El médico del XIX que vislumbró la Córdoba turística del XX
Cordobeses en la historia
Luis María Ramírez de las Casas Deza nació en Córdoba, brilló en las altas esferas nacionales e internacionales del saber, amó a su ciudad, pero ni la fortuna ni ella fueron sus aliadas
ARRANCABA el siglo decimonónico y los borbones Carlos IV y Fernando VII evidenciaban su nefasto sentido del gobierno, cuando faltaban seis años para el levantamiento de las gentes de España contra Napoleón. Córdoba no había presenciado aún la tragedia de la entrada por Puerta Nueva de las tropas francesas, al mando del tristemente célebre general Godinot, que tendría entre sus víctimas al sacerdote Francisco Ramírez Gámiz, sentenciado por él a muerte en 1810. Su sobrino, Luis María Ramírez de las Casas Deza, era entonces un chiquillo de apenas ocho años, marcado por unos acontecimientos que quizá le señalaran desde la infancia el camino del gran cronista que fue.
Había nacido en la Córdoba, de la que tanto escribió, el 26 de junio de 1802. Su apellido "de las" Casas proviene de un cronista privado de Napoleón y, mucho antes, de fray Bartolomé de las Casas, destacado personaje en Historiografía y Derecho Internacional, por su defensa de los indios americanos. Su parentela se une igualmente a la de un primo que muere en la marcha de los prisioneros de Gómez y Cabrera de 1836, durante la Primera Guerra Carlista.
Estos y otros datos se coligen de los Apuntes Necrológicos que leyó en la Academia de Ciencias, Bellas Letras y Nobles Artes de Córdoba, en sesión celebrada el 9 de mayo de 1874, Francisco de Borja Pavón, que fuera secretario de esa institución. En su discurso, que destila admiración, un profundo respeto y reivindicación de esta figura, lo califica como "docto y laborioso escritor". Por él sabemos que Luis María, en su pubertad, fue discípulo del profesor de latín y humanista José Mariano Moreno y que cursó Filosofía en el Seminario de San Pelagio, ampliando esos estudios, y en ese centro, con Rafael Benítez Moreno. Asimismo, que estudió en centros públicos Matemáticas y Física Experimental, en donde, además, se le instruye en "Historia Civil y Literaria", centrándose hondamente en la de España.
Pasada esta primera etapa, marcha a Sevilla donde se licenció en Medicina por la Universidad Hispalense, haciendo prácticas de la mano del ilustre galeno Antonio Hernández Moregón, quien le profesó una gran amistad desde el comienzo de su pupilaje. A la par, Ramírez de las Casas Deza, recibió lecciones de Botánica en el Jardín de la Corte del eminente científico Vicente Soriano, disciplina que compaginó con la de Zoología en el Gabinete de Historia Natural guiado por el profesor Tomás Villanova.
Una vez licenciado, Luis María, ejerció como médico titular primero en Villafranca, para pasar a continuación a El Carpio, Bujalance y finalmente a Pozoblanco. Sin embargo, nunca logró, o quizá porque nunca lo pretendió, granjearse los favores de las "fuerzas vivas" y poderosos de los lugares por los que pasó. Tal vez porque -parafraseando a Machado y sus conceptos- a su trabajo acudía y con su dinero, escaso, pagaba. Así pues, ejerció la Medicina en esas villas sin entrar en los ambientes y juegos burgueses, y regresó a la capital, lugar en que su formación, enteramente humanística, le llevó a desarrollar numerosas tareas literarias, poniéndose al frente de la Cátedra de Geografía e Historia del Instituto de Córdoba, hoy conocido como Luis de Góngora, durante 20 largos años, que, consideraba, habrían de asegurarle un futuro digno.
En estos cuatro lustros no abandonó nunca del todo la Medicina; antes al contrario, contribuyó con su conocimiento a paliar distintas epidemias en numerosas localidades de la provincia, llegando incluso a acceder a las Academias de Medicina de Madrid, Barcelona, Sevilla, Cádiz y a Institutos Médicos como el de Murcia o Lisboa.
Pero fue su gran pasión por la Literatura y los clásicos, la Filología y la Arqueología, la que le abrieron las puertas de la Academia de Buenas Letras de Sevilla. En ella publica en 1843 su Origen de la lengua castellana. Además, fue miembro también de la de Roma, Copenhague, París y de las nacionales de Historia, La Española y de la de su ciudad, en la que fue secretario.
Todas estas tareas las compaginaba con la de síndico del Ayuntamiento, contribuyendo a la creación del Museo y Biblioteca Municipales, en tanto se encargaba personalmente de profundizar en la historia local dejando una muestra imprescindible y pionera en esta faceta en El Indicador Cordobés, que desglosa monumentos, instituciones y personajes de Córdoba, conformando una de las primeras guías turísticas conocidas. Su Descripción de la Catedral de Córdoba es otra de sus aportaciones, junto a una serie de interesantes biografías que adquirió la Biblioteca Nacional, paliando en parte su siempre precaria economía, a pesar de las constantes colaboraciones en distintas revistas médicas y literarias y su faceta como editor, en la que destacan las Poesías escogidas de Góngora o la Colección de Autos de Fe en Córdoba. Rico en cambio en amistades personales elegidas, mantuvo relaciones epistolares con Mesonero Romanos, el duque de Rivas o Herculano, entre otros grandes de su tiempo. Francisco de Borja Pavón, fue otro de sus grandes acólitos. Fue él quien pidió que se señalase su sepultura con una lápida y una inscripción que el mismo Luis María había redactado en latín. Y, aunque ignoramos si se cumplió este deseo, sí se sabe que murió antes de cumplir los 72 años, el martes 5 de mayo de 1874. Lo enterraron en el cementerio de la Salud, en una sepultura donada por el Ayuntamiento, el miércoles 6 de mayo. Pocos meses después fallecería el aguilarense, Carlos Ramírez de Arellano Gutiérrez.
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