El arquitecto que soñó Ciudad Jardín y despertó en el exilio
Cordobeses en la historia
Francisco Azorín Izquierdo fue niño errante de cuartel, se formó en Teruel y Madrid, recaló en Córdoba, dejó su impronta urbanístico-social y un ideal de preguerra que no pudo ser.
EN el verano de 1885 Casares se convertía en la cuna del Padre de la Patria Andaluza, y muy lejos de la casa de los Infante, otra mujer preparaba el hatillo para el hijo del guardia civil Azorín, que nacería el 12 de septiembre de aquel año. La distancia entre el turolense Monforte y el pueblo blanco de Málaga no impidió que, con el correr del tiempo, el hijo del letrado y el del guardia civil confluyeran en Córdoba y fueran compañeros de un mismo Ideal Andaluz.
Francisco Azorín Izquierdo nació entre las paredes de un cuartel, fundado un año antes por el Duque de Ahumada. Era uno de los múltiples destinos del padre, que encontró a Manuela en Aliaga, casó con ella y se fue a jubilar a Teruel. En el Instituto General Técnico de aquella ciudad, obtuvo el hijo los primeros reconocimientos, antes de marcharse a Madrid, en 1903, por donde se licencia en Arquitectura, realiza sus primeros trabajos y entabla amistad con Pablo Iglesias de cuyo mausoleo en el cementerio de La Almudena de Madrid, sería luego autor.
En 1911 recala en Málaga, como interino de Hacienda, y un año después se casa con Carmen Poch. La hija del dueño de La Unión Mercantil fue la madre de sus tres hijos, dos de los cuales serían ya cordobeses, de la ciudad que lo cautivó. Aquí llegó como funcionario del Registro Fiscal de Riqueza Urbana, cargo que abandonaría por la política, sin dejar de plasmar profesionalmente su impronta y su concepción social del urbanismo. Todo ello, antes que el trienio 1936-39 lo ocultara tras sus silencios, hondos como tumbas, anchos como el Atlántico.
Pasarían algunas décadas hasta que su diseño de Ciudad Jardín llamara la atención de Francisco R. García Verdugo y el investigador descubriera al arquitecto "poco a poco, dispersadamente". Y con un "sentimiento de deber y cariño" se fue implicando con la figura y la obra de quien todos confundían con el seudónimo del conocido escritor. Así lo confiesa García Verdugo en Francisco Azorín Izquierdo, arquitectura, urbanismo y política en Córdoba (1914-1936). Se trata de una completa biografía que antecede a la recopilación de ponencias de varios autores que en 1990 recuperan la memoria de Azorín, del que dice Alberto Villar: "Había llegado a tal conocimiento de la ciudad que le permitía proponer la recuperación del alcantarillado islámico para la resolución del grave problema sanitario de los pozos negros". Pero podía del mismo modo, proyectar la liquidación del "viario antiguo para sustituirlo por grandes avenidas", y pone como ejemplo el Realejo. Desglosa los proyectos y fachadas perdidos o que siguen luciendo en la ciudad: la antigua Casa del Pueblo de la plaza de la Alhóndiga (1917); la de Cabrera en la de Los Abades, el Casino Militar de República Argentina o el magnífico edificio de Fernando Colón (esquina con la antigua calle Librería) son algunas de las 120 que cataloga Villar Movellán, sin obviar el Colegio Público Rey Heredia del Campo de la Verdad, el de la Merced o las primeras viviendas unifamiliares, con jardín, para los mineros de Pueblonuevo del Terrible. En todos vuelca su ideal de Estado de Bienestar para "cada familia obrera" y reivindica: "Queremos casa cómoda, que somos hombres y no cosas; que merecemos vivir bien porque producimos todo, no arrinconados, como si fuéramos un estorbo social". Denunciaba, ya en 1919, que "el capitalismo ha visto en este asunto un medio para acumular ganancias" y así levantaba "pisos innúmeros, colmenas humanas con celdillas cada vez más reducidas", cuando el sueño debía ser transformar "las viejas y sombrías poblaciones en ciudades-jardín".
Su labor social transcurrió paralela a su compromiso político con la izquierda y la masonería, con el profesional en plena explosión del Regionalismo que, importado de Sevilla, remodeló la estética del centro de Córdoba. Vinculado al PSOE desde su juventud, entre 1918 y 22 representó a este partido en el Ayuntamiento con la coalición republicana-regionalista y tomó acta de diputado. En 1919 plasmó su firma en el mítico Manifiesto Andalucista de Córdoba, consolidación de El Ideal Andaluz que Blas Infante había presentado, dos años antes, en el Centro Obrero Republicano, siendo el doctor Ruiz-Maya su principal valedor, su ardiente defensor en las tribunas locales y el organizador de la I Asamblea Andalucista de Córdoba. En ese mismo año, dice Ortiz Villalva -a propósito de la violenta manifestación de febrero y la destrucción del monumento a Barroso- que era Azorín, con Morán y Palomino, el "trío dirigente del PSOE en la provincia".
El 18 de julio del 36 cuando tomaba con su mujer el tren a Málaga, supo del levantamiento y tuvo intención del volver. Se le buscó insistentemente y se saqueó su casa.
Marchó desde Málaga a Barcelona y, en 1938 a Tarbes como cónsul. Luego embarcó rumbo a Veracruz en el Ipanema. Al otro lado del Océano, encontró el amparo de Eugéne Adam Lanti, quien le ocupó en la edición de un nuevo diccionario de esperanto, que acaba siendo desautorizado por la academia oficial de esa lengua, por algunas adaptaciones del autor. Tras el gesto, se dedica a expandir la lengua por la tierra de acogida de la que nunca regresó. El 27 de diciembre de 1975 murió a los 91 años, mientras España sellaba la lápida del Valle de los Caídos por "una de las dos Españas".
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