El Rey cordobés que mendigó un chusco bajo el pasadizo califal

Cordobeses en la historia

Abû l-Walîd Hishâm ibn al-Hakam nació bajo la luz cegadora de Zahra y es su biografía el cauce de un Guadiana de incierta llegada al océano y que tiene una fecha insegura de desembocadura

El Rey cordobés que mendigó un chusco bajo el pasadizo califal

31 de mayo 2009 - 01:00

JUNIO transcurría por entre los alminares, los zocos y los arrabales de Córdoba. Los campesinos preparaban la tasa del trigo y los primeros racimos de uva; los médicos buscaban en las víboras el antídoto y disponían las sangrías; las mujeres ponían a secar las flores de ajenjo, el poleo o la camomila y, en el harén de Medina Zahra, la señora del alcázar y del califa Alhakem II, alumbraba a Hixem II. Había júbilo en las mujeres viejas, envidia entre las que no engendraron varón y la alegría la Corte. Era el día 11 del sexto mes de 965. El niño, llamado a ser el tercero de los reyes cordobeses, sería el segundo de Subh (la aurora) umm Wala (madre), una esclava vascona, con gran poder sobre su señor y tan hábil en el canto como en la persuasión. La muerte temprana del primer hijo, Abderramán, había sembrado la zozobra en el corazón del califa; se volcó en el cuidado del pequeño Hixem, un niño despierto, aplicado y virtuoso en cuya educación puso Alhakem todo su esmero. Por los textos de Ibn Hayyán, traducidos por García Gómez, se sabe que enfermó de viruelas en la primavera de 974, causando gran disgusto a su padre. El príncipe fue trasladado desde Zahra al Alcázar de Córdoba, desde donde escribió participándole de su sanación; Alhakem había ofrecido todo tipo de limosna y promesas, puntualmente cumplidas tras la noticia. Las mismas crónicas hablan del mimo con que el padre cuidó su formación y del gusto por la compañía del niño en salidas, actos oficiales y piadosos; en los alejamientos y retiros de la Mansión del placer y la sede de la alegría (Zahra), por motivos de salud o en sus reposos en Córdoba; en las fiestas de sus almunias. Hixem II, según su precepto "anunciaba en la infancia las más felices disposiciones; aprendía con asombrosa facilidad"; era entre los demás el de juicio "más sólido". En 976, la hemiplejía que venía padeciendo Alhakem II causaba su inquietud por el futuro del trono, quizá -cuenta Dozy- porque una antigua profecía aseguraba "que la dinastía Omeya habría de caer, en cuanto saliera la sucesión de la línea recta". En febrero de aquel año declaró al niño heredero, el 1 de octubre murió en brazos de los eunucos Fayic y Djuadhr, odiados por el pueblo y consentidos por el califa y jefes de los mil esclavos. Por no perder sus privilegios, guardaron en secreto la muerte, pretendiendo el poder para Moghira, tío del pequeño. La conspiración acabó con el asesinato de Moghira, bajo la simulación de suicidio y con la subida al trono de Hixem II. Fue el 2 de octubre, recién cumplidos los 11 años y bajo el estricto control de Subh. Almanzor, el protegido de la sultana, era ya intendente de los bienes del niño y jefe de la policía de la capital del Califato. El general Galib, otro de los promotores de la carrera política, casa a su hija Ismá con Almanzor, con la complacencia de Aurora; así el futuro caudillo tiene ya en sus manos el control de dos pilares básicos del poder califal: el de la sultana-regente y el del jefe del ejército, mientras en la calle se cantan estas coplillas: "Éste es el fin del mundo, porque pasan las peores cosas. El califa está en la escuela y su madre encinta de sus dos amantes".

En 978, un año después de la boda, Almanzor se autoproclama gobernador general, provocando el malestar de algunos gobernadores de provincias y de destacados militares, incluido Galib, cuya enemistad sería ya definitiva. Almanzor refuerza el operativo militar, aleja a los cordobeses e "importa" tropas africanas, bereberes y nubios en su mayoría.

Coinciden las crónicas en que al niño Hixem le fueron "oscureciendo la inteligencia, sobrecargándole con ejercicios de devoción". El clan Subh-Almanzor le arrebató "todo poder administrativo…fue privado de libertad e influencia"; las puertas del Alcázar de Córdoba se cerraron, y todos los poderes fueron traspasados a la Zahira de Almanzor -burda imitación de Zahra- mientras el rey legítimo era ya el mero objeto decorativo de sus dos reinados, del 976 al 1009 y de 1010 a 1013. Hubo amagos de cambio, allá en el 996 e instigado por su madre, enemiga ya de Almanzor. Pero el caudillo volvió a doblegar el pobre espíritu de Hixem; la derrota de Aurora fue también la muerte física de la madre que el califa apenas había conocido. Almanzor reinaba el Al-Ándalus; pero no en el corazón de los cordobeses, siempre fieles a la dinastía omeya; y cuando el caudillo murió, dejando como heredero a su hijo Madhaffar, el pueblo buscó a su rey. En comparecencia pública mostró su voluntad de seguir alejado.

Será en el mandato de Mahdí cuando acaba con el primer periodo de su reinado, al encarcelarle y hacerle pasar por muerto, presentando el cadáver de un cristiano de asombro parecido. Pudo ser un 18 de mayo de 1013, o pudo ser que marchara lejos de Córdoba y muriese en Asia, tras fracasar como alfarero y estero; quizá regresara y, el cadí de Sevilla, lo rescatara del anonimato y la miseria; tal vez fuera él quien recuperó el trono del imperio ya fragmentado y salpicado de intrigas, traiciones y leyendas. La más triste lo sitúa bajo la puerta dorada de acceso al Mirhab donde dicen que lo hallaron tras una revuelta, y el último omeya cordobés, rey de las tres cuartas partes de la actual España, sólo pidió un trozo de pan, para el pequeño que tenía en sus brazos.

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