"El alcohol es una lacra que la sociedad es incapaz de ver"
María Ruiz. presidenta de la asociación de alcohólicos liberados (Acali)
La nueva responsable de la organización tiene como principal objetivo saldar las deudas que arrastran para dar un impulso al número de socios y a las actividades que realizan

Hace casi cinco años que María Ruiz entró en la Asociación Cordobesa de Alcohólicos Liberados (Acali) acompañando a su marido. Su vinculación con la organización ha ido en aumento hasta alcanzar la presidencia, un cargo que asumió el pasado mes de abril. Entonces se encontró una asociación prácticamente desmantelada a causa de las deudas que arrastraban y que ahora, poco a poco, han reconducido. Acaban de ampliar sus instalaciones gracias al trabajo que han realizado sus voluntarios y, cuando encaucen la situación económica, quieren salir a la provincia con sus terapias y dar charlas informativa en colegios.
-¿Qué balance hace de estos meses?
-Uno positivo porque hemos conseguido mucho. Por lo menos ya podemos pagar luz, teléfono, agua... Estar al día en todo.
-El año pasado fue duro para la asociación.
-Bastante. Se iba a cerrar pero al final se puso al frente una mujer, que es lo que hacía falta (ríe). Soy la primera mujer y familiar porque antes sólo daban opción a enfermos y hombres que llevaran cuatro años sin probar el alcohol. Hemos cambiado los estatutos para que los familiares puedan asumir la presidencia y para que también pueda ser una mujer la que esté al frente.
-¿Por qué ha querido hacerse cargo de la organización?
-Mi marido y yo llegamos aquí hace casi cinco años. Hemos colaborado siempre, hemos venido a nuestras terapias y citas de psicólogo, nos hicimos socios porque vimos que Acali nos estaba ayudando y por 12 euros al mes merece la pena. A finales de 2016 entró en la dirección el actual vicepresidente, Guillermo Patilla, pero tuvo que dejarlo. Entonces lo sustituyó Rafael Mora y yo me puse como vicepresidenta. Cuando él se fue, me quedé yo y decidí sacar esto adelante.
-¿Con qué dificultades se ha encontrado?
-Muchas deudas, muchas trabas, incluso no encontrar papeles para arreglar las cosas. Pero lo hemos conseguido. Cuando acudía a alguna institución pública y decía que iba de Acali, se retraían, y ya cuando les contaba lo que quería, me ayudaban.
-¿En qué momento se encuentra Acali?
-Está pobre pero vamos tirando. Cuando podamos empezaremos a hacer actividades. Estos meses se me han ido en arreglar papeles, no ha dado tiempo a otra cosa.
-¿De qué se sostiene la asociación?
-De los socios que tenemos. Hay poquitos, muchos se han desvinculado pero quiero llamarlos y retomar la relación con ellos. La cuota es de 12 euros pero hay algunas personas que dan 20, otras 100... según sus posibilidades. Así nos estamos manteniendo y pagando lo que es necesario. Por suerte, el local no hay que pagarlo porque nos lo cedió la obra social de Cajasur con Miguel Castillejo. Así vamos, poco a poco. De momento no podemos tener subvenciones porque hay deudas que dejó la directiva que dimitió. No son de Acali pero vienen a nombre de la asociación y hay que pagarlas para poder limpiarnos.
-Entonces el voluntariado debe ser fundamental.
-Sí, por ejemplo la secretaria que tenemos es una voluntaria y la reestructuración de la sede también ha sido gracias a los voluntarios, que son usuarios y sus familias.
-¿Con cuántos usuarios contáis?
-Atendemos a unas 80 personas al mes entre la doctora y el psicólogo. La terapia de los lunes, por ejemplo, se llena. Entre semana vienen menos y sobre todo a las de mujeres. A ellas les cuesta más trabajo dar la cara y estamos tratando de que se animen y vengan a curarse. Socialmente un hombre alcohólico se ve mal pero una mujer se ve como la típica borracha y dejada.
-Un reflejo más de la sociedad machista en la que vivimos.
-Exactamente. La mujer incluso viene sola. A la mujer la deja abandonada todo el mundo.
-¿Cuál es el perfil de las personas que llegan a Acali?
-Hay de todo: personas de clase alta, media o baja. El más joven que tenemos ahora tiene 23 años, luego hay de 30, 40 años... Los que ya están en la sesentena llegan con recaídas. A lo mejor llevan 20 años sin beber y han vuelto a probarlo.
-Según lo que ha explicado, el número de mujeres debe ser bajo.
-Tenemos ocho. Hay más pero no vienen a terapia, no dan la cara.
-¿Cómo suelen llegar los enfermos a la asociación física y anímicamente?
-Fatal. La prueba está en que en la primera acogida podemos tirarnos hora y media con ellos hasta que reconocen su enfermedad. Vienen hechos polvo y con mucha vergüenza. Al psicólogo le gusta que haya alguien en puerta, es decir, que cuando llegue el enfermo haya un usuario o familiar que hable con él. Así cuando entran en consulta están más sueltos. No reconocen que son alcohólicos y vienen obligados; por el síndrome de la maleta. ¿Sabes cuál es? Cuando sus parejas o familias les ponen la maleta en la puerta. Tardan en reconocer que son alcohólicos y dicen que la enferma eres tú que lo traes a la asociación. Los que llegan de forma voluntaria se pueden contar con los dedos de las manos.
-¿Cómo cambió su vida cuando el alcoholismo entró en su casa?
-Me dejé por completo y llegué a engordar muchos kilos. Me daba igual todo. Hasta que un día abrí los ojos, decidí adelgazar y empecé a empoderarme. Ahora decido por mí misma, lo que no hacía antes. Esto para mí es un reto y me está costando mucho trabajo porque estaba muy hundida, anulada por completo. Antes me dedicaba a mi casa y a mis hijos, hasta que se fueron. El alcoholismo hunde a la familia donde entra. Mis hijos lo pasaron muy mal y por eso se fueron. En el momento no quisieron decirlo pero luego me lo han reconocido. Nosotros no salíamos a ningún sitio porque cada vez que lo hacíamos era una discusión. Poco a poco te vas encerrando y al final te encuentras anulada por completo.
-¿Qué ha aprendido en Acali?
-Yo era muy vergonzosa, incapaz de hablar con nadie, incluso por teléfono. Ahora me encargo de todas las gestiones de la asociación. Lo había perdido todo, hasta a mis hijos, pero lo voy recuperando poco a poco. He llorado mucho en las terapias de familia hasta que me hicieron ver que primero tenía que mirar por mí para poder cuidar de él y ayudarlo.
-Es curioso que el alcohol esté muy presente en nuestras vidas, por ejemplo en celebraciones o encuentros, pero al alcohólico se le estigmatiza.
-Además hay amigos que cuando dejas de beber, te apartan. Hay que cambiar por completo de amistades porque ya no tienes una vida de bar. Nosotros salimos a bailar y pasear, al cine, a tomar café... La vida es distinta. También vamos a bares, porque algunos de nuestros amigos beben, pero él está mentalizado de que no es que no pueda, es que no debe. El alcohólico no se cura, es algo para toda la vida, igual que quien tiene diabetes se tiene que pinchar insulina. Hay gente que llega a Acali y pregunta si ya no va a poder beber. Pues claro que no, porque han perdido la capacidad de controlar.
-¿Cómo afecta a la vida laboral esta enfermedad?
-Lo pierden todo porque se ponen broncos. No es que sean malas personas pero el alcohol los hace monstruos. La familia aguanta pero un empresario no tiene por qué hacerlo. Hay otros que saben que el empleado es buena persona, le ayudan a curarse y le guardan su puesto de trabajo. El alcohol es un demonio: se comportan de forma totalmente distinta cuando están serenos a cuando están bebidos. Al día siguiente de la borrachera están arrepentidos por completo y se disculpan. Pasan un día o dos sin beber pero cuando vuelven a tomarse una copa son incapaces de controlar. Es una lacra y la sociedad no lo ve. Hay gente que se pregunta que si el enfermo está curado por qué no se puede tomar una cerveza. No lo comprenden.
-¿Cómo cambiar la percepción que la sociedad tiene del alcohol?
-A mi marido llegaron a decirle "desde que no bebes estás tonto". Esas no son palabras. Es amigo el que está a tu lado siempre y te advierte de que "te estás pasando"; o el que, cuando dejas de beber, te dice "me alegro mucho de que lo hayas dejado". Con esta enfermedad te das cuenta de quiénes están realmente a tu lado, también en la familia.
-¿Hay muchas más personas de las que imaginamos con este problema?
-Sí. Yo me he dado cuenta de que a mi alrededor hay muchos alcohólicos y no lo reconocen. La prueba está en cuando les dices que están bebiendo más de la cuenta y te contestan: "ya estamos".
-¿Qué es ser alcohólico?
-Es perder la capacidad de controlar. Puedes salir un día y tomarte una copa, y no pasa nada, pero un alcohólico, en el momento en el que se toma una, no es capaz de parar. Ese que no controla se queda de bares cuando todos sus acompañantes se han ido. Es más duro de lo que la sociedad piensa. La gente los ve como tíos perdidos pero hay muy buenas personas que caen en esta enfermedad que los destruye. Mi marido dice que quiere olvidar al Rafa que él era. Se convierten en monstruos para las personas que tienen a su lado.
-Se da la circunstancia de que la edad de inicio en el alcohol es cada vez más temprana.
-Se dan comas etílicos con 12 años. Además, como los menores no pueden comprar el alcohol, consiguen porquerías que tienen más graduación que las bebidas de calidad y, por tanto, les afectan más. Yo nunca he bebido, sólo me emborraché con vino una vez con unos 16 años en un perol en el campo. Y ya nunca más. En mi casa no hay alcohol, las comidas las hago sin vino ni otra bebida y el vinagre es de manzana. El que venga a mi casa, si quiere beberse una cerveza que se la traiga porque allí sólo va a encontrar refrescos.
-¿Cuándo se da cuenta una persona de que su allegado tiene este problema?
-Lo dejas pasar muchos años porque piensas que va a dejarlo. En mi caso, y quizás por eso me haya recuperado bien, desde el principio sabía que mi marido era alcohólico. Reconocerlo te hace ayudarlo de otra manera y ver que es una enfermedad como otra cualquiera. Cuando a alguien le diagnostican cáncer, todos se unen con el afectado. ¿Cuando es por alcoholismo, por qué mucha gente se espanta? Pues porque todos beben y ven en esa persona lo que ellos son. No quieren que la mujer les diga: "¿has visto cómo tu amigo se ha quitado y tú no?"
-¿Qué tipo de terapias hacéis?
-De mantenimiento, de mujeres, de hombres y de iniciación, a la que van enfermos y familiares. A éstas hay que sumar una dirigida a cocainómanos. Estamos retomando todas las terapias porque se quedaron algo paradas.
-¿También atendéis a adictos a la cocaína?
-Sí, pero vienen pocos y son más inestables; a veces vienen y otras no. Si es una adicción más grave los derivamos a otro sitio pero si es a la cocaína los podemos limpiar y, si quieren, se quitan.
-¿Llegan usuarios que sean a la vez alcohólicos y cocainómanos?
-Hay gente que bebe para poder drogarse y gente que se droga para poder beber. Hay quien se toma una copita y eso lo lleva a fumarse un porro, y el porro hasta el juego. Pero si no se toma la copa no llega a los otros pasos. Es un mundo muy complejo en el que nos ayudamos los unos a los otros. La experiencia que yo pueda contar en la terapia puede servir a otros, aunque no les ocurra exactamente lo mismo. Hay quien habla y quien no, y el que se calla también está aprendiendo. Otros sólo vienen a calentar el sitio. Los que nos quedamos queremos seguir ayudando al resto de enfermos igual que nos han ayudado a nosotros.
-¿Tenéis algún proyecto?
-El primero es ponernos al día y si podemos coger alguna subvención será para cambiar los aires acondicionados, que están muy viejos y no funcionan bien, y el mobiliario. También queremos salir a pueblos para dar terapias, algo que antes se hacía. Otro punto es dar información en los colegios. Se trata de ayudar para que nadie caiga en ese pozo sin fondo.
-¿El porcentaje de éxito es alto?
-Diría que no aunque quizás el psicólogo piense que sí. Hay muchas recaídas. Da pena y duele mucho cuando alguien deja de venir y sabes que es por eso. Tratamos que no caigan, que vean que la vida es muy bonita a pesar de los problemas que surgen porque el enfermo lo ve todo tan negro... Tienen que mentalizarse de que pueden salir y hacer una vida normal pero están tan afectados que no ven más allá del alcohol.
-¿Es muy largo el proceso de recuperación?
-Es una enfermedad que destruye todo. El enfermo se recupera pronto pero el familiar tarda más porque es codependiente: cuando se da cuenta de que el enfermo se ha curado, le viene el bajón porque ya no tiene que cuidarlo.
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