Sofía Lemos, comisaria de arte: "La memoria del Guadalquivir no está presente en Córdoba"
Entrevista
El festival 'Un océano sin orilla', impulsado por TBA Academy y TBA21, se desarrolla del 9 al 12 de noviembre con un amplio programa que aspira a crear comunidad
Thyssen-Bornemisza Art Contemporary Academy y la Fundación Thyssen-Bornemisza (TBA21) tienden puentes por primera vez para desarrollar en Córdoba el programa de investigación en vivo Meandering, del que forma parte el festival Un océano sin orilla, que se desarrolla del 9 al 12 de noviembre con un amplio programa comisariado por Sofía Lemos.
-¿Cómo se puede definir 'Un océano sin orilla'?
-Utilizamos la palabra festival como sinónimo de celebración. Es una forma de estar juntos y de celebrar esta ciudad, la oferta cultural que ya existe. Muchas veces tendemos a centrarnos en lecturas un poco pesimistas y apocalípticas de la crisis climática y con este programa queremos aportar una visión más amplia, comunitaria, que posibilita de alguna forma el empoderamiento de nuestra acción individual y colectiva. Y eso hay que celebrarlo. Va a ser un encuentro de personas muy distintas, que vienen de campos totalmente diferentes.
-Participan no solo artistas, y la espiritualidad va a estar muy presente. ¿Cómo se une todo esto?
-Sí. El programa se concibió como una aproximación a través de abordajes académicos, espirituales y sensoriales. Eso me parece fundamental, porque por una parte queremos movilizar el cuerpo, pero también la psique, las ilusiones, la mente y el espíritu. Córdoba es un lugar donde esa convivencia espiritual se ha hecho durante muchos siglos desde distintos puntos de vista, y también queremos celebrarlo. Las personas convocadas proceden de Córdoba, de Andalucía, Cataluña, País Vasco, Madrid, Guatemala, México, Colombia, vienen personas exiliadas en Alemania, en París... Es un intento de juntar perspectivas que van de la mística judaica a la cábala, el sufismo, el budismo tibetano, la práctica yogui y los pensamientos laicos. Porque, al final, son todas conviven. Otras personas aportarán una experiencia de vida de los movimientos queer, decoloniales... Y a partir de ahí intentaremos construir un sentido más rico de lo que significa estar en comunidad, que en este caso sería una comunidad plural y compuesta de multiplicidad.
-Habla de algo que trasciende lo que popularmente puede identificarse como arte...
-Muchas veces hablamos del arte como forma. Pero la forma y la falta de forma conviven en una dualidad que es como el sol y la luna, o el día y la noche... Son dualidades que están presentes en la vida y que no se tienen que convertir en binarias, en oposiciones. Muchas veces identificamos el arte con una escultura, una pintura, una proyección... Pero el arte es mucho más que eso, es vida, es la experiencia de quien se encuentra el arte y de quien lo crea. Pienso que todos nosotros somos seres creadores. Tenemos la capacidad de usar la imaginación creadora, que es un concepto muy importante de todo el programa, para expresar nuestra vivencia en el mundo.
-¿Y por qué se convierte el río Guadalquivir en eje del festival?
-El río es una figura ilustrativa muy rica para pensar esa interconexión entre las personas y los ecosistemas, porque el río es un plano intermedio entre el océano, la atmósfera y la tierra. Es como una arteria por la que circulan oxígeno y vida. Posibilita que bebamos agua, vestirnos incluso. Córdoba tiene una tradición de curtidurías muy importante, de cultivo de algodón... Y el algodón no solo ayudó a que nos vistiéramos, sino que posibilitó la introducción del papel durante el periodo omeya y que los escribanos se asentaran en la región. Eso permitió la traducción de muchos textos que luego fueron muy relevantes en la Europa medieval y que impulsaron la ilustración occidental. Y la base de todo esto es el río. Lo que intentamos es acoplar todas esas claves para poder trazar genealogías de pensamiento ecológico distintas.
-En Córdoba da la sensación de que se vive de espaldas al río. ¿Qué percepción ha tenido en este tiempo en la ciudad?
-Los ríos históricamente han sido los lugares donde las civilizaciones se asentaban. El Nilo, el Tigris, el Ganges, el Guadalquivir... Y ello por la fertilidad que aportaba el río. El programa es el resultado de un proceso de reflexión que ha durado seis meses, acorde a las diferentes iniciativas de TBA21. Hubo muchas sesiones de escucha, de entender las intenciones, las claves. Han participado desde la fundadora, Francesca Thyssen-Bornemisza, al director de TBA21, y todos los compañeros. Una vez que ese trabajo tenía una forma, llegamos a Córdoba y escuchamos mucho. Pasé muchos meses visitando comunidades espirituales, ecológicas, recitales de poesía organizadas por personas muy jóvenes, Ciudad de las Ideas, Cosmopoética, La Plata... Me pareció evidente que por el hecho de que el río es clave en la agricultura y presenta mucha contaminación difusa causada por los desechos agrícolas e industriales, junto con la sequía, se ha creado un ambiente vegetal muy silvestre en los bancos del cauce, lo que ha provocado una desconexión visual. Al mismo tiempo, debido al nivel de contaminación, uno no puede bañarse en el río, no puede lavar su ropa, el ganado no puede pastar ahí... El resultado es que la memoria del río no está presente en la ciudad. Esto ocurre en muchos lugares, y nos debe llevar a pensar en la interconexión de los sistemas. Cómo se relaciona esto con la crisis climática, con la sociedad de consumo... Y hay que pensarlo de manera global, porque el Guadalquivir, al final, es un canal extremadamente global que ha permitido no solo el asentamiento de las civilizaciones, sino que desde 1492 ayudó a que el proyecto colonial español se desarrollara. Córdoba tiene todas las claves para pensar a través del Guadalquivir con un discurso global.
-¿Qué le gustaría que cambiara en la ciudad gracias a este festival?
-La agenda más profunda de este festival es que pueda permitir a las personas entender que el arte contemporáneo es un campo muy amplio, que forme parte de sus vidas, de su día a día. Y, por otra parte, todos los invitados van a aportar cosmovisiones y experiencias que trascienden el sentido del yo. La agenda del festival es ampliar el imaginario del yo y de lo que cada uno puede aportar a este mundo.
-A veces cuesta levantar el pie del acelerador y sacar tiempo para participar en este tipo de actividades. ¿Qué expectativas tienen?
-Entiendo que a veces es difícil detenerse y pensar. Por responsabilidades familiares, laborales... El hecho de respirar, por ejemplo, es un acto profundísimo porque mejora el sistema nervioso central, la oxigenación del cerebro y crea un sentido del tiempo un poco más amplio. Y todo eso lleva a sentirte parte de un ecosistema. Nuestro programa es absolutamente abierto y se desarrolla en distintos espacios de la ciudad, todos públicos, sin registro y es totalmente gratuito. Unas sesiones empiezan a las 17:00 y otras a las 19:00, para permitir que la gente pueda participar. Y la idea es terminar el día a las 21:00 con una comida comunitaria como gesto de agradecimiento.
-'Un océano sin orilla' forma parte de un programa más amplio que recibe el nombre de 'Meandering'. ¿En qué consiste?
-TBA21 empezó hace 20 años por iniciativa de Francesca Thyssen-Bornemisza, que ha sido pionera en el apoyo a la creación contemporánea. Se interesó desde muy temprano en proyectos que tenían un marco ecológico y de justicia social. Esto ha hecho que la colección sea muy especial. Y hace 11 años se puso en marcha TBA21 Academy, que es un organismo de investigación colaborativo y que ha invitado a artistas, científicos, abogados o políticos para convivir en torno a los ecosistemas marinos y de los océanos. Estas dos iniciativas conviven, pero se han desplazado en distintos lugares. La sede de TBA21 Academy es la iglesia de San Lorenzo de Venecia, y es un reto muy importante que TBA21 Academy y TBA21 desarrollan un proyecto conjunto en un mismo lugar. Me ha tocado tender puentes entre los equipos de Viena, Venecia, Madrid y Córdoba, y eso me enorgullece. Lo que intentamos es salir del museo y llegar a personas que no han sentido el arte contemporáneo como algo suyo. Meandering aparece en ese marco. Se trata de crear un programa de investigación en vivo para celebrar la vida a través de colaboraciones y cocreaciones. Nos interesa la trayectoria, que es el fin en sí mismo. Y eso nos permite pensar en la forma artística de otra manera más allá de un objeto terminado que se puede ver en una exposición.
-Hay un evidente convencimiento ecologista en todas las decisiones de TBA21. ¿Cómo reaccionarían si un activista climático entrara por ejemplo en el C3A y arrojara una lata de sopa de tomate a una de las obras allí expuestas, como ha ocurrido con Los girasoles de Van Gogh?
-Los medios están tratando este asunto como un ataque ecologista al arte, y yo soy de la opinión de que una instancia de conflicto es una instancia de diálogo. Y la forma en que se puede desarrollar el diálogo tiene que ver con escalar o desescalar el conflicto. En el arte contemporánaeo el discurso ecológico lleva presente hace muchos años, y hay organizaciones, entre ellas TBA21 y TBA21 Academy, que más allá de lo discursivo intentan integrarlo en sus prácticas interiores y forma de gobernanza. La clave es que el movimiento ecologista se está volviendo más propositivo y ha retomado una acción directa que era habitual en los años 70. Y yo lo entiendo como una convocatoria a que los museos y los artistas puedan tener un lugar de habla más importante en la sociedad. Por eso digo que es un diálogo. Al final, el movimiento ecologista necesita de aliados, igual que el arte. Y todos tenemos que unirnos para hacer frente a la crisis climática.
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