en los dueños o primeros directivos. Aquí no hay voluntariedad que valga.

A partir de ese primer nivel de obligación legal, la empresa puede dar un paso más y apostar por una gestión ética desde la RSC, aunque primero sea por el puro interés de ganar más dinero, tener mejor imagen o fidelizar a los clientes. Cualquier razón será buena para comenzar una estrategia de gestión desde la Responsabilidad Social Corporativa en la que sea creciente el compromiso con el entorno social y con el medio ambiente. Y en este nivel, cuanto más rentable sea la RSC, mejor. Ahí es donde radica el verdadero poder de los consumidores.

Este segundo nivel sí implica un gesto voluntario de las empresas, que hacen una apuesta interna y externa por evidenciar esa gestión ética en forma de códigos de conducta, estilos de liderazgo y políticas laborales, establecimiento de Misión, Visión y Valores o definición de propósito social. Nada de esto es obligatorio por ley, al menos no todavía, pero está cada vez mejor considerado e incluso empieza a ser una encarecida recomendación en determinados ámbitos institucionales o en sectores como el agroalimentario o el sanitario.

Y aún hay un tercer nivel, el de las empresas que desarrollan su capacidad de visión a largo plazo y convierten la responsabilidad social en su estrategia de futuro. Suele ser necesario haber ejercitado el segundo nivel, el del interés, y haber comprobado los beneficios de la gestión responsable en motivación de los equipos, en rentabilidad, en reputación, en todo.

En este nivel avanzado es donde la empresa se convierte en un agente social fundamental capaz de transformar el mundo. Para este tipo de empresas el bienestar de sus trabajadores es importante, los Derechos Humanos son importantes, el cambio climático es importante, la creación de riqueza y valor social es importante, la innovación es importante, los vecinos son importantes, ganar dinero es importante…

¿Se imaginan todas las empresas del mundo, grandes, medianas y pequeñas, en ese nivel? No lo imaginen, exijámoslo juntos. Con nuestra elección de compra de productos y servicios, podemos generar un cambio social a través de las empresas. Sólo tenemos que prestar atención al nivel de compromiso de las marcas que consumimos.

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