"Los argumentos en contra son pura hipocresía"
Los jóvenes defienden su derecho a hacer 'botellón' y explican las razones por las que eligen beber en la calle a pesar de las críticas
Que ensucia, que origina mucho ruido, que molesta a los vecinos o que perjudica a los dueños de bares y pubs. La enumeración de los inconvenientes del botellón ha ido engrosando con el paso del tiempo. Y es que es una práctica relativamente reciente. Hasta hace poco más de quince años era insólito que los jóvenes se reunieran en masa para beber alcohol a no ser que hubiera un motivo que lo respaldara, como una celebración o fiesta local. Sin embargo, la estampa dejó de estar ligada a acontecimientos puntuales y pasó a ser el pan nuestro de cada fin de semana. Las congregaciones juveniles se hicieron con sus propios enclaves dentro de la ciudad que, eso sí, han ido variando con el paso del tiempo y como consecuencia de las quejas de los colectivos vecinales. Para la mayoría de los jóvenes, el fin de semana comienza el jueves por la noche. Muchos se concentrarán hoy en plazas y parques de la ciudad. A pesar de los intentos por aniquilar el botellón, los jóvenes siguen resistiéndose a darse por vencidos. Al igual que otras voces marcan los contras, ellos tienen claros los pros. Las razones que les llevan a hacer botellón son múltiples y en algunos casos van más allá del simple hecho de beber alcohol.
“Ahorramos dinero”. “Si ponen las zonas de botellón lejos de las discotecas, pues surge otro problema: el del desplazamiento. Quieren que no se conduzca si se bebe, pero no nos lo ponen fácil. No hay autobuses nocturnos y si me tengo que pagar un taxi, no me queda dinero para el resto de la semana”, apunta Ana, estudiante de Filología Inglesa. Precisamente, el económico es uno de los argumentos que más pesa para los jóvenes a la hora de defender su derecho a hacer botellón. “No se trata de beber más, sino lo mismo por un precio mucho más reducido”, aclara.
El precio de un “lote”, compuesto por una botella de alcohol, un refresco, un paquete de vasos y una bolsa de hielo oscila entre quince y veinte euros, dependiendo de la bebida de que se trate. Por el mismo precio se pagan tres o cuatro copas en cualquier pub o discoteca, mientras que de un "lote" salen alrededor de diez. “La ventaja es que sabes lo que bebes. No te arriesgas a que, encima de que te están cobrando muchísimo, te coloquen garrafón”, esgrime Jose, que ha trabajado en algunos bares y confiesa saber “cómo va cosa”.
“Es un punto de encuentro”. Para Enrique, que estudia Empresariales, el botellón no es sólo una excusa para la ingesta de bebida. “El botellón es un lugar de referencia donde coincides con gente que a lo mejor no ves durante toda la semana. No sólo estás con tus amigos, sino que hablas con unos y con otros. No vamos sólo a emborracharnos. De hecho hay gente que ni bebe. Vamos a pasar un buen rato, a charlar y reírnos. No hay más”, sostiene. “Es una forma alternativa de conocer gente sin tener que pagar mucho”, comenta Araceli, estudiante de Filología Hispánica.
“No tenemos que soportar el ruido de los bares”. “En algunos pubs la música está tan alta que no se puede ni hablar tranquilamente. Además, si hay mucha gente y el sitio es pequeño, acaba uno agobiado. Y luego está el tema del tabaco. Los que no somos fumadores tenemos que tragarnos el humo de otros, que además se queda en la ropa”, comenta Antonio, que está preparándose para opositar. A él tampoco le convence la prohibición de hacer botellón en La Victoria: “Estábamos bien. Ahora estamos más dispersos por otros puntos del centro o de Ciudad Jardín. No sé si es mejor o peor, la verdad”.
“Es un movimiento social imperante, así que o estás dentro o no eres nadie”, considera Nani, estudiante de Informática. El botellón es “la movida” de finales de los noventa y principios de siglo. Es la forma en la que la amplia mayoría de jóvenes invierte las noches del fin de semana. Por ello defienden con ahínco su derecho a divertirse de ese modo.
A la hora de analizar los perjuicios de estas concentraciones nocturnas hay opiniones diversas entre los jóvenes. “Creo que pocos son conscientes de que molesta”, afirma Cristóbal, que estudia Historia. Pedro, sin embargo, opina que “la gente sí que se da cuenta, pero estás con mucha gente y se crea una masa, y la masa se cree fuerte y le hace como que le da igual”.
Este fin de semana volverán a repetirse las mismas escenas: jóvenes bebiendo por la noche y a la mañana siguiente, vecinos quejándose por el ruido y los residuos acumulados junto a sus viviendas. Hasta el momento, el Ayuntamiento no ha conseguido acertar con la solución para contentar a ambos bandos de una batalla que se prevé dure más de lo que muchos desean.
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