De la acera a la cocina: en cada alcorque de Córdoba crecen al menos dos plantas comestibles
Medio ambiente
La vegetación espontánea que surge en descampados y al pie de los árboles encierra gran biodiversidad y, si se conoce, podría servir para una ensalada o un revuelto, explica la responsable del herbario del Jardín Botánico
Lechuguillas, cardos o tagarninas han sido verduras habitualmente utilizadas en las cocinas durante siglos
Ecologistas en Acción Córdoba rechaza el hormigonado de 7.000 alcorques en la ciudad
El Ayuntamiento defiende que tapar los alcorques no afectará al crecimiento de los árboles
Lechuguillas, cardos, tagarninas... En la mayoría de los alcorques de la ciudad de Córdoba crecen, al menos, dos especies de plantas silvestres comestibles. ¿Lo sabías? "No significa que salgamos todos a la esquina de nuestra casa y cojamos plantas sin control, ya que es de suponer que la mayoría de ellas estarán contaminadas con excrementos de mascotas, plásticos o colillas. Pero si obviáramos la basura, dando un paseo todas las tardes nos iríamos a nuestra casa con la cena: un sabroso revuelto de verduras", anima a comprobar Mónica López, licenciada en Biología y responsable del herbario del Real Jardín Botánico de Córdoba.
López, que es autora del libro Plantas silvestres comestibles de Guadalcázar, reconocido con el galardón a Mejor Libro de Gastronomía en Sabores de Córdoba 2022, reflexiona con esta invitación sobre el proyecto emprendido por el Ayuntamiento para tapar cerca de 10.000 alcorques en la ciudad para evitar la vegetación espontánea. "Las plantas y las algas, pequeñas y grandes, bonitas y feas, hierbas o árboles, captan dióxido de carbono y emiten oxígeno. Este peculiar hecho hay que tenerlo en cuenta. Debemos de encontrar entre todos los agentes implicados, tanto quienes gestionan los parques como los ciudadanos, una aceptación de esta vegetación espontánea", dice la bióloga.
Y llama a "hacer un esfuerzo" para aprender que los alcorques desprovistos de herbáceas no cumplen ninguna función ecológica, y que la vegetación espontánea en ellos "no debe verse como dejadez y falta de gestión". "Esto debe cambiar invariablemente. El ciudadano siempre observa las herbáceas como un conjunto verde, nunca como especies individuales. Esa hierba, si la conoces individualmente, te puede salvar hasta la vida", anima a reflexionar. Y lamenta la "desconexión total" que existe con el medio rural.
De vuelta a la calle, en el descampado de la esquina o al pie del árbol, es fácil distinguir estas especies abundantes de "grandes hojas comestibles". Muchas de ellas -explica- pertenecen a la familia botánica de las compuestas, tipo margarita o cardo. Se trata de especies como la cerraja (Sonchus oleraceus y Sochus tenerrimus), la lechuguilla (Crepis vesicaria), el cardo mariano (Silybum marianum) o el cardillo (Scolymus maculatus).
¿Cómo pueden aprovecharse? Normalmente se comen sus hojas basales, es decir, las primeras que salen en la base de la planta, que son blandas. Deben de hervirse como las acelgas y espinacas comerciales, o en crudo mezcladas en ensaladas. Además, se pueden congelar para disfrutar de ellas durante todo el año, explica. "Son utilizadas en el mundo rural y conocidas muchas de ellas por nuestros abuelos, que ahorraron unos buenos dineritos recolectando vegetales silvestres", recuerda López.
Los polígonos industriales de la ciudad también pueden verse como huertos silvestres, con grandes extensiones donde se reproducen tres "estrellas culinarias": el cardillo, el cardo mariano y la tagarnina Scolymus hispanica. "Los científicos conocemos a estas plantas como arvenses, anuales de pastizales nitrófilos o subnitrófilos, vivaces, porque son muy abundantes. Muchas de ellas tienen un solo ciclo anual y mueren al final de primavera, y otras permanecen durante varios años en el mismo sitio con una gran raíz y se dan en los herbazales que tienen bastante riqueza en nitrógeno", explica la experta.
La "revolución de la amapola"
Son especies adaptadas a la sequía y a la falta humedad, a los terrenos pobres, a la falta de suelo, de ciclos cortísimos, que aprovechan los meses (o días) primaverales para desarrollarse. Son, además, especies "todoterreno", que crecen como hierbas no deseadas. "Todos los años aparecen discretamente y discretamente, sin que te des cuenta, desaparecen al final de la primavera", describe.
La mayoría se desplaza a otros lugares de la ciudad por el viento, que transporta sus semillas, por lo que se las conoce como plantas de reproducción anemófila. Las de semillas más gordas y pesadas también viajan: "Serán transportas por las hormigas y por tu perro, tus zapatos, tu bici...", dice.
Y reflexiona: "Hoy día, un gran sector de la población está de acuerdo en que las ciudades deben ser renaturalizadas y revegetadas, debido principalmente a la espada de Damocles del cambio climático y del aumento de temperatura en las ciudades". Pero, al mismo tiempo, surgen dudas sobre la eliminación de esta vegetación espontánea, a la que además se le suele achacar la proliferación de plagas indeseadas.
Cuando lo cierto es que ayuda a mantener a raya a especies como la cucaracha americana o las ratas. "Su proliferación no se debe relacionar con el aumento de vegetación, sino más bien con el aumento de comida disponible y la falta de depredadores en la ciudad", argumenta. E incide en que "un aumento de vegetación se traduciría en un aumento de hábitats disponibles, una colonización por depredadores y un aumento en la complejidad de las relaciones tróficas naturales". Para simplificar, a más vegetación, más lagartijas y culebras, y menos cucarachas. Y, para simplificar otra vez, a más hábitats naturales, más cárabos y menos ratas, razona la botánica, que anima a emprender la "revolución de la amapola".
Temas relacionados
No hay comentarios