Verde y oro con remates grana para una promesa frustrada

Historia taurina

A pesar de su juventud, a Manolo Bienvenida le llegó la alternativa en Zaragoza con el oficio bien aprendido, la torería ya la traía de casa y la tauromaquia clásica en la cabeza

Traje de la alternativa de Manolo Bienvenida
Traje de la alternativa de Manolo Bienvenida / Comunidad De Madrid
Salvador Giménez

22 de noviembre 2020 - 04:00

España está partida en dos. La guerra continúa haciendo sangrar a un país roto. Es 1938. En San Sebastián el ambiente está fresco. A pesar de la brisa que llega desde el Atlántico, pura y repleta de frescura, a Manolito Bienvenida la falta el aire. No sabe lo que le ocurre. En las últimas corridas en las que ha actuado le ha costado trabajo torear a gusto. La presión en el pecho ha mermado su físico, que no su espíritu. La juventud se quebrantaba día a día, la enfermedad cruel se estaba cebando con él, posiblemente con quien pudo ser una figura de época en el toreo.

Atrás quedaban sueños, ilusiones, quimeras. Desde muy niño, vivió por y para el toreo. Criado en una familia netamente taurina y educado en torero por su padre, Manuel Mejias Bienvenida, al que un toro de Trespalacios le cortó en seco su carrera a principios del siglo XX, aquel chiquillo rubio y de franca sonrisa tenía unas condiciones innatas para ser una gran figura del toreo. Junto a su hermano Pepe comienza a torear becerradas por todo el planeta toro. Pronto llama la atención su condición de ver el toreo muy fácil. Con tan corta edad, es llamativo su dominio de todas las suertes. Grácil con el capote, variado en quites, poderoso y eficaz banderillero, muletero capaz y franco con la espada.

Manolo Bienvenida se muestra como sucesor de Joselito, el Gallo, de quien asume su concepto. Es de los toreros de la Edad de Plata quien más se asemeja al coloso de Gelves. Como él, es también precoz. Torea multitud de becerradas y novilladas de erales. Su padre, el apodado Papa Negro, lo ve preparado para la alternativa. No lo duda. Sin haber toreado como novillero con picadores en España, le contrata la alternativa el día 30 de julio de 1929 en la plaza de toros de Zaragoza. El padrino sería Antonio Márquez, el Belmonte rubio, y cerraría el cartel el torero maño Lagartito, con toros propiedad de Antonio Flores, antiguos de Braganza.

Ha llegado el día. Sobre la silla hay preparado un original terno, verde y oro con remates granas, para ser vestido por un chiquillo al que le faltan aún fechas para cumplir los 17 años. Ya se lo había advertido su padre cuando le requería tomar la alternativa: “No sabes lo que dices, Manolo. Un toro con cinco años y unos tíos hechos ya en la pelea como compañeros de cartel son cosas muy serias”. A lo que el joven respondía: “Los voy a hacer un lío a unos y a otros.”

Y así fue. Aquel torero no se amilanó ante nada. Capaz de todo ante el toro. A pesar de su juventud, llegó a la alternativa con el oficio bien aprendido, la torería ya la traía de casa y la tauromaquia clásica en la cabeza. Salta a la arena Mahometano, lleva el viejo hierro de la casa real portuguesa, entonces propiedad de Antonio Flores. Manolo Bienvenida lo recibe con unos ajustados lances de recibo. Torea con el capote a la espalda en el hoy perdido tercio que quites. Banderillea con facultades y lucimiento. Llega la hora y Antonio Márquez, su padrino, le entrega estoque y muleta. Ya es matador. Efusivo el brindis en el toro del doctorado: “Brindo por el señor presidente, por el gusto que tengo en tomar la alternativa en esta querida tierra, en la que la tomó mi padre, por la Pilarica y por el Señor del Gran Poder”.

La faena resultó brillante. Un ayudado por arriba y unos cuantos naturales arrancan los primeros aplausos. Continuó con la diestra, muy cerca de los pitones y sin perder jamás la cara del de Braganza, con alegría y con sabor de la escuela sevillana que hacen sonar la música. Un pinchazo y una estocada corta dan con el toro en tierra. La oreja termina en sus manos, un apéndice que guardará como recuerdo. El sexto fue un mal toro. El torero lo intenta, incluso es cogido sin consecuencias. El animal no es apto para el lucimiento. Su oficio, bien aprendido, hace que no pase apuros para terminar con aquel animal. Manolo Bienvenida ha salido airoso del trance del que muchos dudaban.

Corrochano escribió en ABC: “¿Qué interés tenía la alternativa de Manolo Bienvenida? Para mí uno exclusivamente: ver si el muchacho se asustaba de los toros. Que conoce el toreo lo hemos visto con los becerros. Pero ¿y el toro? Manolo Bienvenida es un niño y el toreo parece cosa de hombres, y no de todos los hombres. ¿Se asustaría del toro Manolito Bienvenida? Después de la alternativa de Zaragoza, ya sabemos que este niño no se asusta de los toros…”

Desde esa fecha de 1929 hasta 1938, Manolo Bienvenida se convirtió en una firme promesa de la fiesta. Capaz de todo. Continuador de la tauromaquia de Joselito, siendo posiblemente el más fiel actor de las aportaciones de Gallito, y que desgraciadamente la guerra civil y la enfermedad que le llevó a la muerte muy joven impidieron que su figura a día de hoy sea una gran desconocida para las nuevas generaciones.

En aquel verano postrero, buscando la salud en el norte de España, y marchitándose día a día, contaba de él su hermano Antonio que una mañana, al verse en el espejo demacrado y ajado por la enfermedad, “cerró los ojos y por lo bajinis, como no queriendo que lo oyera, dijo: ¡Dios mío!, pronunciado de tal manera que me di cuenta que él se había visto allí su propia muerte. Fue muy hombre mi hermano, hasta para morirse”.

A los pocos días, alejado de la arena de la gloria, un pitón que había dañado su cuerpo le segó la vida. El verde y oro con remates grana quedó hueco y sin alma. Un alma torera sin lugar a dudas.

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