El alma de la biblioteca de Medina Azahara
MUJERES SINGULARES de córdoba
Lubna de Córdoba conservadora de la Gran Biblioteca fue, además, copista y matemática; viajó por el mundo y dedicó gran parte de su vida al conocimiento y a la atención a los demás
La corte de Abderramán III (931-961) de los Omeya llevó a Córdoba a su plenitud. Avanzada en tecnología, innovación científica y recursos, en comparación con sus homólogos europeos como París y Londres donde no había agua corriente, ni luces de la calle, contaba con más de 200.000 casas, 600 mezquitas con sus respectivas escuelas infantiles, 80 escuelas de enseñanza superior, 900 baños públicos y 50 hospicios. En ella, se explotaban minas, piedras preciosas, oro o plata. Existió además la Biblioteca Real de Córdoba, que en su momento incluyó 500.000 libros y fue considerada como una de las más importantes de su tiempo. La producción librera anual entonces en Córdoba era de 80.000 volúmenes y fue el mayor mercado de libros del mundo occidental en el siglo X. Lubna de Córdoba, junto con Hasday Ibn Shaprut (erudito judío, medico y diplomático), fue el que impulso la creación de la famosa Biblioteca de Medina Azahara; de ella se sabe muy poco acerca de ella, principalmente, porque hay muy pocas fuentes fiables.
Lubna de Córdoba era una intelectual árabe-andaluza de la segunda mitad del siglo X, nacida en una familia cristiana española y esclava, que se crió en el palacio del sultán Abderramán III. A pesar de su posición, se convirtió rápidamente en una de las personas más importantes en el palacio. Se ha especulado incluso que era hija del propio Alhaken, de quien habría heredado el interés por los libros, y de una esclava bordadora. El encargado de la biblioteca real era el poderoso eunuco Talid -según Ibn Hazn-, que tenía anejo un taller de escribanía con copistas, miniaturistas, iluminadores y encuadernadores. Inicialmente, Lubna sólo ocuparía el puesto de copista y oficinista, pero desde una edad temprana desarrollaría un papel importante: organizar la biblioteca.
A partir de ahí, impresionó a los miembros de la realeza con su cerebro brillante, ganando su libertad y el título de secretario personal del hijo Abderramán III, Alhaken II. Califa inteligente, ilustrado, sensible y extremadamente piadoso, del que sólo cabe lamentar que reinara apenas 15 años (961-976), un tiempo en el que fundó 27 escuelas públicas en las que los eruditos enseñaban de forma gratuita a los pobres y huérfanos a cambio de atrayentes salarios. Además, acogió en Córdoba a los sabios orientales que huían de la represión de los Abasidas y dedicó gran parte de su vida a cultivar el conocimiento y llegó a escribir una Historia del Al Ándalus.
Lubna sería nombrada la conservadora de su Gran Biblioteca de Córdoba, a las órdenes de Jalid ibn al-Idrisí, amigo de la infancia y confidente de Alhaken. Así que no fue poca cosa que una mujer fuera puesta a cargo de todo el saber que se acumulaba no sólo de su época, sino de todas las vividas por el hombre. Famosa por su conocimiento de la gramática, la calidad de su caligrafía y poesía, se le han atribuido múltiples funciones: copista, escribiente, experta en adquisiciones de la biblioteca real, secretario privado, y matemática. No se sabe si todas son verdad. Kamila Shamsie sostiene que hay razones para creer que Lubna podría ser la realización de dos o tres mujeres en la corte de Córdoba.
Según las crónicas árabes, en ese momento se podían encontrar en suburbios de la ciudad más de 170 mujeres que sabían leer y escribir, responsables de hacer copias de manuscritos valiosos; un hecho que da una idea de la cultura y el papel de las mujeres durante el reinado del califa. La razón por la que se sabe muy poco acerca de ellas es por la omisión de los historiadores y biógrafos, que optaron por no contar su historia.
El califa tenía destacados copistas en la ciudad de Bagdad para que le reprodujeran obras que para el mundo Occidental eran desconocidas. Lubna viajó a través del Oriente Medio persiguiendo libros para añadir a su biblioteca a El Cairo, Damasco y Bagdad. Y era responsable de la copia de los muchos textos importantes, así como de proporcionar anotaciones de su puño y letra en las que indicaba la procedencia del autor y una breve reseña de la obra; incluso, de escribir su propia poesía sobre la vida en el palacio. También se decía que era una gran matemática y que a menudo caminaba por las calles de Córdoba enseñando ecuaciones a los niños, que la seguían mientras recitaban las tablas de multiplicar hasta llegar a las puertas del palacio.
También existió otra copista de la que se hace referencia en los textos llamada Fátima, pero no se sabe nada de ella, salvo que era íntima de Lubna y que trabajó con ella. Fue jefa de la biblioteca e ideó un novedoso y eficaz sistema de clasificación. Se dice incluso que era la que viajaba a extremo Oriente de ojeadora de libros. Tras la muerte de Alhaken II, su hijo Hixan de 11 años era una marioneta en manos de su visir Almanzor y sus partidarios. Éste convocó a los intolerantes ulemas para conseguir su favor y les invitó recopilar todas las obras que trataran de filosofía, astronomía y otras ciencias contrarias a los temas religiosos y las quemaran. Muchos conocimientos conseguidos a través de siglos de estudio se esfumaron, sin más en la fogata que se prendió en 979.
El historiador Ibn Bashkvl dijo: "Ella (Lubna) dominó la escritura y la ciencia de la poesía, y su conocimiento de las matemáticas fue amplio y grande; ha dominado muchas otras ciencias y no había nadie más noble que ella en el palacio Omeya". Lubna de Córdoba, refugiada posiblemente en un palacio de Carmona (Sevilla), murió en 984. Es un ejemplo notable de una mujer hecha a sí misma, que supo ganarse el respeto de la corte real. Es por ello que, a pesar de las muchas incertidumbres e imprecisiones históricas sobre su vida, merece ser recordada.
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