El trastorno grave de conducta en las aulas
Educación
En la provincia hay registrados este curso escolar más de un veintena de casos en 17 centros, que atiende un equipo formado por una decena de especialistas en tratar a este alumnado
“La pediatra ya detectó en su día que algo no iba bien”. Así, comienza el relato de Jesús C., padre de mellizos, ahora adolescentes, que sufren un trastorno de déficit de atención e hiperactividad, uno de ellos, mientras que el otro hermano sufre un trastorno general del desarrollo con tendencia a autismo. Es más, este último “reproduce estereotipias con mucha frecuencia”, añade. Las estereotipias pueden ser movimientos simples como el balanceo del cuerpo, o complejos como el cruzado y descruzado de las piernas o la marcha en el sitio.
Nada hacía presagiar que ambos niños iban a desarrollar estos trastornos cuando su madre estaba embarazada y dio a luz. Pero cuando los dos hermanos llegaron al mundo en enero de 2007 y comenzaron a crecer, los padres también vieron que algo fallaba. “Pensábamos que les costaba hablar o que tenían cierto retraso madurativo porque al año y medio no hablaban y la pediatra nos derivó al Hospital de Los Morales. Allí hicieron numerosas pruebas “a nivel cognitivo y de relación con el que tienen al lado para comprobar, por ejemplo, si te miraban cuando hablabas”, expone el padre. Unas pruebas, continua, que llevan a cabo los profesionales de este centro sanitario “de una forma lúdica para que no intervengan los padres”.
Sin embargo, ese primer diagnóstico que recibieron no fue el definitivo. “Nos dieron un susto porque nos dijeron que tenían rasgos del trastorno del espectro autista, que no estaban seguros y que el diagnóstico no era firme”, recuerda. Y fue otro profesional que al jubilarse revisó ambos casos y descubrió que los dos pequeños tenían los rasgos de espectro autista, pero también “trastornos de conducta de autolesionarse”, detalla. Y es que los pequeños han llegado a romper cristales con la cabeza por una rabieta.
El tesón de esta familia por saber qué les pasaba a sus dos hijos no se detuvo nunca, aunque el padre admite que les ha costado y les cuesta mucho trabajo sobreponerse –dice que en ocasiones, les ha venido “grande, pero hemos aprendido a luchar y a avanzar”–, pero continuaron con las pruebas. “No tardó mucho hasta que dieron con el diagnóstico y saber a los que nos enfrentábamos”, expone y destaca que en todo el proceso se fueron documentando hasta que el diagnóstico llegó y pudieron continuar con sus vidas. Pasados aquellos primeros años, Jesús C. echa la vista atrás y ahora dice que “ya en la guardería apuntaban maneras y nos llamaban” para que fuera a recogerlos o saber qué les pasaba.
Una de las claves de la evolución de ambos pequeños es que, a su juicio, ambos “no han estado en aulas de Educación Especial porque no los identificamos dentro de su campo. Eso es asumir que no van a avanzar”, sostiene. Después de la guardería, los mellizos llegaron al colegio Hernán Pérez de Oliva, donde han cursado el ciclo de Primaria y “no han repetido ningún curso”, subraya el padre. Eso sí, en este paso por el colegio, vivieron algún que otro contratiempo debido a sus trastornos. El progenitor apunta sin rodeos que para uno de los pequeños “tercero de Primaria fue más traumático, a lo que se unió la incompetencia de su tutor”. Y es que, a su juicio, “a nadie se le prepara para abarcar la atención de estos niños”.
Y tras la Primaria, llegó el paso a Educación Secundaria y también el cambio de las aulas del colegio por las de un instituto. Un cambio que ha llevado a uno de ellos al instituto Blas Infante, mientras que el otro recibe clases en el centro de Secundaria Fidiana. Un cambio que la familia abordó con responsables educativos para evaluar la situación y cómo podía ser mejor para ambos pequeños. “Todos coincidían en que se tenían que separar para el desarrollo individual de cada uno porque son completamente diferentes”, apunta.
A largo plazo, Jesús C. dice que ve a sus hijos “independientes al cien por cien” y que serán él y su mujer quienes les comuniquen en un futuro lo que le pasa “para que se den cuentan a la hora de su desarrollo psicológico”. Y es que, uno de los niños “no acepta el trastorno que tiene y nuestra labor es comunicársela”. Este padre también sostiene también que la integración de estos alumnos “es básica” y subraya que el profesor que da clases a estos escolares “tiene que ser también integrador y no señalarle ni hacerle culpable”.
Más de una veintena de casos
En la provincia de Córdoba hay registrados este curso escolar más de una veintena de casos muy graves de trastornos de conducta, según informan fuentes del equipo técnico provincial de orientación educativa y profesional de la Delegación de Educación. Las mismas explican a el Día que se trata de los casos que tienen “un seguimiento más personalizado para los que tenemos diez especialistas en trastornos graves de conducta de Pedagogía Terapéutica”.
A estos profesionales, continúan, “se les piden una mayor formación para atender a los centros de manera temporal”. Desde este departamento anotan también que los trastornos graves de conducta tiene mayor prevalencia en los niños que en las niñas e insisten en que la detección temprana “es fundamental”.
Para determinar las necesidades educativas de un alumnado hay una serie de instrucciones de 2017, que recogen todos los criterios de clasificación. “Se tienen que presentar una serie de criterios que se repitan en el tiempo y en distintos ámbitos y contextos y no solo en el ámbito educativo”, aclaran. Las citadas fuentes también recuerdan que desde Educación “determinamos las necesidades específicas de apoyo educativo, pero es la Delegación de Salud quien diagnostica” si se trata de casos de trastornos graves de conducta. Aun así, matizan, “hacemos la intervención independientemente de que Salud lo diagnostique o no”.
Pero, ¿cómo se actúa desde el aula? Pues, según fuentes del Servicio de Orientación Educativa, para ello “nos basamos en criterios de diagnóstico de Psicología y, de forma general, es porque el alumno presenta conductas graves, es decir, que se perjudica a él mismo y a los demás o tienen conductas agresivas o desafiantes”. Pero no solo en el aula, sino también en su casa o en los juegos con los amigos y, además, subrayan que “lo importante es la repetición”. El tiempo establecido para ello es de seis meses, es decir, que las mantengan de forma reiterativa durante medio año.
Esas conductas graves, según señalan, van desde que el profesor se imponga y el alumno tenga una reacción agresiva hacia él, darse contra la pared para darse un cabezazo o coger una silla del aula y tirarla contra la pared. En este punto, estas fuentes reconocen que este tipo de comportamientos “se pueden confundir con un episodio temporal de rabieta, por lo que es un trabajo muy complicado”.
“En una crisis puede ocurrir de todo. Hemos tenido alumnos que se han levantado y se han ido hacia una ventana para tirarse y hemos tenido que agarrarlo, mientras que otro ha cogido una carpeta y ha ido hacia un compañero para darle con ella, y algunos han intentado escaparse. Puede ocurrir cualquier cosa cuando tienen una crisis”, declaran. Además, no solo se dan en una clase, sino en resto. Por eso, añaden, “los registros son fundamentales”.
Para ello, el profesorado establece una serie de medidas dentro del aula que, además,“tienen que ser muy concretas” para el alumnado. Además, insisten en esta línea en que el profesor o el maestro tiene que ser “su referente y también su autoridad, ya que cuando están mal se sienten más seguros con ellos”.
Otro de los aspectos claves para trabajar con estos estudiantes es que las familias se impliquen en su etapa educativa. Ambas fuentes coinciden en que su colaboración “es clave para el éxito y para la evolución y la mejora de la conducta”. “Los alumnos mejoran cuando hay una buena coordinación entre la familia, la escuela y el resto de profesionales que intervienen”, inciden.
Las fuentes consultadas por este periódico coinciden también en el aumento de este tipo de casos en los últimos años y anotan que “cada vez tenemos más necesidades educativas, pero no solo de trastornos y, en ello, hay muchas variables que pueden intervenir, como la genética, causas ambientales o educativas, entre otras”.
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