'Olvídame más tarde', la rebelión de un escritor cordobés por dignificar el recuerdo de su padre, 20 años enfermo de alzhéimer

Literatura

Santiago Romero, abogado y escritor, debuta en el plano literario con una novela introspectiva, sobrepasando los límites de la intimidad, y al margen de relatos edulcorantes sobre la enfermedad del Alzheimer

Las puertas de la Mezquita-Catedral de Córdoba

El 'Bestiario' del escultor cordobés José Manuel Belmonte vuela rumbo a Asia

Santiago Romero, con su libro. / Juan Ayala

“Olvídame más tarde” es el último aliento de esperanza que expresa un hijo cuando ve desesperadamente cómo se difumina en la memoria de su padre. Un hijo que, con el avance de la enfermedad, tampoco recuerda ya cómo era su padre: “No sé si se reía o no, ni siquiera podría reconocer cómo era su voz. Para mí, ese ser siempre estuvo en silla de ruedas, con pañal y la baba colgando de su boca. Eso no le hace justicia. Me olvidó demasiado pronto, pero mi memoria tampoco conservó quién me protegía”.

“Esa maldita enfermedad no sólo te mata. Elimina tu digno recuerdo. El alzhéimer te borra. Arrasa con todo rastro de lo que un día fuiste, salvo que alguien se rebele contra ello”. Y rebelarse contra el “olvido injusto”, “sobrepasando todos los límites de la intimidad”, ha sido el motivo por el que Santiago Romero (Córdoba, 1975) ha decidido poner en negro sobre blanco la deformación de la memoria que sufrió su padre durante los últimos 20 de años de vida, en Olvídame más tarde (Editorial Cajón de Sastre), con el que debuta en el mundo literario.

Santiago Romero se mete en la piel de su padre para novelar en primera persona el proceso de la enfermedad. “Quería poner en valor la figura del enfermo, de la persona que va disminuyendo su capacidad”, cuenta a El Día. “Creo que ninguna tercera persona podría poner en valor cómo se va dando cuenta de esas señales y detallar paso a paso sus ilusiones, sus proyectos, sus inquietudes”, subraya.

Corría el año 1985 cuando Francisco (el padre de Santiago) decide prejubilarse, a sus 57 años, de su puesto de encargado en la sucursal del Banco Santander que estaba en la calle Gondomar. Como una suerte de premonición, soñaba que alguna noche entrarían a atracar donde once años más tarde terminaría escribiéndose una de las estampas más negras de la ciudad. En ese momento de 1985 arranca la novela su hijo: “Él toma esa decisión porque tiene un montón de ilusiones y disfruta unos años de salud, pero conforme va teniendo más independencia en su vida, va adentrándose más y más en la enfermedad”.

Francisco, un hombre “súper cordobés”, padre de seis hijos, era “una persona conservadora y con convicciones profundamente católicas”, define Santiago, baluarte de su memoria. “Tenía un odio feroz a Felipe González, que para él era el síntoma de todos los males de la humanidad, y como todo antihéroe tenía un héroe: en un primer momento piensa que puede ser Hernández Mancha, pero cuando llega Aznar lo encumbra. Hasta tal punto que una vez que pierde la noción de quiénes son sus hijos, salía Aznar en la tele y podíamos conseguir que hablara, y decía: ése es el mejor”.

Santiago Romero. / Juan Ayala

Santiago Romero no ha tratado de “agradar a nadie” con su novela, asegura, sino que se ha limitado a ser honesto con los pensamientos y opiniones que tenía su padre, tanto de sus vecinos, como de la política y hasta de sus propios familiares. “He querido mostrar la personalidad de mi padre, sus relaciones buenas y malas con sus hijos y aparece de una forma muy cruda”. Incluso ha intentado imitar la forma de escribir de su padre a través de sus cartas.

Pero, "¿por qué la mente se olvida de sus hijos y no de José María Aznar? “No lo sé y me lo pregunté muchísimas veces. Entiendo que acordarse de sus hijos le suponía un dolor, le provocaba esa ira de saber que tenía una cierta familiaridad, pero no podía tener ese componente afectivo; y era más fácil con un personaje que indudablemente lo tenía como un icono, pero su relación era más fría”, relata el autor.

El codazo de Caná

Los primeros “síntomas leves” aparecen en Francisco entre 1992 y 1993. “En ese momento no sabes si eso es Alzheimer”, cuenta su hijo. En el tercer capítulo del libro, El codazo de Caná, llega un punto de inflexión. Mi padre le organizó a mi madre la renovación de los votos matrimoniales en Caná. “Todo perfecto, pero después de la ceremonia, él no sabe qué está haciendo allí, ni sabe lo que son los votos matrimoniales”. Ese mismo día se disputan los cuartos de final España-Italia del Mundial de 1994 en Estados Unidos. Llora Luis Enrique sangrando por la nariz después del codazo de Tassotti; y llora la mujer de Francisco en Caná por el codazo al corazón que le acaba de dar la enfermedad de su marido, mientras Francisco, cabreado, “no entendía que su mujer llorara tanto aunque le hubieran dado un codazo a Luis Enrique y nos robaran el partido”.

“El libro tiene mucha ironía y también momentos tristes. El proceso de la enfermedad es de lo que más orgulloso estoy del libro. Si alguien quiere saber lo que es el alzhéimer, ahí viene fase por fase, porque mi padre las pasó todas. Desde la agresividad, que luego se le pasó, a la indiferencia respecto a la mayoría de seres queridos, pasando por las decisiones jurídicas o patrimoniales”, explica Santiago.

En ese sentido, el autor lamenta que hay otros productos que han tratado el alzhéimer de una forma edulcorada. “No te digo que no tengas algún momento muy emotivo, pero cuidar a un enfermo de este tipo es una rutina, y me duele que cualquier persona vea esas cosas edulcoradas y se compare”, sentencia.

Precisamente, el que más apostó por que este ejercicio de introspección salga publicado ha sido el fiscal de Discapacidad de Córdoba y prologuista del libro, Fernando Santos Urbaneja. “Me dijo que él ha incapacitado a un montón de personas por alzhéimer y que sería fantástico que pudieran tener acceso a un libro así y tener una perspectiva de lo que les espera”, recuerda Santiago.

El enigma de la portada

La portada, con un boceto del cuadro Naranjas y limones de Julio Romero de Torres, encierra un enigma. “Mi padre empezó a pintar este cuadro, pero lo dejó inacabado y es como que se va difuminando. Su suegro se lo impidió porque le mostraba los pechos a la mujer", apunta.

De alguna forma, “mi padre utiliza este cuadro para intentar mandar un mensaje a sus hijos, hay que tener en cuenta que mi padre conocía la enfermedad perfectamente porque, a su vez, su madre también la había tenido. Cuando experimenta los primeros síntomas empieza a tramar un plan que es despedirse aún con conciencia de sus hijos…”. Sólo al final se desvela si consiguió despedirse de sus hijos todavía con conocimiento.

No hay comentarios

Ver los Comentarios

También te puede interesar

Lo último