El Sabio de las Costanillas, puente entre al-Gafir y Kant
Cordobeses en la historia
José María Rey Heredia creció pobre de recursos y rico en inteligencia, brilló en las Escuelas Pías y San Pelagio, obtuvo Cátedra en tres ciudades y rehusó ser académico en Córdoba
REINABA Fernando VII en su etapa más absolutista. Córdoba se desperezaba aún de la influencia francesa, y en la calle Moriscos no quedaba vestigio de la industria que dejó una placa a intramuros, Curadero de la Seda, en recuerdo del oficio que desde las Alpujarras granadinas importaron los últimos moriscos acogidos por esta parte de la población, en un gesto de solidaridad o compasión sin precedentes.
En 1818 los vecinos de las Costanillas seguían pobres, hacinados en patios compartidos. En uno de ellos de la calle Moriscos vivían Francisco Rey y Josefa Heredia, vinculados familiarmente a Pedro de Heredia y Cisneros, presbítero encargado de administrarle el bautismo en la iglesia de Santa Marina al hijo de la pareja, José María Rey y Heredia, nacido un 6 de agosto de 1818.
El niño aprendió las primeras reglas en la Escuelas Pías que acogían a los pobres, destacando entre ellos por su talento, una característica que animó a Juan Monroy, profesor de latín, a promocionarlo para su ingreso en el Seminario de San Pelagio.
Imposibilitados los padres para costearle el ingreso, el muchacho estudió por libre, colocándose todas las mañanas en el entorno del Seminario y pidiéndole a los estudiantes los libros que llevaban. De tal modo que desde allí, hasta la Puerta de Santa Catalina, iba leyéndolos y los memorizaba. Fue así como obtuvo la primera beca para San Pelagio, donde ingresó en octubre de 1833, situándose junto a su compañero José Amador de los Ríos, a la cabeza de los seminaristas.
En aquellos inicios cosechó la admiración de todos y la simpatía del resto de sus colegas, a quienes distraía en las horas libres con sus conciertos de guitarra. Fueron once años de carrera, los cuatro últimos de pasante, más dos de bibliotecario, antes de ganar la oposición para el Colegio de la Asunción en 1844. Cuatro años más tarde alcanzó la de Lógica en Ciudad Real.
En 1851 contrajo matrimonio en San Pedro con Teresa Gorrindo, hija de un importante comerciante y 14 años más joven que él. Juntos se instalan en Madrid, donde por el mismo sistema de concurso público obtuvo Cátedra de Lógica y Psicología en el Noviciado; allí escribió Elementos de Lógica, primero, y Elementos de Ética en 1853, comenzando asimismo su obra cumbre Teoría trascendental de las cantidades imaginarias. En la capital del reino nacería su único hijo en febrero de 1854, Pedro Rey Gorrindo, futuro jurisconsulto, alcalde de Córdoba y padre del cronista José María Rey Díaz.
Pero la mujer del Sabio enfermó tras el parto y ni el traslado a Córdoba pudo salvarla. Tenía 24 años. El niño queda con dos y el padre sumido en una depresión tan profunda que llega a confesarse casi incapaz de acabar su Teoría. Llegaría a concluirla pero no a verla publicada.
En un artículo de la prestigiosa revista Llull, José Javier Escribano Benito considera esta Teoría trascendental de las cantidades imaginarias, "la primera referencia significativa publicada en España sobre la interpretación de los números complejos. Su autor pretende desarrollar una metafísica del álgebra que aúne y armonice la filosofía con las matemáticas", para ello se basa en "la tabla de las categorías elaborada por Kant". Se trata de la referencia más destacada que en esta materia aporta un cordobés a Occidente desde la escuela del sabio Abu Ayub Ábd al-Gafir, experto en números y autor de un tratado sobre los repartos sucesorios en el siglo X, al que se hacía referencia en estas mismas páginas el pasado 11 de abril. Esta obra de Rey Heredia y su Lógica y Ética fueron asignaturas imprescindibles para los estudiantes de finales del XIX y principios del XX, apareciendo todavía en la bibliografía básica de los docentes de hoy.
Ricardo de Montis recordaba con nostalgia, en un artículo de noviembre de 1917, ambas asignaturas impartidas por su propio padre cuando aún no conocía la dimensión humana e intelectual del filósofo Rey Heredia, a quien llegó a profesar, con el tiempo, auténtica veneración. Confesaba el cronista admirar especialmente su reconocida humildad, ratificándola así: "Enemigo de todo cuanto significara ostentación, siempre rehusó títulos y mercedes", a pesar de haber obtenido los grados de "Bachiller en Filosofía, Regente en Psicología y Lógica, Licenciado en Filosofía y Letras y Bachiller y Licenciado en Jurisprudencia".
El deterioro físico desencadenado a raíz de la pérdida de su esposa derivó en la tuberculosis que acabó con su vida el 18 de febrero de 1861. Al día siguiente, la prensa de la época se conmocionaba, los ciudadanos de Córdoba acudían sin distingos al Sagrario de la Catedral, decanos y jurisconsultos portaron las cintas de su catafalco, y un bando firmado por el alcalde Carlos Ramírez de Arellano anunciaba su bovedilla perpetua en la Salud, retrato en el Ayuntamiento y cambio de nombre en la calle del Duque. Ya en 1902, el cronista Teodomiro Ramírez de Arellano propuso al Ayuntamiento colocar una lápida en el número 12 de la calle Rey Heredia, donde vivió y murió.
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