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A finales de 2018, Antonio Cosano comenzó a sentirse mal, pero "era una cosa muy llevadera y apenas tenía mal cuerpo", así que no quiso prestarle atención hasta que en diciembre empezó con fiebre. Luego se le inflamó un ganglio del cuello del que le tomaron una biopsia que, en enero de 2019, determinó que se trataba de un proceso maligno, un linfoma anaplásico.
Antonio, que es médico en el Hospital Reina Sofía, explica que al ser linfomatoso tardó más en dar la cara. Ahí empezó un duro camino en el que para salvar su vida hizo falta un trasplante de médula que se produjo en septiembre de 2019.
El doctor Joaquín Sánchez cogió su caso y le puso dos líneas distintas de tratamiento de quimioterapia en ocho ciclos que duraron siete meses. Cuando por fin surtió su efecto plantearon el trasplante "porque sino el riesgo de recaída era altísimo".
Antes ya habían previsto la posibilidad de hacerlo, de hecho incluso le extrajeron a él precursores hematopoyéticos para un trasplante autólogo, pero finalmente decidieron que fuera alogénico (de otra persona). Entonces, "todo mi entorno familiar se hizo las pruebas", saliendo más compatibles su hermano y uno de sus hijos. Finalmente, su hermano era el donante más óptimo.
El 17 de septiembre de 2019, este cordobés de Santaella ingresó en la cámara de aislamiento y el 23 fue el trasplante. Fue un proceso "duro, pero te lo hacen muy llevadero" por "la atención" que ofrece el personal de la unidad de Hematología. Pasó allí más de un mes ya que estuvo en la cámara hasta el 25 de octubre, que le dieron el alta y pudo volver a su casa. El proceso fue tan difícil que seis meses después del alta seguía teniendo 14 kilos menos de peso.
La enfermedad ha incidido en muchos aspectos de su vida. Por ejemplo, tuvo que darse de baja de su trabajo, al que no ha vuelto hasta marzo de 2021 ya que la pandemia y los riesgos de contagiarse eran grandes. Esto hizo que tuviera "demasiado tiempo libre para pensar": "Te hace plantearte muchas cosas y cambiar tu actitud frente a la vida; ya sabes que estás aquí de prestado", asevera Antonio. En su caso, por ejemplo, quiso hacer el testamento, cosa que "con 50 años no te planteabas", y arregló "muchos asuntos personales y familiares".
Tras el alta, tenía que ir a consulta cada cinco o siete días, "prácticamente es como un ingreso domiciliario", apunta. Y cuando estaba empezando a salir a la calle, llegó la pandemia. Justo cuando comenzaron a aparecer en los medios de comunicación las noticias de Italia sobre el covid, él ya iba con mascarilla FFP3. Pocos días después se decretó el confinamiento en España.
En casa, la familia lo ha vivido "casi peor que yo, con mucha preocupación", y su mujer ha sido un apoyo fundamental en todo este camino. También tiene palabras de agradecimiento a "todo el servicio de Hematología" del Reina Sofía porque "se vuelcan contigo en todos los sentidos".
A finales del mes de marzo, tras dos años y tres meses de baja y después de vacunarse del covid, volvió a su trabajo en el hospital. El regreso lo ha llevado bien porque "los compañeros en ese sentido se han portado genial y he cambiado de trabajo a uno con algo menos de nivel de estrés", explica.
Aún así, el proceso no ha terminado del todo ya que cuando alguien se somete a un trasplante de este tipo, tiene que vacunarse por completo, "como los niños pequeños", incide Antonio, para conseguir inmunidad porque sus defensas están como "nuevas".
En su caso, la donación ha sido de un hermano, pero hay muchas personas que no tienen familiares o ninguno de ellos es compatible. Por eso es fundamental concienciar a la población sobre la importancia de inscribirse como donante de médula. "Con esto se pueden salvar vidas porque la recaída en estos procesos es muy frecuente", dice Antonio desde la experiencia.
En la otra parte del trasplante de médula se encuentra José Javier Cabeza, un cordobés de 47 años que acaba de donar hace tres semanas. La suya es la cara de la solidaridad ya que en todo momento sabía que su gesto, sencillo e indoloro, podía salvar la vida de una persona a la que no conoce de nada. En ningún momento tuvo miedo ni dudó en echarse para atrás.
José Javier es desde hace unos 12 años donante de sangre y lleva cinco años apuntado en el Registro de Donantes de Médula Ósea (Redmo), pero no ha sido hasta ahora cuando lo han llamado por una posible compatibilidad con un paciente.
Después de este tiempo, no pensaba que lo fueran a llamar e incluso cuando se apuntó le explicaron que era muy difícil, así que le pilló un poco por sorpresa. Hace dos meses se pusieron en contacto con él desde la Fundación Josep Carreras para decirle que había salido una compatibilidad genética con la muestra que le recogieron hace cinco años, aunque había otras personas que también lo eran. Le extrajeron sangre de nuevo y finalmente José Javier era el candidato más adecuado para el trasplante.
Entonces se sometió a una serie de pruebas para comprobar que su estado de salud era bueno y la donación no suponía ningún riesgo para él. "La gente que trabaja en la Fundación Josep Carreras y en el Hospital Reina Sofía es súper amable y te explica que si tu salud corriera algún riesgo no se haría, lo que te tranquiliza", asegura.
El único cambio es "que supone una ruptura de la rutina de tu día a día porque tienes pedir permiso en el trabajo para hacerte las pruebas", aunque él ha tenido "la gran suerte de que no me han puesto ningún problema". Incluso indica que desde la Fundación le dijeron que "si te quitan parte del sueldo porque tengas que cogerte días, ellos te pagan esos días".
La donación finalmente fue hace tres semanas a través de citoaféresis, en la que solo se extrae de forma selectiva y a través de una máquina las células madre circulantes en la sangre, devolviendo el resto al donante. En su caso, comenzó a las 08:00 y acabó a las 14:00.
Las células madre se encuentran en el interior de los huesos, pero se administra al donante un medicamento llamado factor de crecimiento hematopoyético para que se movilicen hacia la sangre circulante y así puedan extraerse. Este es el paso más incómodo del proceso y en el que se pueden sentir algunas molestias, como si se tratara del dolor en el cuerpo que provoca una gripe.
Una vez que acabó la donación, "salí, cogí mi coche y me fui a mi casa", señala José Javier. Durante los próximos cinco años tendrá una revisión anual "para comprobar que todo está bien".
Para él, la donación de médula "es una alegría porque ayudas a una persona que te necesita", aunque no tengas información del paciente porque es un acto altruista y anónimo. En su caso, "me gustaría saber algo más, por lo menos si todo ha salido bien porque es un orgullo poder salvarle la vida a una persona", resalta.
Por eso, anima a la donación de órganos y tejidos ya que "nunca sabes si tú o uno de los tuyos lo puede necesitar en algún momento" y "el poder ayudar a alguien que no conoces en esta sociedad tan egoísta en la que vivimos es una satisfacción muy grande".
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